robot que aprende

Robots, de la ciencia ficción a la realidad

Tendremos que acostumbrarnos, y no tardando mucho, a convivir en nuestras casas y en nuestros centros de trabajo con robots; a compartir con estas máquinas programables la realización de determinadas tareas. Incluso a delegar en androides, cada día más perfeccionados, trabajos que hasta ahora estaban reservados a los seres humanos.

Los avances tecnológicos en el mundo de la robótica no dejan de sorprendernos cada día. Los robots comienzan a entrar en nuestras vidas de forma imparable y con aplicaciones y funcionalidades hasta ahora desconocidas, gracias al descubrimiento de nuevos sensores. Son, por decirlo de alguna manera, los nuevos compañeros de viaje, los “invasores” de un mundo en constante transformación.

Basta con repasar las noticias tecnológicas y detenerse en las últimas novedades sobre robótica para constatar que el término “invasión” – pacífica, se entiende – se ajusta perfectamente a lo que está pasando. Algunos descubrimientos parecen ciencia ficción, pero abren las puertas a nuevos interrogantes sobre los cambios que estas máquinas inteligentes irán introduciendo en las relaciones sociales y, muy especialmente, en el mundo laboral.

robots y emociones

La robótica, además, irrumpe también en el mundo de las emociones. Carl Vondrick, investigador del Instituto de Tecnología de Massachusetts está enseñando a los ordenadores a descubrir en cada momento nuestro estado de ánimo. El robot reconoce tus emociones y descifra tus sentimientos, con el fin de hacerse cada vez más necesario, atractivo e interesante.

Tanto es así que se ha producido ya algún caso de “enamoramiento” declarado y no se descarta que en un futuro inmediato pueda plantearse la disyuntiva entre un novio/a de carne y hueso y un androide que actúa y presta sus servicios de una forma amable y placentera. A plena satisfacción de su propietario/a. Y, para sentirlo/a como algo mucho más familiar, también puede imitar las emociones, llorar o transpirar por sus alerones, cuando la temperatura ambiente o el esfuerzo así lo requieran.

Uno de los nuevos objetivos de la Universidad de Tokio es conseguir robots “adorables”, que no dejen indiferentes a sus ciudadanos. El último invento, para despertar el instinto maternal y promover el crecimiento de la población en Japón, responde al nombre de “Yotaro”. Se trata de un prototipo de robot muy parecido a un bebé. Un bebé que llora cuando supuestamente tiene hambre, que ríe y que mueve sus piececitos cuando se agita un sonajero.

¿Qué efecto puede tener esta criatura en la evolución demográfica nipona? Habrá que esperar. En cualquier caso, los expertos consideran que puede ser un estímulo para transformar una situación realmente preocupante: en 2050, Japón tendrá más personas mayores de setenta años que ciudadanos con edades comprendidas entre los quince y los treinta.

Los servicios que pueden prestar actualmente los robots – cada vez más importantes y variados – provocan prospecciones negativas en el mercado laboral. Su incidencia en el empleo se ha llegado a cuantificar en cinco millones menos de puestos de trabajo hasta el año 2020.

No olvidemos que los robots pueden servir para cuidar ancianos o niños, cultivar plantas, atender granjas de animales. Hiroshi Ishiguro, director del Laboratorio de Robótica Inteligente de Japón, declaró en una visita realizada a Salamanca (España) que “en pocos años no podremos distinguir entre robots y humanos”. Vamos, que las máquinas podrían parecerse mucho a los humanos y hacer exactamente lo mismo que hacemos nosotros en nuestra actividad diaria.

Para muestra, un nuevo ejemplo. Por el aeropuerto de Shenzhen (China) se pasean robots policías, que toman imágenes de los viajeros con el fin de ser posteriormente analizadas. Otro: el robot Pepper ha sido programado para que interprete las emociones y el lenguaje de las personas, con el fin de hacerlas sentirse mejor y remediar su soledad.

Robots para todo y para todos. Robots en los quirófanos, en los lugares de trabajo, en los servicios públicos y en nuestros domicilios. Lo que parecía ciencia ficción se ha convertido en realidad.

El problema es que se parecerán tanto a los humanos, que acabaremos sin saber muy bien dónde acaba la ficción y dónde empieza la realidad.

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