Un ordenador hidráulico, la bola de cristal de la economía a mediados del siglo pasado

William Phillips pasó a la historia por una curva, la que lleva su apellido, que a Merkel le suena a chino: la que establece la relación inversamente proporcional entre la inflación y el desempleo.

Menos conocida, sin embargo, es otra de las creaciones de este brillante economista neozelandés. Hablamos de MONIAC, el primer ordenador hidráulico capaz de predecir los vaivenes de la economía de un país en base a las decisiones de sus gobernantes.

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El MONIAC del Banco Central de Nueva Zelanda (Foto: Wikimedia Commons)

El curso acelerado de economía al que hemos asistido involuntariamente desde que empezó la crisis hubiera sido mucho más sencillo –y rápido: en dos tardes, a lo Zapatero– si hubiéramos tenido a mano este particular ordenador analógico. No es que las máquinas del S.XXI que tenemos en casa, o los smartphones que llevamos en el bolsillo, tengan potencia insuficiente para cumplir esta misión. Más bien son demasiado complicados.

El enorme aparato que ves en las imágenes se llama MONIAC, un simpático apelativo que procede de la unión de ENIAC, nombre del primer ordenador digital de la historia (fabricado por IBM y casi contemporáneo de nuestro protagonista) y money. También hace referencia velada a la palabra maniac (maníaco) y son las siglas de Monetary National Income Analogue Computer. Por si fuera poco, también oirás hablar de él como el ordenador hidráulico de Phillips o el finanzafalógrafo. Impronunciable los sábados por la noche.

El economista Bill Phillips al lado de su creación, el MONIAC (Foto: British Library of Political and Economic Science)
El economista Bill Phillips al lado de su creación, el MONIAC (Foto: British Library of Political and Economic Science)

Cuando el neozelandés William Phillips pergeñó el artefacto en 1949, en un garaje y utilizando piezas recicladas de un viejo bombardero, su finalidad era didáctica. A punto de concluir su etapa de estudiante, pretendía hacerse con una plaza de profesor en la London School of Economics. Y vaya si lo consiguió. Su máquina dejó al respetable asombrado no sólo por su potencial educativo, sino también – y sobre todo – por su utilidad para predecir la deriva económica de un país en base a las decisiones de sus gobernantes.

Con sus dos metros de alto y su metro y pico de ancho, MONIAC luce imponente a mediados de siglo, cuando los pocos ordenadores que existen son para uso militar o gubernamental. Sus tripas, perfectamente visibles, están compuestas por cubetas y tubos montados sobre un panel de madera. Cada uno de los recipientes representa un aspecto de la economía de un país –originalmente, el Reino Unido– y chorros agua coloreada fluyen de uno a otro en representación del dinero.

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Diagrama del funcionamiento del MONIAC (Foto: Academia.edu)

En lo alto, un cubo más grande que el resto hace las veces de Tesoro Público. Desde las arcas de la nación, el agua se trasvasa a otros contenedores (la educación, la sanidad…) simbolizando el gasto, cuya cuantía se controla con un grifo que se abre y se cierra en función de las prioridades del gobierno.

También juegan un papel importante las familias, el sistema financiero, las importaciones, las exportaciones, los impuestos, la política monetaria… Un sinfín de variables que pueden manipularse para comprobar los efectos que una decisión podría conllevar para la economía (si la economía fuera una ciencia exacta). Tenía un margen de error, según Phillips, de sólo el 2%. En aquella época, al parecer, tenían demasiada fe en los modelos matemáticos.

Tan interesante como la propia máquina es la historia de su creador, que no se ha hecho célebre precisamente por el MONIAC, sino por otra de sus aportaciones: la célebre curva de Phillips, que representa la relación inversamente proporcional que existe entre la tasa de desempleo y la inflación de una economía. Esa que Merkel olvida cuando dice «temer a la inflación» teniendo en países como España un 24,5% de paro.

Nacido en Nueva Zelanda en 1914, Phillips marchó pronto a la nación vecina, Australia, para ganarse la vida haciendo un poco de todo, desde cazar cocodrilos hasta producir películas. Tiempo después marchó a China, presenció la invasión japonesa en 1937, huyó a Rusia, la atravesó a bordo del mítico Transiberiano y llegó un año después a Gran Bretaña. En las islas estudió ingeniería eléctrica y se alistó en la Royal Air Force.

Durante la Segunda Guerra Mundial, fue destinado a Asia. Vivió una segunda invasión japonesa, esta vez en Singapur, de la que logró escapar en el acorazado Empire State. Con la mala fortuna, eso sí, de ser apresado nada más llegar a Java. Acabó en un campo de concentración donde pasó tres años. Y todo esto sucedió mucho antes de recalar en la London School of Economics e inventar el MONIAC, el primer ordenador hidráulico capaz de predecir la economía. Pero esa historia ya la hemos contado…

Imagen portada STQRY

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