El olorvisión es cualquier sistema que trata de poner olores a una película. A lo largo de la historia se han inventado varios, con suerte dispar, pero ninguno definitivo.
Antes de que llegara el cine sonoro ya se habían empleado fragancias para ambientar algunas proyecciones. Hablamos de 1906, cuando la exhibición de un breve documental sobre un partido de fútbol americano se acompañó del aroma que despedía una bola de algodón bañada en aceite de rosas y colocada ante un ventilador. Más adelante, ya con las películas pertrechadas de audio hubo otros intentos por estimular el sentido del olfato en los espectadores durante las proyecciones.
El olorvisión nunca ha terminado de tener una acogida calurosa, pero desde aquellos primeros años los intentos se han sucedido. Si bien durante décadas fueron los dueños de las salas de cine los que montaban el espectáculo aromático, en lugar de los directores de las películas, con lo que el resultado –aparte de las imperfecciones técnicas– no solía estar en connivencia con las intenciones del film.
Tal vez el primer intento serio de un productor de cine por acompañar una película de olor fue el de Walt Disney en su largometraje Fantasía (1940), aquel experimento cinematográfico donde se combinaba la música clásica con el surrealismo visual. Sin embargo, la intención se descartó debido a los altos costes que acarrearía.
Poco antes, en la Exposición Universal de Nueva York de 1939, se había presentado una técnica llamada Scentovision, inventada por el suizo Hans Laube, quien no tuvo éxito difundiendo su creación y tras el fin de la guerra en Europa volvió a su país de origen.
Los problemas de olorvisión
Los primeros sistemas de olorvisión presentaban ciertos inconvenientes. Aparte de que era difícil lograr una sincronía total con las imágenes y el sonido, los aparatos que lanzaban aromas los mezclaban frecuentemente, pues las partículas de un olor permanecían durante un tiempo en las fosas nasales de un espectador. Además, tras una proyección las salas tenían que eliminar el olor para que el nuevo espectador no se viera condicionado por los restos del pase anterior.
Algunos de estos problemas los sufrió una puesta en escena de 1959. Se trataba de la película Behind the Great Wall, del director Carlo Lizzani, que adornó su largometraje con ‘AromaRama’. Así llamó a esta técnica, que enviaba aroma al público a través del sistema de aire acondicionado del cine. Las críticas con respecto a la vertiente olorosa del film no fueron muy benévolas.
Casi al mismo tiempo se estrenó Around the World in Eighty Days, producida por Mike Todd, que se atrevió a usar la tecnología inventada por el suizo Hans Laube dos décadas atrás. Perfeccionando la patente que existía logró crear un sistema ingenioso para airear los olores. Consistía en una serie de contenedores de perfume dispuestos en fila y en el orden de aparición. A medida que el proyector de celuloide iba pasando el metraje, los contenedores se desplazaban sobre un carril motorizado y una aguja iba pinchando la membrana de cada uno. La fragancia se liberaba y, a través de unos tubos, afloraba bajo el asiento de los espectadores.
El futuro
Tampoco este sistema funcionó y aunque ha habido otros más avanzados e igualmente voluntariosos, la tecnología de olorvisión no ha triunfado aún. Hoy en día existen algunas propuestas con cierto crédito que prometen dotar de aromas al cine, como Aromajoin. Esta técnica creada en Corea del Sur funciona mediante pequeños compresores que pueden liberar una corriente de moléculas olorosas.
Como hitos técnicos, Aromajoin permite que las corrientes que libera tengan un ancho limitado, de solo 60 a 80 cm, mientras que el dispositivo permite cambiar de cartucho de aroma en 0,1 segundos.
Imágenes: Radu Bercan y RazoomGame