Una investigación analiza la influencia de nuestra genética en las probabilidades de éxito que tengamos para dejar de fumar.
Dejar de fumar es uno de los propósitos más repetidos cada año. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, más de mil millones de personas consumen tabaco habitualmente, lo que se traduce en una grave amenaza para la salud pública. Fumar cigarrillos se relaciona con la aparición de cáncer de pulmón, trastornos cardiovasculares y otras enfermedades respiratorias. Aquellos que no consumen tabaco pero sí viven expuestos a sus sustancias nocivas también pueden sufrir problemas médicos similares.
Razones como estas llevan a muchos fumadores a plantearse que el fin de año es un buen momento para abandonar este hábito tan dañino. La adicción que causa el tabaco es tan grande que muchas veces limita nuestros deseos iniciales, por fuertes que sean. De acuerdo a la OMS, el asesoramiento y la medicación pueden duplicar «con creces» la probabilidad de que un fumador consiga abandonar el tabaco. Herramientas disuasorias como los mensajes y las imágenes en las cajetillas de cigarrillos también tratan de convencerles, una medida que según diversos estudios influye en la venta de tabaco.
Otras vías, como los impuestos o la prohibición de anuncios publicitarios, también sirven para desincentivar el consumo de cigarrillos. Pero a veces tampoco funciona. ¿Qué ocurre en estos casos? Una nueva investigación, publicada en la revista Translational Psychiatry, plantea que nuestra genética podría jugar un papel importante a la hora de dejar de fumar.
Los científicos de la Universidad de Zhejiang en China analizaron las variantes del gen ANKK1, situado muy cerca de otro gen que ayuda al cerebro a reconocer la dopamina. Este neurotransmisor juega un rol clave en la cognición, la actividad motora o los sistemas de recompensa. En ese sentido, drogas como el tabaco alteran los niveles de dopamina provocando adicción. Según los análisis de 11.151 fumadores actuales o pasados, las variantes genéticas de ANKK1 influían en la capacidad que tenían las personas en abandonar el tabaco.
En particular, su investigación determinó que la variante A2/A2 estaría correlacionada con mejores probabilidades de dejar de fumar. Por el contrario, aquellos voluntarios que presentaban A1/A2 o A1/A1 se asociaban con posibilidades menos halagüeñas de abandonar el tabaco. Aunque se trata de una mera relación estadística, lo cierto es que es la primera vez que se asocia dejar de fumar con una determinada variante genética, lo que puede ayudarnos a entender mejor nuestro cerebro y su funcionamiento ante las adicciones.
El trabajo puede servir para que los profesionales médicos adapten sus terapias para hacer que los pacientes puedan dejar de fumar. Abordar esta problemática desde la perspectiva de la genética debería servirnos para reducir las más de seis millones de muertes que el tabaco produce anualmente. Con el final de año, no está de más conocer este tipo de datos para comprender mejor por qué debemos dejar de fumar lo antes posible.
Imágenes | Paolo Neo (Wikimedia), Valentin Ottone (Flickr)