Las paredes de las cuevas y los pigmentos naturales fueron nuestros mejores lienzos para las primeras expresiones artísticas, que ahora se plasman a golpe de software y algoritmo.
Uno de los objetivos del arte, aparte del universalmente aceptado de complacer a los sentidos, es el de impactar, hacer reflexionar, y hacer sentir. Transmitir emociones. Calma o ira. Tristeza o felicidad. Decadencia u orgullo.
A través de pinceles y óleos, pigmentos, instrumentos que vibran por aire (o por electricidad), rollos de película, ríos de tinta, caminos de papel, hemos expresado a lo largo de la historia las más diversas inquietudes y emociones, en una simbiosis con los medios que el artista ha tenido a su alcance.
Comenzamos pintando en la roca con arcillas, sangre, y la necesidad de transmitir y comunicar, y continuamos expresándonos con los nuevos métodos e instrumentos que iban surgiendo.
Nuevos soportes en los museos
De hecho, hemos creado arte con todo. Absolutamente con todo. Arena, hielo, cáscaras de mejillones o de huevos, como en el caso de Marcel Broodthaers, fluidos corporales, objetos cotidianos, basura. Así pues, lo más natural era que drones, luces leds, e incluso la web (el llamado Net art), incursionaran en los museos.
Estas nuevas manifestaciones artísticas no buscan sólo el ars gratia artis, el arte por el arte, sino que, bebiendo de las corrientes sociales que hoy se imponen, anhelan ser interactivas y fidelizar al público en una sinergia de plataformas y contenidos.
La interacción, la característica más valiosa quizá que el nuevo arte brinda al artista, es el principal elemento de muchas de las obras que, buscando ese diálogo, encontramos no sólo en salas de museos, pero también en calles, plazas, ordenadores y dispositivos móviles.
Artistas 4.0
Christophe Bruno es uno de estos artistas 4.0, que trabaja sobre Google como si de un lienzo sobre un caballete se tratara. Una de sus obras, Human Browser, se basa en performances en las que, a través de Wi-Fi, se alteran las funciones utilitarias de Google, intercambiando la interfaz tecnológica por otra que conocemos bien: la humana. A través de Human Browser, y otras performances basadas en Internet y nuevas tecnologías, Bruno busca mostrar aquellas dimensiones de la web más ignoradas. La empatía y la descontextualización, claves en sus creaciones.
Olafur Eliasson es otro artista que halla en las nuevas tecnologías a sus musas. Su taller, que él prefiere llamar estudio-laboratorio, está habitado por creaciones mestizas de naturaleza y tecnología. En ellas, la ciencia, la temporalidad y el espacio forman un solo ente. The Weather Project es uno de sus proyectos más emblemáticos; en el 2003 logró que la Tate Modern se iluminara con un enorme sol amaneciendo, creado a partir de luces monofrecuencia, aluminio, andamios, entre otros materiales. El Ice Watch Paris es otra de sus obras más representativas, una llamada de atención (hecha de nieve comprimida de agua destilada) sobre el calentamiento global y el deshielo, instalada en el Panteón de París.
Robots diseñadores son la creación de Patrick Tresset, que no realiza instalaciones, ni performances. Su obra son, más bien, agentes que realizan las obras por él. Y es que Tresset, que es informático, comenzó creando un robot dotado de un brazo articulado con una cámara, capaz de realizar sus propios dibujos. Paul, que es como se llama el robot alter ego de Rembrandt, está especializado en los retratos y cuenta con un estilo muy personal, “pero gracias a su vertiente frágil y rudimentaria, se convierte él mismo en una obra de arte”, como lo ha definido Oliver Deussen, profesor de Computer Graphics y Media Informatics en la Universidad de Constanza (Alemania).
El colectivo alemán Robotlab se sirve también de la robótica para desarrollar sus obras de arte; grandes murales de 6 x 2 metros ricos en detalles y de gran precisión. Estos robots industriales dibujan durante meses en procesos ininterrumpidos sobre las instrucciones que el colectivo elabora en forma de algoritmos.
Sobre tecnología 3D trabajan el japonés Shiro Takatani y el sueco Christina Partos, gracias a la que crean estructuras de agua. Matriz líquida 3D, en particular, es la secuencia de programas que operan sobre 900 electroválvulas para dar vida a sus esculturas hídricas en 3D, de fascinantes formas.
Los españoles MID (Media Interactive Design), por su parte, desarrollan proyectos de “creatividad multidisciplinar”, como ellos los definen. En su laboratorio compuesto por diseñadores, ingenieros, artistas, programadores, arquitectos, científicos, músicos y project managers, dan vida a creaciones tan interesantes como Corazones conectados, o la Piñata tweets.
A través de proyección led y washer led, y software customizado para control de imagen e iluminación sincronizada, Corazones conectados enciende el célebre obelisco de Buenos Aires a partir de las pulsaciones de los ciudadanos. Con cada latido de los usuarios, la instalación además mide el nivel de colesterol.
Piñata, por su parte, fue un proyecto para el Festival Internacional de Benicàssim (FIB) basado en hardware y software customizado que opera sobre una base de datos, que gracias al uso de determinados tweets se iba inflando hasta explotar y liberar una lluvia de gominolas entre los asistentes.
Theo Jansen no podía faltar en esta galería. Sus obras, elaboradas a partir de residuos industriales (tubos, plásticos, y otros desechos), conjugan hibridación y evolución darwiniana, en un proceso de materialización del imaginario Janseniano. Las criaturas nacen primero de un algoritmo, eclosionando de números, y a partir de una simulación por ordenador en la que se visualiza cuáles son las más fuertes y rápidos, Jansen decide cuáles traer físicamente a la vida.
Las creaciones de Jansen, mitad pterodáctilo mitad araña con un puntillo de ciempiés, se desplazan a golpe de ráfagas de viento.
La inteligencia artificial pasa a ser, también, belleza artificial.