Theo Jansen, creador de criaturas que viven del aire

“Sumamente aterrador sería el efecto de cualquier intento humano por burlar el formidable mecanismo del Creador del Mundo”, escribía Mary Shelley en la introducción a la edición de 1831 de su clásico Frankenstein o el moderno Prometeo, pero parece ser que el artista holandés Theo Jansen decidió ya hace años transgredir todos los límites de las leyes naturales cuando comenzó a construir sus Strandbeest o bestias de playa en la costas de su país.

Bromas aparte, lo cierto es que Jansen se refiere a sus autómatas eólicos como seres vivos que incluso incorporan una carga genética y que se reproducen y mueren, lo que generalmente se conoce como vida artificial, es decir, una forma del arte y de la ciencia de aproximarse a la complejidad de lo vivo. Precisamente, el Espacio Fundación Telefónica de Madrid exhibe hasta el 17 de enero una muestra de su bestiario en la exposición Theo Jansen, Asombrosas criaturas.

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Estos animales mecánicos son grandes esqueletos construidos de tubos de PVC, dotados de velas, para recoger la fuerza del viento, y de cigüeñales que transforman esa energía en movimiento. Estéticamente asemejan inmensos insectos autopropulsados por numerosas patas que se mueven ordenadamente.

El método de trabajo de Theo Jansen siempre es el mismo: cada invierno construye un ser nuevo que perfecciona las virtudes de su predecesor. Al llegar el verano, lo lleva a las playas cercanas a su estudio para experimentar su movimiento. Al finalizar el año de vida de la Strandbeest, la devuelve a su estudio en donde la clasifica como “fósil” y comienza el diseño de la siguiente.

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Trece de estos fósiles se pueden visitar en el Espacio Fundación Telefónica, dos de los cuales son “reanimados” con aire comprimido por el autor para que el público pueda apreciar su gracioso movimiento.

Jansen inició los estudios de física en su Holanda natal, pero los abandonó para dedicarse a pintar. No obstante, el mundo de las máquinas autómatas le obsesionaba hasta tal punto que llegó a inventar un ingenio que pintaba de noche y que dejaba de pintar con la luz del día.

También relata en sus intervenciones públicas que hacia 1980 construyó un platillo volante que surcó los cielos de la ciudad de Deft atrayendo la atracción de los medios de comunicación holandeses. La mecánica y la experimentación forman desde siempre parte de la naturaleza de Theo Jansen.

El artista intuyó las Strandbeest en una columna periodística que escribió en 1990 para el diario Volkskrant, en la que planteaba una posible solución a la subida del nivel del mar, una preocupación constante en los Países Bajos. A su juicio, se trataba de reforzar las dunas para frenar de forma natural la invasión de las aguas: “por tanto, la gran cuestión es: ¿cómo hacer llegar más granitos de arena a nuestras dunas?”.

Y la respuesta a esta pregunta venía de la mano de “unos animales que removieran continuamente la arena de nuestras playas, que la arrojaran al aire, para que, a continuación, el viento se encargara de llevarla hasta las dunas”. Este planteamiento teórico ya se materializaba en dos bestias primigenias: El rulo playero y el El cavadunas. Esta denominación tan abiertamente chabacana pronto derivaría en nombre seudocientíficos en latín macarrónico que le darían a estas construcciones de tubos un aura darwiniana.

Jansen compra ese mismo año tubos de PVC, de los que se utilizan para el cableado eléctrico, y comienza a jugar con ellos, examinado sus posibilidades materiales como osamenta de construcción de las futuras bestias. Él insiste en que jugó con dichos tubos hasta crear “nuevas formas de vida”.

Pero la creación de las Strandbeests, la simulación de la vida en versión artificial, requería mucho más que construir un mecano de tubos de plástico. Otra de las cosas que desarrolló Theo Jansen fue un sistema para convertir la energía procedente del viento en movimiento, o lo que es lo mismo, una articulación móvil que transforma el movimiento circular de una pieza en los pasos rectos de la bestia de playa.

La otra cuestión era la longitud de las piezas, es decir los tubos, que componen las bestias, lo que Jansen llama “el código genético” de sus creaciones. A través de una aplicación informática, el artista llegó hasta trece números, el denominado “algoritmo genético”, que establece las dimensiones óptimas de sus bestias para que funcionen correctamente.

Esos trece números que Theo Jansen publicó en su web han servido a estudiantes de todo el mundo para desarrollar sus propias bestias sobre los diseños originales. Para el autor, ésta es la forma en que se reproducen sus formas de vida artificial. Incluso un grupo de estudiantes le visitó en su estudio para regalarle uno de los animales basado en su algoritmo ¡nacido entero de una impresora en 3D!

Los esqueletos de tubos de Jansen, sus bestias, todas tienen una denominación seudocientífica. Los que pueblan la tercera planta del Espacio Fundación Telefónica responden a nombres como Ordis, Currens Vaporis, Currens Ventosa, Rhinoceros Tabulae o Percipiere Primus. La mayoría son fósiles, obras que el autor ha condenado a la inactividad, y algunas de ellas son revividas con botellas de aire comprimido para pasear por la exposición.

Arte y ciencia en la creación de este genial holandés, cuya obsesión por la mecánica y la cinética nos trae a la mente otra cita del libro Frankenstein de Mary Shelley con el que habríamos este texto: «Quien no haya experimentado la seducción que la ciencia ejerce sobre una persona, jamás comprenderá su tiranía.»

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