Uno de los recursos más socorridos de la retórica futurística en la ficción ha sido desde siempre la capacidad de utilizar la mente para dar órdenes. En su saga de la Fundación, Isaac Asimov pone incluso por encima de la tecnología el desarrollo mental como forma de progreso y control. Dejando aparte las licencias literarias y los vuelos de la imaginación, en estos momentos ya existen algunos dispositivos que permiten la comunicación directa entre el cerebro y un ordenador.
Las interfaces cerebrales se están probando en laboratorios de varios países y los avances en este campo anuncian sonados progresos en medicina. No en vano la Unión Europea ha aprobado destinar 1.000 millones de euros al programa Human Brain Project, con el fin de conocer el funcionamiento de este órgano por medio de simulaciones. Pero por lo general, las interfaces cerebrales resultan invasivas para el usuario, al constar de dispositivos que han de implantarse directamente en los tejidos, así como cables para transmitir la información a un ordenador.
De esta forma se han creado dispositivos capaces de ‘leer la mente’ en cierto modo, pero sus métodos son muy intrusivos. Incluso la interfaz construida recientemente por científicos de la Universidad de Brown, en Rhode Island (Estados Unidos), que es inalámbrica y libra al usuario de estar permanentemente ligado a la máquina receptora de la señal, requiere de un implante en el cerebro. Con el inconveniente del recalentamiento de la batería, que se atenúa refrescando la zona específica de la cabeza con agua.
Hay otros dispositivos, sin embargo, mucho menos experimentales y que ya han aterrizado en el mercado. NeuroSky es una compañía de Silicon Valley especializada en tecnología que conecta con el cerebro. Su producto MindSet es un sensor, similar a unos auriculares (algo aparatosos), que reconoce ondas cerebrales y es capaz de enviarlas a una máquina en forma de información inteligible para los ordenadores. Se comercializa desde el año 2009, pero hasta ahora se ha utilizado sobre todo para educación y entretenimiento. Su capacidad no es comparable a las interfaces experimentales de los laboratorios, pero se puede trabajar sobre el dispositivo. Esto es precisamente lo que ha hecho el profesor John Chuang, de la University of California Berkeley School of Information.
http://www.youtube.com/watch?v=CV411vt_51w
Los pensamientos: la contraseña más segura
El profesor Chuang, junto al estudiante de ingeniería e informática Charles Wang, ha investigado los usos que el MindSet de Neurosky puede tener en el campo de la seguridad digital. El resultado ha sido un sistema de autenticación basado en ondas cerebrales. Sus creadores afirman que podría servir para sustituir a los actuales métodos, basados en la introducción de contraseñas de forma manual.
El dispositivo detecta las ondas cerebrales que una persona emite, por lo que había medio camino recorrido. La otra parte era crear un sistema para que los ordenadores pudieran reconocer estas señales. De esta forma, un usuario puede acceder a una cuenta personal mediante una contraseña que se comunica a través del pensamiento. Por este motivo, los científicos han bautizado su método como ‘passthounghts’, modificando el término ‘password’, de manera que ‘palabra’ se cambia por ‘pensamientos’.
El MindSet (cuyo precio está en los 199 dólares) se conecta al ordenador mediante bluetooth y así transmite las ondas cerebrales. Los ‘pensamientos’ que se convierten en la contraseña pueden ser desde visualizar una imagen popular, como la Estatua de la Libertad o centrarse en un secreto personal que nadie más conoce. Sin embargo, aunque otra persona quisiera entrar a la cuenta protegida y supiera qué es lo que tiene que pensar, no serviría de nada. Las ondas cerebrales son únicas en cada persona, por lo que es imposible la suplantación de identidad, una de las amenazas de seguridad más comunes en la Red.
El experimento
Los científicos probaron su sistema con un experimento en el que participaron varios voluntarios. Éstos tuvieron que realizar diferentes tareas mentales. Una parte de ellas era común a todos los asistentes, mientras que otras eran personalizadas. Entre las primeras, se les pidió que centraran su atención en su respiración o que imaginaran el movimiento de un dedo de arriba abajo.
Los siguientes requerimientos ya fueron más diversos. Los participantes tenían que imaginar de forma repetida un movimiento que se produjera en un deporte a su elección. Otra de tareas consistió en concentrarse en un objeto durante diez segundos. Toda esta información fue analizada por los investigadores y llegaron a la conclusión de que se podía identificar a cada persona por sus ondas cerebrales, lo que dado la vuelta significaba que cualquiera de los participantes podría demostrar su identidad a través de este método.