El español Jerónimo de Ayanz fue precursor de ingenios como la máquina de vapor, un traje de buzo e incluso un submarino en la época de Felipe II y Felipe III.
Existe la figura del prolífico inventor, el adelantado a su tiempo, que tuvo una actividad febril y visionaria durante su vida y que, sin embargo, tras su muerte sus trabajos quedan como una suma en el olvido. Es el caso de Jerónimo de Ayanz y Beaumont, un personaje ilustre en su tiempo, militar, comendador, gobernador, entre otros empleos, cuya mente brillante inventó ingenios adelantados a su época, desafiando el conocimiento científico que regía a finales del siglo XVI.
El diseño primitivo de una máquina de vapor, ingenios para operaciones metalúrgicas, un traje de buzo y hasta un submarino se cuentan entre los logros de Jerónimo de Ayanz, a quien Felipe III le reconoció ‘privilegios de invención’ (el equivalente a las patentes actuales) sobre 48 artilugios.
Nacido en una buena familia de Navarra en 1553, Jerónimo de Ayanz vino al mundo tres años antes de que Felipe II subiera al trono, cuando España era la potencia hegemónica europea y comenzaba a explotar las minas de oro y plata del nuevo continente. Al ser el segundo hijo le tocaba emprender la carrera militar o la cortesana. Se instruyó tanto en las artes marciales como en las letras y en matemáticas.
De joven Jerónimo participó en algunas de las muchas campañas militares en las que se embarcó el Reino de España, pasando por Flandes, Lombardía o Portugal. Las crónicas cuentan que en Flandes destacó por su valor y su fuerza, alcanzando la fama, algo que Lope de Vega reflejaría en una comedia, ‘Lo que pasa en una tarde’. Jugó su propio papel en la defensa de La Coruña cuando los ingleses comandados por Francis Drakke invadieron la ciudad.
Jerónimo se ganó la confianza del rey con sus acciones y fue nombrado comendador de la Orden de Calatrava, un puesto para el que antes tuvo que nombrarlo caballero de dicha orden. Tras diferentes responsabilidades, Felipe II lo nombró administrador general de las minas del reino. Y aquí es donde empieza su verdadera carrera inventora.
Jerónimo de Ayanz, un solucionador nato
Su puesto como administrador general de las minas del reino conllevaba la responsabilidad de gestionar con la máxima eficacia las en torno a 550 explotaciones que había en España, más las que se habían abierto en América. Pero también le brindaba la oportunidad de buscar soluciones técnicas a los problemas que tenían estas minas.
El primer gran invento vendría tras una sofocante experiencia. Visitando una explotación minera, Jerónimo estuvo a punto de morir por los gases contaminantes que se respiraban en las galerías. Las minas además tenían otro problema, como era la inundación de los túneles.
Jerónimo concibió un sistema mecánico que permitía extraer el agua del interior y a la vez introducir aire refrigerado en las minas. El diseño utilizaba la fuerza del vapor para empujar el agua desde el interior hacia afuera y también se empleaba para dirigir aire hacia las entrañas de la explotación, previamente enfriado por intercambio con la nieve.
Un concepto similar aplicó para crear bombas hidráulicas de achique para barcos. Para las embarcaciones destacó su artilugio para destilar agua marina a bordo. En relación con las explotaciones mineras, Jerónimo también creó nuevos tipos de horno para estimular la metalurgia, así como balanzas de precisión e instrumentos para medir el rendimiento de máquinas.
El catálogo de invenciones de Jerónimo incluye algunas de lo más excéntrico, como un traje de buzo. La primera demostración de este invento se llevó a cabo en el río Pisuerga, en Valladolid, donde se había trasladado la Corte con Felipe III, quien asistió al acontecimiento desde una galera. Posteriormente este traje se emplearía en las costas americanas para extraer perlas. Pasarían dos siglos hasta poder ver nuevos equipos de buceo.
Asimismo, Jerónimo diseñó una especie de submarino, que contaba con un sistema de renovación de aire y una suerte de pinzas para recoger objetos que se controlaban desde el interior. Una parte importante de sus invenciones se adelantaron a las que luego se podrían ver a partir de la Revolución Industrial. Murió en 1613 en Madrid, cuando aún quedaban más de cien y hasta cientos de años para que se tomaran en serio algunas de sus ideas.