Os voy a pedir que hagáis memoria y penséis cuándo fue la última vez que comprasteis una pila de petaca. Si la respuesta está en la horquilla de entre unas pocas semanas y unos pocos meses, puedo afirmar sin miedo a equivocarme que tenéis hijos en la etapa final de la primaria. O eso o que ya es tiempo de que cambiéis la linterna de las acampadas de vuestra juventud por una de LEDs, que tienen más potencia, consumen menos energía y son mejores en general.
Para mí ha sido una sorpresa que, después de más de una generación, mi hijo tenga que llevar al colegio un circuito interruptor-pila de petaca-cable-bombilla. De hecho hay una gran superficie que se ha especializado y dispone de un kit escolar con todo lo necesario en un único blíster por un módico precio. A mi entender esto es, en resumen, otra oportunidad perdida para fomentar la innovación y creatividad en nuestros niños.
Las posibilidades de un proyecto de este tipo en nuestros días, incluso para niños de 11 años como es el caso, son enormes. No sólo pueden impartirse unos mínimos fundamentos de electrónica, sino que también podrían extenderse a temas como reglas básicas de programación. Incluso con componentes eléctricos básicos, la investigación previa a la creación del circuito, la revisión de las formas en las que se convierte energía eléctrica en cinética o viceversa, los distintos elementos cotidianos de nuestra vida diaria van más allá de la pila de petaca.
En septiembre de 2012 me impactó la noticia de que Estonia había introducido la programación como asignatura obligatoria a partir de los 6 años (de momento en modo piloto). Aunque quizá a los lectores de perfil más humanista esto les parezca una exageración, creo que no lo es. La lengua es la forma en la que las personas nos interrelacionamos, y las ciencias (incluida la matemática) son la forma en la que nos relacionamos con la naturaleza. Pues bien, desde mi punto de vista la programación es la forma con la que nos relacionamos con las máquinas, y bien sabemos que cada vez estamos más rodeados de ellas. Ir más allá del uso del software nos ayudará a entender nuestro entorno sin necesidad de ser programadores, al igual que profundizar en la etimología de nuestra lengua nos ayuda en nuestra comprensión del lenguaje sin necesidad de que nos hagamos filólogos.
Otro hecho que se está produciendo y que debería merecer atención por parte de la comunidad educativa española es el proyecto Raspberry Pi que, en pocas palabras, es un miniordenador con fines educativos, con una arquitectura y lenguaje orientados al aprendizaje y con un precio muy asequible. Sería interesante ver qué se podría hacer con este hardware y con niños de primaria en nuestros colegios.
Enseñar informática a nivel de usuario no es suficiente, máxime cuando los diversos equipos y dispositivos son cada vez más sencillos de usar. Y cuanto más sencillo es todo, menos esfuerzo requiere por nuestra parte, lo que nos puede llevar a depender de quienes sí saben ‘comunicarse con las máquinas’ de una forma inquietante (de igual forma que en épocas pasadas se dependía de los que sabían leer y escribir). Demos una oportunidad a nuestros hijos de canalizar su esfuerzo no sólo al conocimiento de la orografía de nuestra comunidad autónoma, sino a ayudarles a relacionarse con su entorno, incluso con el entorno electrónico.
Espero no verme en la situación de ir con mis nietos (dentro de bastantes años) a comprar una pila de petaca.
Imágenes: Profesor tecnología, Jon Lim