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¿Qué estrategia debemos seguir contra la hiperconectividad?

¿Qué es la hiperconectividad? Según el Instituto Cervantes, es la traducción directa del término anglosajón hyperconnectivity. Lo acuñaron los expertos en ciencias de la información Anabel Quan-Haase y Barry Wellman. Es un concepto muy reciente, de principios de este siglo XXI, y viene a referirse al “uso sincronizado y coordinado de distintos dispositivos y medios de comunicación”. En Wikipedia, estos medios y dispositivos son, por ejemplo, el correo electrónico, la mensajería instantánea, la telefonía móvil, las videollamadas…

Sin embargo, su origen neutro ha caído en desuso y normalmente se habla de hiperconectividad como algo malo, como una consecuencia negativa del uso constante de la tecnología en el día a día. Podemos afirmar, sin riesgo a equivocarnos, a que la mayoría de nosotros estamos hiperconectados. Ordenadores, teléfonos móviles, relojes y pulseras inteligentes, televisores conectados a Internet, altavoces inteligentes… Muchas veces no nos queda otra, nuestras obligaciones laborales nos llevan a ello. Otras veces, es inevitable que dediquemos tanto tiempo a tecnologías que nos facilitan la vida y nos permiten realizar ciertas actividades lúdicas.

Pero cuando mezclamos hiperconectividad e infancia, es cuando suenan las alarmas. La hiperconectividad puede ser buena o mala para un adulto a varios niveles. Ese es otro debate. Partimos del hecho de que ese adulto es, precisamente, un adulto y lo que ello implica. En el caso de un niño o menor de edad, estamos hablando de un no adulto que está formándose física y mentalmente como adulto. Y precisamente por ese hecho tan relevante, la hiperconectividad puede ser perjudicial.

El mal uso empieza por nosotros

Cuantas veces habremos visto a bebés o niños de cortísima edad sujetar entre sus manos un smartphone en el que se reproducen imágenes de dibujos animados. El teléfono móvil como sustituto del sonajero y del chupete. La hiperconectividad en la edad adulta depende de muchos factores, pero en la infancia, la primera puerta de entrada de muchas de las experiencias de nuestros hijos somos nosotros mismos.

Determinar a qué edades empezamos a proporcionarles música, les llevamos de viaje, les llevamos a un museo o les damos acceso a un televisor o a un dispositivo electrónico, por citar algunas de las experiencias que se encontrarán a lo largo de su infancia, son decisiones personales que los progenitores deben tomar de acuerdo a sus propias consideraciones. Pero, claro está, debemos tener en cuenta que no todas las actividades o experiencias son aptas o recomendables a todas las edades.

La hiperconectividad es inevitable en una sociedad hipertecnológica
Fuente: Brand Factory Telefónica

¿Dónde poner el límite a la hiperconectividad?

Tomar esta decisión es difícil por varias razones. Primera, muchas de las actividades de ocio actuales pasan por las pantallas o los dispositivos conectados. Es decir, si en nuestra época de niñez ya nos reñían por estar todo el día delante del televisor y/o de la consola, en la actualidad hay que sumar las horas que un niño o menor puede pasar delante del ordenador, de un smartphone o de una tablet. No por el dispositivo en sí, sino porque con ese dispositivo tiene acceso a vídeos, música, comunicarse con sus amigos, familiares y compañeros de colegio…

Segunda dificultad para acotar la hiperconectividad. Niños y, especialmente, adolescentes, son seres sociales. Y precisamente en esas edades es cuando más tiempo quieren y/o necesitan la compañía de otros niños y adolescentes. De ahí que pasen tiempo en redes sociales y realicen actividades con amigos como ver vídeos juntos o jugar online. ¿Hasta qué punto podemos ir contracorriente? Dificultad a la que se añade que, precisamente por el intercambio social, las reglas de unos padres se comparan con las de otros padres. El clásico “a Fulanito le dejan jugar online hasta las 12 y vosotros solo hasta las 9”.

Aunque suena mejor sobre el papel que en la práctica, la mejor solución es buscar un equilibrio entre el tiempo que pasan conectados y el resto de actividades diarias. Colgar a la hiperconexión el cartel de peligroso sin entrar a valorar cómo emplea cada niño ese tiempo, tampoco conduce a nada. Y más si tenemos en cuenta que la prohibición total es aplazar un mal mayor cuando sea adulto: no estar familiarizado con tecnologías que serán, y son ya, imprescindibles para cualquier ámbito social.

La hiperconectividad se puede atajar en familia buscando el equilibrio
Fuente: Brand Factory Telefónica

La búsqueda constante del equilibrio

Cuándo y cómo introduzcamos al menor en determinadas prácticas o usos de tecnología dependerá de la madurez de cada niño y de su edad. Debemos tener en cuenta que algunas de esas tecnologías serán herramientas para aprender y/o, en su edad adulta, para trabajar. Cuanto más familiarizados estén, más ventajas competitivas tendrán. Eso sí, conviene saber cuándo y cómo acompañarles en ese aprendizaje y descubrimiento de tecnologías como los videojuegos, las pantallas o el juego online. La hiperconectividad puede ser inevitable pero no incontrolable.

Dosificar el uso de las tecnologías nos será más fácil si también les facilitamos actividades alternativas como practicar deportes, dentro o fuera del colegio o adquirir aficiones que tengan que ver con salir fuera o emplear elementos no tecnológicos. Lo que los expertos llaman desconexión digital. Lo mismo que un adulto hace cuando lleva mucho tiempo delante del ordenador trabajando o un niño o menor cuando lleva un buen rato estudiando. Pero queda claro que esas actividades alternativas deben ser elegidas. Forzar al menor a salir a pasear o a practicar un deporte que no le gusta tiene el fracaso asegurado.

¿Cómo saber si lo estamos haciendo bien? Los expertos suelen hablar de ciertas actitudes o comportamientos que nos alertan de una hiperconexión negativa. Cambios de conducta, comportamientos bruscos o violentos, irritabilidad por cosas sin importancia, ansiedad, enfrentamientos con los adultos sin venir a cuento u otras acciones que delaten la excesiva dependencia a determinado dispositivo…

Con todo, debemos ser conscientes que la realidad que viven nuestros hijos no es la misma que vivimos nosotros. Podemos transmitirles nuestros valores, conocimientos y actitudes, pero resulta inevitable que haya prácticas o hábitos asociados a la tecnología que nos choquen o consideremos excesivos. Muchos de nosotros somos anteriores al smartphone, algunos tardamos en tocar el primer ordenador y otros nunca han jugado a videojuegos.

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