Implantes cerebrales

Estos implantes cerebrales combaten depresiones y otras enfermedades mentales

Siempre decimos que el cerebro humano es indescifrable. Pero, poco a poco, esa afirmación va perdiendo sentido. Hemos aprendido muchas cosas sobre su funcionamiento, y aunque no siempre tenemos la imagen completa, hemos logrado resolver muchas cuestiones sobre cómo funciona el cerebro y cómo hace que funcione nuestro cuerpo. De ahí que sea posible resolver cuestiones como las enfermedades mentales yendo directos al problema mediante implantes cerebrales.

La estimulación cerebral profunda

La DBS (Deep Brain Stimulation), que en castellano hemos traducido como estimulación cerebral profunda, es una terapia relativamente reciente y que se ha ido perfeccionado en los últimos años. En 1997, los organismos pertinentes de Estados Unidos aprobaron este tipo de terapia para tratar la enfermedad del Parkinson. Y en 2003 para tratar la distonía. Más tarde, en 2009, también se aprobó su uso para combatir el trastorno obsesivo compulsivo y en 2018 para la epilepsia. También se ha empleado para tratar dolor crónico y depresiones severas. Y probablemente en los próximos años leeremos sobre la estimulación cerebral profunda aplicada a otras enfermedades mentales o neurológicas.

Esta terapia consiste en un procedimiento quirúrgico mediante el cual se colocan implantes cerebrales conocidos como neuroestimuladores. Empleando impulsos eléctricos a través de los electrodos implantados en zonas concretas del cerebro, estos implantes tratan trastornos del movimiento, temblores o afectaciones como las antes mencionadas. En otras palabras, cambia la actividad cerebral de manera controlada. 

Implantes cerebrales para combatir enfermedades mentales
Fuente: Wikipedia

Por su complejidad, no está pensada para todo el mundo, ya que se trata de una intervención compleja y no exenta de riesgos y, posteriormente, efectos secundarios. Los implantes cerebrales constan de unos finos cables con electrodos, anclajes para evitar que se muevan y el propio neuroestimulador. Todo ello implantado en el cerebro en una o dos intervenciones.

Pero a medida que evolucionan las investigaciones y se realizan más intervenciones, se va perfeccionado la técnica y se amplían los casos en los que es posible ofrecer esta solución. Además, da buenos resultados en personas que han pasado por todas las soluciones posibles, como terapia y otros tratamientos basados en antidepresivos, antipsicóticos o alternativas más agresivas como la electroterapia.

Combatiendo la depresión más severa

Este verano se publicó en la revista The Journal of Clinical Psychiatry un estudio del Instituto de Investigación del Hospital Sant Pau de Barcelona en el que se analiza el impacto de este tratamiento a largo plazo en pacientes que padecen depresión severa resistente a otros tratamientos. El estudio respondía así a muchas de las dudas que se han tenido durante años debido a la alta complejidad de implementar implantes cerebrales y de sus consecuencias.

Se analizaron los datos de dieciséis pacientes con depresión mayor resistente que fueron tratados con implantes cerebrales de estimulación cerebral profunda. El tratamiento duró hasta once años, de 2008 a 2019. Y entre las conclusiones destacan la mejoría de los pacientes de manera sostenible y significativa. Los efectos no fueron inmediatos, pero sí se pudieron apreciar en los primeros meses. En concreto, en una media de 139 días después de la intervención. Por lo demás, el tratamiento funcionó en un 75% y logró remitir la depresión en un 50% de los casos a niveles por debajo del umbral patológico.

El Hospital Sant Pau de Barcelona es pionero en Europa de esta técnica, aplicada principalmente en Estados Unidos, y se ofrece ya como una alternativa fiable para pacientes graves que han probado ya otras terapias y tratamientos sin resultados positivos. En esos casos, la estimulación cerebral profunda ha dado buenos resultados. Y, lo mejor, esos cambios han durado en el tiempo. Según los investigadores que han publicado el estudio, entre un 15 y un 20% de los enfermos de depresión severa no responden a tratamientos convencionales. Además, se trata de una enfermedad que se acaba volviendo crónica.

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