La singularidad tecnológica está a la vuelta de la esquina. Ante esta idea, muchas son las voces que han querido establecer una serie de preceptos para poder prevenir posibles peligros.
Durante el pasado Festival de Cine ScreamFest, celebrado en Los Ángeles a principios de octubre, la que fuera productora y guionista de Terminator, Gale Anne Hurd, estableció la idea de que para mejorar la integración de los robots en la vida cotidiana de las sociedades modernas, la inteligencia artificial debería estar dotada de un código ético. Es decir, una especie de juramento hipocrático al estilo de la medicina.
Sus palabras abrieron un debate dentro de la comunidad cinéfila del festival. La visión que tiene y ha tenido el cine sobre el mundo de la robótica y la inteligencia artificial, en su gran mayoría, ha sido siempre negativa. Es decir, personajes artificiales cuya única finalidad era acabar con sus creadores, como bien podemos comprobar en la propia saga de Terminator, Matrix, o 2001: odisea en el espacio.
Pese a que el discurso de Hurd pudo ser llamativo e incluso nuevo, nada más lejos de la realidad, sus palabras fueron una revisión lingüística de la teoría que desarrolló en el siglo XX el escritor soviético Isaac Asimov.
Las leyes de la robótica de Asimov
Tiempo antes que Asimov, la escritora londinense Mary Shelley compuso una de las obras más importantes de la literatura, Frankenstein. De ella salió la idea o el concepto que tiempo después Asimov asignaría a sus invenciones. El complejo o el síndrome de Frankenstein es la máxima que establece el terror humano a que sus creaciones acaben volviéndose contra ellos. A partir de aquí, Asimov reinventó el término y lo aplicó a la robótica adaptándolo y constituyendo una especie de parche frente a las posibilidades de rebelión por parte de las máquinas.
Por lo tanto, el juramento hipocrático promovido por Hurd y las propias leyes de Asimov deberían servir como medida contingente sobre la supuesta superioridad que la inteligencia artificial alcanzará con la denominada singularidad tecnológica.