La muerte de Marvin Minsky deja huérfana la investigación en inteligencia artificial. Este es el legado del hombre que soñó con máquinas tan inteligentes como nuestro cerebro.
El pasado 25 de enero, el MIT comunicaba oficialmente la triste noticia. Marvin Minsky, considerado como padre de la inteligencia artificial, fallecía a la edad de 88 años. Se marchaba así un investigador pionero, profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts y fundador del laboratorio de ciencias de la computación de la institución, también conocido como CSAIL. El primer científico en sentar las bases de la inteligencia artificial fue, sin lugar a dudas, Alan Turing. Pero Minsky fue capaz de desarrollar estos pilares iniciales, planteando que un mayor conocimiento del cerebro permitiría crear máquinas más inteligentes. Parte de estos postulados pueden encontrarse hoy en iniciativas como el Human Brain Project, destinado a revelar algunos de los secretos de nuestra mente.
El científico definía la inteligencia artificial como «la ciencia de hacer que las máquinas hagan cosas que requerirían inteligencia si las hubiera hecho un ser humano». En el laboratorio CSAIL desarrolló invenciones como unas manos robóticas que podían manipular objetos, un escáner visual, el microscopio confocal todavía hoy empleado en ciencia o redes neuronales con capacidad para aprender. Este tipo de aplicaciones fueron creadas entre la década de los cincuenta y de los sesenta, ayudando a moldear el concepto actual de inteligencia artificial.
Minsky estaba convencido de que algún día lograríamos desarrollar máquinas tan inteligentes como nuestro cerebro. Pero en los años posteriores, con las limitaciones presupuestarias existentes, el científico se mostró menos optimista respecto a estos hipotéticos resultados. «El tiempo que lleve dependerá del número de personas que trabajen en los problemas correctos. Ahora mismo no hay ni recursos ni investigadores suficientes», afirmaba.
El gran legado de Marvin Minsky, según el jurado de los Premios Fundación BBVA Frontera del Conocimiento, se centró en el desarrollo de la inteligencia artificial gracias a sus «trabajos sobre el aprendizaje de las máquinas en sistemas que integran la robótica, el lenguaje, la percepción y la planificación además de la representación del conocimiento basada en marcos (frames)». Su figura fue clave para entender la transformación que vivieron los primeros ordenadores -aquellas enormes calculadoras que se usaban en computación- para dar lugar a los ordenadores presentes en la tecnología que utilizamos a diario.
Marvin Minsky también ayudó a producir obras tan conocidas como 2001, una odisea del espacio y Parque Jurásico. Su colaboración con Stanley Kubrick primero sirvió para crear el mítico ordenador HAL que se rebelaba contra los seres humanos, como recordaba Nuño Domínguez en El País. En el caso de la famosa novela de Crichton, Minsky inspiró al escritor al conversar con él sobre células, dinosaurios y ADN. Un diálogo sin el que no hubiera visto la luz uno de los grandes libros de la ciencia ficción reciente.
La investigación en inteligencia artificial se queda huérfana con el fallecimiento de Marvin Minsky. Pero su trabajo ayudó a entender que, algún día, las máquinas deberán mimetizar el funcionamiento de nuestro cerebro. En otras palabras, no solo tendrán que ser inteligentes sino dotarse de sentido común, que no es otra cosa que el conocimiento aprendido con la experiencia. Como dijo uno de sus discípulos en el MIT, «vivimos, por lo que aprendemos todo el tiempo, día y noche, siempre que queramos».