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Un paseo por las nubes: IaaS, PaaS y SaaS

Las nubes, de uno u otro modo, nos acompañan siempre. Tienen distintas formas, tamaños, composiciones… Algunas, incluso, solo están en la mente pero su “presencia” es una constante en nuestras vidas. “Nubosidad variable” como rezaba el libro de Carmen Martín Gaite. El autor Gavin Pretor-Pinney, en su “Guía del observador de nubes”, recomienda invertir unos minutos al día en observarlas, analizarlas y comprenderlas porque –cito textualmente– “la vida sería incomparablemente más pobre sin ellas”. Que nos lo digan a nosotros, en acens, donde llevamos trabajando con la nube –la tecnológica– casi una década.

Quizá por eso y, por mi deformación profesional, se me ocurre seguir la recomendación de Pretor-Pinney para realizar un curioso experimento. ¿En qué medida las nubes –las de vapor de agua– se parecen a la nube tecnológica –la de los datos–? ¿Tienen características parecidas? ¿Cuáles son sus beneficios?…

No debería ser una comparación muy descabellada. La RAE, en su acepción define la nube como “agrupación o cantidad muy grande de algo que va por el aire” por lo que es lógico pensar que en la nube tecnológica, esa cantidad de “algo” haría referencia a los datos. Y si hay algo en cantidad muy grande en la nube tecnológica son, sin duda, datos: emails, fotos, vídeos, bases de datos, facturas, presentaciones, notas de prensa, informes, memorias…. A principios de año desde acens vaticinábamos un crecimiento del 40% en el mercado de almacenamiento en la nube debido principalmente al incremento exponencial de contenidos multimedia, la proliferación de servicios y aplicaciones orientados al almacenamiento personal en el ámbito del mercado de consumo, unido al abaratamiento y profesionalización de los servicios en el segmento empresarial y la necesidad de las empresas de ahorrar costes. Y es que una empresa tipo guarda entre 50 y 100 gigas de información al mes por lo que las necesidades de almacenamiento crecen exponencialmente.

Aceptada la definición, si bien puntualizándola, puesto que la nube tecnológica nunca está en el aire sino en cualificados centros de datos, centrémonos en la tipología de nubes. Mirando al cielo, en las diferentes capas de la atmósfera podemos discernir –y sin entrar en mucho detalle físico– entre cúmulos en la capa baja, los estratos y nimboestratos en la capa media y los cirros en la capa alta. Cada una de ellas con unas cualidades en función de la capa en la que se encuentran. Lo que inevitablemente me lleva a pensar en las diferentes capas de la nube tecnológica, donde podemos encontrar tres grandes variantes –aunque cada vez surjan más subvariantes– cada una con claras diferencias o prestaciones.

Así tenemos, en primer lugar, en la capa baja la IaaS o infraestructura como servicio, cuya misión es ofrecer, como si de un suministro se tratara, capacidad de cómputo, memoria volátil y almacenamiento persistente. Estos recursos se complementan con características de redundancia y alta disponibilidad, así como múltiples opciones a nivel de redes privadas y acceso a la red Internet.

En segundo lugar, en las capas medias, nos encontramos con la PasS o plataforma como servicio, que son plataformas de software para las que la herramienta de desarrollo en si misma está alojada en la nube y el acceso se produce a través de un navegador web. Con PaaS, los desarrolladores pueden construir aplicaciones web sin tener que instalar ninguna herramienta adicional en sus computadoras y, luego, despliegan estas aplicaciones sin necesidad de tener ningún conocimiento administrativo especializado.

Por último, en la capa alta de la nube, se sitúa el SaaS o software como servicio, que es la variante de cloud más extendida y supone un nivel de abstracción mayor sobre IaaS / PaaS, siendo sus consumidores los usuarios finales. En estos niveles el usuario no sabe ni necesita conocer nada de la tecnología que subyace sobre el servicio consumido (normalmente plataformas PaaS y/o IaaS). El servicio es normalmente una aplicación accesible de modo ininterrumpido, vía web, y desde cualquier parte del mundo.

Vista la definición y tipología de las nubes meteorológicas, otro factor que influye y determina su configuración es la orografía. Las nubes son distintas según las condiciones de humedad, temperatura, contaminantes aéreos… Algo muy similar a lo que ocurre en la nube tecnológica. Al final, esa nube tecnológica, como las que vemos en el cielo, también existe y cobra vida a través de los centros de datos (CPD). En ellos no sólo se vigilan y controlan factores medioambientales (temperatura, humedad…) sino que cuentan con avanzados equipos autónomos de suministro energético, medidas de seguridad física y lógicas para que nadie contamine la nube y un experto equipo de profesionales que, cual meteorólogos ante un huracán, monitorizan las 24 horas del día los 365 días del año cualquier incidencia que pueda surgir. Es la única forma de garantizar la disponibilidad de los servicios, que funcionen al 99,999999…% y que el cliente no necesite conocimientos avanzados para disfrutar de ellos o gestionarlos. Y en caso de necesitarlo, puedan ser gestionados, mediante «administración delegada», por personal cualificado.

La última parte de este singular experimento, me gustaría centrarla en los beneficios de las nubes. Es clara la vital importancia de las nubes en todo el ciclo del agua. Pero, ¿es igual de importante la nube de los datos para las empresas, para sus ciclos de negocio y metodologías de trabajo? Sin duda alguna, lo más fácil es acudir a la experiencia de las empresas y que sean ellas las que cuenten los beneficios de la nube. Así, citando algunos estudios, muchos de los cuales hemos compartido en los encuentros mensuales de acens Cloudstage, un 59% de las empresas que utiliza servicios en la nube considera que consiguen un significativo beneficio en productividad; un 63% de las pymes que usa servicios cloud prevé que sus ventas crezcan en los próximos 12 a 18 meses; el 65% de las pymes prevé adoptar aplicaciones en la nube a corto plazo; un 72% afirma haber mejorado las relaciones con sus clientes; un 73% ha reducido sus costes en infraestructura informática….

Analizada la definición, tipología, orografía y beneficios de las nubes, podemos dar el experimento por válido. La simbiosis entre la nube –las de vapor de agua– y la otra nube –la tecnológica, la de los datos– es real. Así que no me queda más que volver a las recomendaciones de mi “Guía del observador de nubes” para recordar que las nubes van a estar ahí durante mucho tiempo y que lo mejor que podemos hacer es familiarizarnos con ellas, conocer sus ventajas y funcionamiento y ver cómo nos pueden ayudar a optimizar el rendimiento de nuestras empresas.

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