Una fórmula para hacer que los aviones sean menos contaminantes podría ser dotarlos de motores de hidrógeno.
A día de hoy la aviación es responsable del 3,6% de las emisiones contaminantes a la atmósfera. El combustible que queman los aviones, el keroseno, permite mover estos gigantes del cielo a un alto coste para el medio ambiente. De ahí que se busquen soluciones para la transformación del transporte aéreo. La más probable en estos momentos son los motores de hidrógeno.
Este gas a presión, que ya se ha probado en coches, en trenes e incluso en barcos, podría entrar también en los aviones. Su estructura permite almacenar una gran cantidad de energía, como la que necesitan los aviones para surcar grandes distancias sin pararse a repostar. Un informe sobre el potencial de los motores de hidrógeno en la aviación calcula que este tipo de aviones podrían introducirse en 2035.
En esta fecha solo estarían disponibles los aviones más pequeños. Aquellos que realicen distancias de menos de 3.000 kilómetros. Serán aeronaves con un motor eléctrico, pero con una pila de combustible, que convertirá el hidrógeno en corriente eléctrica. Este proceso implica una separación del electrón de las moléculas de hidrógeno mediante una transferencia entre ánodo y cátodo.
Será el motor más sencillo y básicamente funcionará de la misma forma en que lo hace el de un coche de hidrógeno. Con esta fórmula se podrían conectar todas las grandes ciudades de Europa. En un ambicioso escenario, el 40% del transporte aéreo europeo podría sustentarse en motores de hidrógeno en 2050.
El transporte aéreo de grandes distancias, sin embargo, requerirá otro tipo de motores de hidrógeno. En este caso no se pueden usar propulsores eléctricos y sería necesario quemar el hidrógeno. Es lo que hacen los cohetes y es lo que podrían hacer aviones para distancias de 7.000 kilómetros. Incluso podría superarse la velocidad del sonido con estos propulsores.
El combustible verde para las grandes distancias
Los motores eléctricos se configuran como los predilectos para un uso habitual. Serán los reyes en el transporte del día a día, en suelo urbano y en entornos electrificados. Pero para las largas distancias, incluso con un coche, plantean dificultades.
Por eso se ha buscado en los motores de hidrógeno la solución para los trayectos largos. Toyota ya ha diseñado la segunda generación de su modelo de hidrógeno. Aunque aún quedan escollos para que este tipo de vehículos circule en las carreteras. El principal es la red de repostaje, como ocurría con los eléctricos. Pero esto tiene un inconveniente añadido. El gas a presión es difícil de almacenar y de transportar.
Sin embargo, los avances se han dado en varios frentes. Existen ya trenes de hidrógeno, como los que Alemania ha puesto en funcionamiento. Incluso el transporte marítimo se ha propuesto el almacenamiento de este gas a presión para emplearlo como combustible. Si bien el mayor reto para la entrada de este elemento se encuentra en los aviones.