Los delfines se convierten en la solución definitiva para la enfermedad del buzo

Descubren el misterio oculto en especies marinas como los delfines, capaces de atrapar las burbujas de nitrógeno que se forman, evitando así que entren en las articulaciones y bloqueen el suministro de sangre a los órganos.

Dentro del pecho de los delfines y ballenas dentadas reside un misterio anatómico: un laberinto de pequeños vasos sanguíneos llamado «rector torácico». Joy Reidenberg, anatomista de la Escuela de Medicina Icahn de Mount Sinai, cree haber resuelto el misterio de su existencia. Si tiene razón, podría ser la clave para desarrollar un dispositivo que pueda prevenir la enfermedad del buzo.

Esta especie marina logra zambullirse y regresar de manera segura desde las profundidades de los océanos. Esa creciente comprensión de la anatomía de los delfines, las ballenas, las tortugas y los peces nos permite soñar con encontrar la manera de bucear más profundo, más rápido y con una mayor seguridad.

Experimentos para evitar la enfermedad del buzo

Para ello, Reidenberg examinó 10 delfines y marsopas muertas y varados en tierra con el propósito de rastrear las conexiones entre los misteriosos vasos sanguíneos y el resto de las anatomías de los animales. Lo que descubrió fue **una red que podría funcionar como una especie de «clasificadora» de gases, capaces de atrapar las burbujas de nitrógeno que se forman. Esto, a su vez, evita que entren en las articulaciones y bloquee el suministro de sangre a los órganos, lo que puede causar enfermedades letales por descompresión, también conocidas como la enfermedad del buzo.

«Este documento abre una ventana a través de la cual podemos tomar una nueva perspectiva», ha señalado Michael Moore, director del Centro de Mamíferos Marinos de la Institución Oceanográfica Woods Hole de Massachusetts.

Un reciente estudio, publicado en la revista Proceedings of the Royal Society B., determinó que la inusual arquitectura y funcionalidad del sistema respiratorio de ballenas y delfines les permite que, de manera activa, y no fundamentalmente pasiva como se pensaba hasta ahora, puedan disminuir la absorción de elevadas cantidades de nitrógeno durante el buceo y minimizar el riesgo de sufrir la enfermedad asociada al embolismo gas.

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