Mi reino por l0s núm3r0s aleat0r10s

Los números aleatorios, allí donde (no) los ves, son casi un recurso natural no renovable. Son ansiados, generados de forma masiva y vendidos a precio de oro forrado en plata bañado en platino. Se usan para encriptar correos, para la lotería, para comercio electrónico, para encuestas y para los navegadores web. Y aún estamos tratando de generarlos de forma confiable.

 

Yo sabía que había algo mal con mi reproductor de MP3. Me relajaba y delegaba el poder de decisión sobre la música al shuffle (barajar, oh tamaña ironía). Confiaba en que me llevaría en un viaje musical aleatorio, en el que podría explorar a la deriva mis 8 gigas de música. Solo para que, de repente, sonara de nuevo Sonic Youth. Igual que anteayer.

Eso sucede porque conseguir cifras y secuencias al azar es verdaderamente com-pli-ca-do, aún con la increíble capacidad de computación de datos a nuestra disposición. De hecho, la obtención de números aleatorios es todo un renglón comercial, con suculentos dividendos.

Su uso es realmente extenso. No solo sirven en áreas en las que la cifra es protagonista, como en la lotería. La aleatoriedad también se busca en la predicción de sistemas climáticos, en la banca, en el comercio on-line, en la anticipación de movimientos moleculares, y en simulaciones atómicas.

Nuestros antepasados tenían talento para obtener estos números, teniendo en cuenta las herramientas a mano. Los sumerios y los egipcios usaban dados, algunas culturas asiáticas usaban cartas, y claro, se lanzaban monedas al aire durante horas. Eran sistemas verdaderamente aleatorios, pero de bajo ‘output’; pocas cifras, a ritmo lento.

En la mayoría de los casos, usamos mal el término ‘aleatorio’, porque a fin de cuentas, las computadoras son determinísticas: responden a una orden, en este caso matemática, y la repiten en secuencia. Con suficiente paciencia, talento, y/o/u estímulo, se puede descifrar el algoritmo, y así, el patrón. El computador, en este caso, produce lo que llamamos  números pseudo-aleatorios

Los números aleatorios, aún en nuestro tiempo, siguen siendo un reto, y también un ítem comercial muy valorado. En 1927, L.H.C. Tippett publicó 41.600 dígitos «random», usando las medidas de terrenos de las parroquias británicas. En los años 40 y 50, cuando explota la demanda, se publica A Million Random Digits With 100,000 Normal Deviates (Un millón de números aleatorios con cien mil desvíos normales), un libro que aún en 2001, costaba 90 dólares.

Los mecanismos contemporáneos de generación de números aleatorios son aún más curiosos e impresionantes. George Masaglia produjo CD-ROM con 5 billones de números aleatorios, generados por el ruido blanco de tres señales combinadas.

John Walker, fundador de Autodesk, creó HotBits, un mecanismo que genera números usando un contador Geiger, y midiendo la degradación de partículas radioactivas, un fenómeno imprevisible. Landon Noll, a mediados de los años 90, patentó un sistema que hoy en día se llama LavaRnd, en el que usa lámparas de lava para crear números aleatorios.

Hasta la psicodelia pop puede estar al servicio de la matemática y la estadística, ¿groovy, no?

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