¿La Peste ha vuelto?

La enfermedad que azotó Europa en la segunda mitad de la Edad Media es la protagonista de la nueva serie de Movistar +. Repasamos su historia, origen y cómo llegó a combatirse.

La Edad Media vivió un periodo de oscuridad en su segunda mitad propiciada por la aparición de la enfermedad de la peste negra. Un contexto que se recrea en la última serie lanzada por Movistar +, La Peste.

La pandemia de la peste negra se originó hacía 1348 en Asia occidental. Pero rápidamente se expandió por toda Europa favorecida por las rutas comerciales y la mala salubridad de las calles. Por lo que las grandes ciudades de este sector fueron los primeros focos, como fue el caso de Sevilla, puerta hacia América.

La peste es causada por la bacteria Yersinia pestis, que se trasmite a través de pulgas y roedores. Aunque en su variedad neumónica o pulmonar también se puede transmitir por el aire de persona en persona.

La enfermedad azotó de igual manera a ricos y pobres. Durante los cuatro siglos que permaneció tan activa, la población de la Península Ibérica descendió de los seis a los dos millones y medio de habitantes, mientras que en Europa el índice de mortalidad rondó el 60%.

La peste estuvo presente en el Viejo Continente hasta después del siglo XIX. Aunque, hoy en día, sigue habiendo contagios por otras partes del mundo. De hecho, entre 2010 y 2015 se notificaron 3.248 casos, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Con este nivel de contagio, los profesionales más expuestos fueron los médicos. Aunque pocas personas estaban dispuestas a este servicio. Estos creaban soluciones, entre ellas, las más aplicadas fueron hierbas o métodos como las sanguijuelas o las sangrías. Aunque esto no repercutió mucho en su eliminación.

Autor: Daniel Poto

¿Cómo se controló al final la peste?

Aunque en el periodo de la Edad Media no existió una cura específica, los métodos más efectivos para combatirla fueron las medidas fitosanitarias como la cal viva, el fuego y un mejor saneamiento. Pioneras en su época y contrarias al contexto social predominante de la época.

Por tradición, los difuntos debían ser velados días después de su muerte, cuestión que ayudaba a propagar la enfermedad. Los entierros religiosos tampoco cumplían con las medidas de control. De esta manera, y ante esta circunstancia, los fallecidos eran enterrados en fosas en los que se alineaban y se envolvían en sudarios de lino, vertiéndose grandes cantidades de cal viva disuelta en agua. Esto sellaba la tumba y mermaba la expansión de la enfermedad.

Además, la ropa de cama y las prendas de los infectados eran finalmente picadas y quemadas, así como sus pertenencias personales. Esta técnica se consideró una de las más efectivas para erradicar la peste, según apunta un estudio de la Universidad de Buenos Aires.

Por su parte, las casas donde se habían producido fallecimientos eran marcadas. Por lo que debían someterse a una limpieza profunda antes de albergar de nuevo a personas. Para ello, se abrían puertas y ventanas durante un periodo mínimo de quince días. Además, se quemaba azufre y pólvora en su interior y se encendía fuego. También se picaban y blanqueaban las habitaciones de los enfermos con cal viva, y se limpiaba el suelo con vinagre. En el caso de los lugares públicos se solía realizar una quema de romero, incienso, madera de olivo, entre otras hierbas, para limpiar el aire.

Todo ello tenía un fin higiénico y el objetivo de minimizar el contagio de la peste. De esta forma, entre otras medidas, se pudo aplacar una enfermedad que se expandió de forma virulenta y tuvo varios brotes a lo largo de toda la Edad Media e incluso pasado este periodo.

La ciencia ha avanzado mucho y en la actualidad la enfermedad está reducida a zonas geográficas muy concretas. El actual tratamiento cuenta con bases de antibióticos, pues la OMS no recomienda vacunación al respecto.

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