Hace unos días, dedicábamos algunos minutos a hablar de Kinect y cómo este dispositivo de Microsoft que había sido concebido para jugar se convirtió en una potente plataforma para desarrollar proyectos basados en la visión artificial que, en muchos casos, nada tenían que ver con el mundo de los videojuegos. Gracias a la inquietud por investigar de un buen número de desarrolladores, Microsoft ha descubierto una línea de negocio que ni tan siquiera se había imaginado.
La creatividad, la inquietud por investigar y la mejora continua son algunos de los pilares sobre los que se apoyan muchos proyectos tecnológicos que, a lo largo de los años, se han ido materializando en dispositivos y tecnologías, hoy en día al alcance de nuestra mano. Vivimos en un entorno en el que podemos interactuar con un amplio abanico de dispositivos mediante controles remotos donde, incluso, existen aviones no tripulados que son controlados a distancia por un piloto sentado detrás de un ordenador y donde, además, una computadora llamada Watson es capaz de concursar en un programa de televisión de preguntas y respuestas.
Hoy en día muchos de estos avances nos siguen sorprendiendo y, de hecho, a nadie se le pasaría por la cabeza que, quizás, en los primeros años del siglo XX algunos de estos conceptos que hoy nos llaman la atención comenzasen a ser desarrollados por una de las mentes más brillantes que ha tenido el mundo de la ingeniería en España: Leonardo Torres Quevedo, un ingeniero de caminos, matemático, visionario e inventor español que desarrolló su actividad a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Leonardo Torres Quevedo
Leonardo Torres Quevedo es un personaje muy importante en el ámbito de la ingeniería española porque su trabajo abarcó un amplio abanico de campos. Desarrolló proyectos en el sector de la aeronáutica, el transporte, el control remoto, la computación y la inteligencia artificial; todo un pionero para su época que, a día de hoy, podría considerase precursor del espíritu hacker que se desarrollaría en el MIT en los años 50.
Torres Quevedo nació el 28 de diciembre de 1852 en Santa Cruz de Iguña (Cantabria) y, dado que su padre era ingeniero de Caminos (primero en Bilbao y luego en Madrid), tras terminar sus estudios de bachillerato, ingresaría en la Escuela Oficial del Cuerpo de Ingenieros de Caminos en 1871, para graduarse, cuarto de su promoción, en 1876. Tras terminar sus estudios comienza a trabajar para la misma empresa e ferrocarriles en la que trabajaba su padre pero, poco tiempo después, abandonaría su puesto y viajaría por Europa para conocer los avances tecnológicos y científicos que se estaban desarrollando fuera de España, especialmente los relacionados con la electricidad.
A su regreso a España, Torres Quevedo se instalaría en Santander y, desde ahí, centraría su trabajo en el estudio y la investigación, actividades que marcarían el resto de su vida. Uno de los primeros trabajos en los que se centró Torres Quevedo fueron los transbordadores, es decir, plataformas suspendidas por cables que servían para cruzar ríos o salvar un valle entre montañas sin necesidad de construir un puente. Si bien sus primeros trabajos, realizados en 1887 y presentados en 1890 en Suiza, no fueron aceptados, su gran éxito llegaría en 1916 con el Spanish Aerocar, un transbordador suspendido que cruza las cataratas del Niágara y que sigue funcionando desde 1913. A día de hoy, es una de las grandes atracciones turísticas de la zona.
En el año 1889 se traslada a Madrid y se mete de lleno en la vida literaria y científica de la capital de España: comienza a trabajar en el campo de la computación y la inteligencia artificial. En la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales presenta su obra «Memoria sobre las máquinas algébricas» que junto a «Sur les machines algébriques», presentado en Burdeos en 1895, y «Machines a calculer», presentado en la Academia de Ciencias de París en el año 1900, representa la base de los trabajos de Torres Quevedo enfocados en el desarrollo de las primeras calculadoras digitales.
En 1902, Leonardo Torres Quevedo presentaría en las Academias de Ciencias de Madrid y París una memoria en la que describe un proyecto de globo dirigible que, años más tarde, daría pie a la construcción del primer dirigible del Servicio de Aerostación Militar del Ejército, el dirigible España; y en 1903 presentaría la patente de uno de los inventos más importantes en los que trabajó: el telekino. A partir de ahí, Torres Quevedo haría una incursión en un terreno prácticamente desconocido, el de la automática y la inteligencia artificial aunque, claro está, sus trabajos en este campo están muy por detrás de las bases que sentaría Alan Turing a finales de la década de los años 40. Durante esta época, entre 1912 y 1914, se sitúan proyectos como El Ajedrecista y su trabajo titulado «Ensayos sobre Automática».
Durante sus últimos años de carrera, Torres Quevedo llegó a formar parte de la Real Academia Española (ocupando el sillón que había dejado vacante Benito Pérez Galdós), fue elegido Presidente de la Sociedad Matemática Española, Doctor Honoris Causa por la Sorbona de París y Miembro Asociado de la Academia de Ciencias de París.
Torres Quevedo moriría en Madrid el 18 de diciembre de 1936, diez días antes de cumplir 84 años.
Viendo estos retazos de su vida, uno se da cuenta de la capacidad que tenía Torres Quevedo para adentrarse en cualquier ámbito del mundo de la ingeniería donde sus ganas de explorar y adquirir conocimiento le llevaron a ser un pionero en múltiples campos; un hecho que podemos comprender aún mejor con algunos de sus proyectos tecnológicos más destacados.
El Telekino
El Telekino fue uno de los primeros controles remotos de la historia y, concretamente, se utilizó para transformar un pequeño bote en un barco no tripulado, es decir, un dron que vería la luz en el año 1906. Este control remoto surgió dentro de los trabajos que Torres Quevedo realizó en el ámbito de la aeroestática, es decir, en la construcción de dirigibles y globos. A la hora de realizar pruebas funcionales, no siempre era fácil encontrar un piloto que estuviese dispuesto a asumir los riesgos de una nave experimental así que, con la idea de solventar el problema, comenzó a pensar en un control remoto que diseñaría entre 1901 y 1902.
Este sistema de control remoto, cuyo nombre significaba movimiento a distancia, era un autómata que ejecutaba las órdenes que recibía codificadas en una señal de radio y con las que controlaba sistemas electromecánicos; unas especificaciones que Torres Quevedo presentaría en 1903 en la Academia de Ciencias de París junto a una demostración práctica y que le servirían para patentar el sistema en España, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos.
Según el texto registrado en la patente, el Telekino se definía como:
Consiste en un sistema telegráfico, con o sin cables, cuyo receptor fija la posición de un interruptor que maneja un servomotor que acciona algún tipo de mecanismo
Además de ser uno de los primeros controles remotos de la historia, fue también uno de los primeros sistemas en utilizar una codificación digital, es decir, se usaban símbolos binarios para codificar las órdenes (un modelo que Torres Quevedo había tomado del telégrafo).
Entre 1904 y 1905, Torres Quevedo trabajaría en el perfeccionamiento del sistema y realizaría varios experimentos con pequeños botes en la costa de Bilbao y los manejaría a distancia. De hecho, tal fue el impacto e importancia del Telekino que el 6 de septiembre de 1906, Leonardo Torres Quevedo realizaría una demostración ante multitud de espectadores y, entre ellos, el rey Alfonso XIII donde les mostraría cómo el Telekino podía permitir a alguien gobernar a distancia un pequeño barco.
Tras el éxito de la presentación al rey, Torres Quevedo intentó trasladar el concepto del Telekino al ámbito militar con la idea de controlar a distancia los torpedos y los proyectiles pero, al final, no pudo encontrar financiación para el proyecto y tuvo que abandonarlo: el Telekino terminó quedándose en el olvido.
Ha tenido que pasar prácticamente un siglo hasta que en el año 2006, el IEEE (Institute of Electrical and Electronics Engineers) reconociese al Telekino como uno de los grandes hitos de la ingeniería a nivel mundial.
El Ajedrecista
El juego del ajedrez siempre ha estado vinculado al ámbito de la inteligencia artificial y la computación. De hecho, en 1950, Claude Shannon fue uno de los primeros en publicar un estudio sobre esta materia y, seguramente, todo el mundo recordará la partida de ajedrez entre Deep Blue y Gary Kaspárov en 1996. Sin embargo, entre 1910 y 1912, Leonardo Torres Quevedo construyó una máquina, llamada El Ajedrecista, que era capaz de jugar a un juego simplificado de ajedrez contra un oponente humano.
El Ajedrecista era un autómata electromecánico que jugaba con dos piezas (el rey y la torre de color blanco) contra un humano y estaba programada con un algoritmo que le permitía ganar en 63 movimientos. Si el planteamiento es sorprendente, lo es más al conocer que el sistema era totalmente analógico y estaba formado por sensores que detectaban la posición de las piezas y un brazo mecánico que movía las fichas blancas controladas por El Ajedrecista. Conectando cada casilla a unos cables que formaban un circuito abierto y cerrándolo con una pieza metálica situada en la base de las piezas, el sistema era capaz de detectar las fichas sobre el tablero y realizar el cálculo del movimiento para buscar el «jaque al rey» y, en el caso de conseguirlo, se activaba un disco fonográfico que reproducía dicha frase o un «jaque mate» si se llegaba al fin del juego.
El Ajedrecista se presentó en la Feria de París de 1914 y causó una gran sensación, hasta el punto de salir en la revista Scientific American en 1915 en un artículo titulado «Torres and His Remarkable Automatic Device» y, muchos años después, Norbert Wiener, padre del término cibernética, reconocería a Torres Quevedo y al Ajedrecista como uno de los precursores de la cibernética y la computación durante el Congreso de Cibernética de París de 1951.