El diagnóstico precoz de un tumor maligno es clave para tratarlo a tiempo y curar al paciente. Éstas son las pruebas más comunes en la detección del cáncer.
Nuestro organismo está formado por un conjunto de células invisibles a simple vista. Se agrupan formando tejidos, y éstos a su vez, dan lugar a los órganos que son las piezas básicas de complejos sistemas con los que podemos respirar, pensar o digerir los alimentos que tomamos. Estas células han de dividirse para reemplazar a aquellas ya envejecidas o muertas, y así mantener en equilibrio el funcionamiento óptimo del organismo. En ocasiones, los mecanismos de control fallan y es entonces cuando hablamos de cáncer.
Si las células comienzan a dividirse descontroladamente, pueden dar lugar a tumores. En el caso de que éstos tengan la capacidad de invadir (es decir, producir metástasis) y destruir otros tejidos, estos tumores serán malignos. El problema del cáncer es que existen múltiples tipos, en función de qué zona esté afectada y cuáles sean los factores moleculares implicados en su desarrollo.
Una pregunta recurrente de muchos pacientes es, sin duda, conocer cómo puede detectarse la aparición de neoplasias malignas. Y no hay duda, como explican desde la Asociación Española contra el Cáncer, esta enfermedad se trata como «una más» a la hora del diagnóstico. Los profesionales médicos deben primero evaluar la historia clínica del paciente, con el objetivo de estudiar los antecedentes familiares o personales, así como conocer sus hábitos de vida.
Tras este análisis inicial, y ante las primeras sospechas de estar ante un tumor maligno, la detección del cáncer se basa principalmente en tres tipos de pruebas: analíticas (sangre, orina, etc.), estudios de imagen y evaluación directa de los tejidos afectados.
Biomarcadores: las pistas moleculares para detectar el cáncer
En el primer caso, los análisis de sangre pueden ser claras muestras de que algo en nuestro organismo no va bien. El estudio de diversos biomarcadores (como la proteína CA-125 en el cáncer de ovario, PSA en cáncer de próstata o CEA en cáncer de colon), puede ser buenas pistas para diagnosticar la enfermedad, y en algunos casos, ayudar a planificar el tratamiento.
Estos marcadores son sustancias que se encuentran en tejidos o líquidos como la sangre o la orina, y que son producidos por las células benignas, aunque en cantidades mucho menores que en el caso de las células cancerosas. Su análisis es fundamental, y de hecho cada vez son más los centros y compañías especializadas en el diagnóstico molecular (se calcula que sólo en Estados Unidos este mercado alcanzará los 11,46 millones de dólares en 2017).
Fotografiar el tumor puede resultar clave
En el caso de los estudios de biomarcadores a través de análisis de sangre o de orina, contamos con pistas «indirectas», que no siempre ofrecen buenos resultados. En ocasiones, las células benignas pueden producir de manera anormal ciertos marcadores moleculares, sin que esto signifique que hayamos desarrollado un tumor. Otra veces, en fases tempranas del desarrollo del cáncer, no es tan sencillo determinar anormalidades en los análisis antes mencionados.
¿Qué hacer entonces? La medicina, por fortuna, ha desarrollado estudios de imagen que pueden resultar muy útiles para identificar la masa tumoral. Mediante la radiografía de rayos X, por ejemplo, vemos a los huesos como zonas blancas y a los órganos con aire (como los pulmones) como grandes bolsas oscuras. La mamografía también es un tipo de radiografía, imprescindible en este caso en la detección y el diagnóstico del cáncer de mama.
Otras pruebas de imagen, tales como la resonancia magnética nuclear o la tomografía computerizada (escáner) pueden realizarse administrando contraste, dado que las células tumorales captan más esta sustancia que las células sanas del paciente. En el caso de la gammagrafía se usan radioisótopos (de yodo o tecnecio), y nos permite ver lesiones muy pequeñas. Existen otras formas de «fotografiar» la posible existencia de tumores, como pueden ser la ecografía, la endoscopia y otros tipos de tomografía.
Hacer visibles las células invisibles del tumor
Como explicábamos al principio, nuestras células (tanto las sanas como las tumorales) son invisibles a simple vista, por lo que para comprobar cómo son necesitamos la ayuda de un microscopio. El análisis microscópico del tejido, extraído del paciente mediante una biopsia (o citología en el caso de exámenes ginecológicos), será el que confirme o descarte la malignidad.
Las muestras que el patólogo debe examinar son sometidas en ocasiones a otros ensayos (más allá del análisis microscópico de las células). Métodos como la inmunohistoquímica, la hibridación in situ por fluorescencia (como la imagen superior) o la RT-PCR buscan ahondar en el interior de las propias células «sospechosas», evaluando los cromosomas o las propias secuencias genéticas para confirmar o desmentir el diagnóstico.
No hay duda de que en los últimos años, la investigación ha logrado avances importantísimos en la detección del cáncer. El diagnóstico precoz de esta enfermedad es clave para combatirla, y así garantizar la supervivencia y curación total de los pacientes afectados. La I+D sigue resultando imprescindible para desarrollar nuevas tecnologías biomédicas que nos permitan seguir ganando la batalla al cáncer.
Imágenes | Wellcome Images (Flickr), U.S. Navy (Wikimedia), PlayPress (Flickr), Stefan Müller (Wikimedia)