Hace veintiún años, Javier Gómez Noya, triatleta, recibió una de las peores noticias que se le pueden dar a un deportista. Le detectaron un problema cardiaco que, en un inicio, suponía el final de una carrera deportiva que apenas había despegado. Noya pasó, de la noche a la mañana, de ser el mejor de su edad en España a saber que, probablemente, no podría seguir haciendo lo que le apasionaba: el triatlón.
La ilusión, las ganas y la constancia van siempre de la mano cuando luchas por un sueño, pero, en ocasiones, esto no es suficiente. Las conexiones que hacemos a lo largo de nuestra vida con otras personas son esenciales, nos definen, nos dan el empujón que necesitamos para llegar a cumplir nuestro objetivo. A veces, solo necesitamos que alguien nos diga «tú puedes» para coger impulso y seguir adelante con más fuerza que antes.
En toda historia siempre hay un abismo de esperanza. En la de Noya fue su doctor quién arrojó luz a su sueño: «yo te permito competir durante los próximos seis meses, dentro de otros seis nos volvemos a ver». Hace dos décadas, a Noya le dijeron «no» a su pasión, pero, gracias a su perseverancia y a todas las conexiones que ha hecho a lo largo de su vida, ha logrado colgarse unas cuantas medallas de Campeón del Mundo en triatlón y convertirse en un ejemplo a seguir para miles de personas.