¿Por qué nació ahí Silicon Valley?

De no ser por ocho 'traidores' que abandonaron al padre del transistor para fundar su propia compañía, lo que hoy conocemos como Silicon Valley quizá no existiría. Las raíces de la mayoría de los gigantes tecnológicos actuales se pueden rastrear hasta llegar a Fairchild Semiconductors, la empresa que inventó el circuito integrado.

Un físico estadounidense llamado William Shockley, a la sazón premio Nobel, trabajaba a mediados del siglo pasado en los míticos Laboratorios Bell. Allí coincidió con pioneros de la tecnología como Claude Shannon – el hombre que tendió los puentes entre la lógica y la informática -, y se convirtió en uno de los padres del transistor, la base de los circuitos integrados (chips) que hacen funcionar casi todos los aparatos electrónicos que usamos hoy en día.

En 1955, este pionero decidió abandonar Bell para fundar su propia empresa, Shockley Semiconductors Laboratory, en su ciudad natal de Palo Alto (California), en los dominios de lo que hoy conocemos como Silicon Valley. A la hora de formar equipo, trató de reclutar sin éxito a antiguos compañeros de trabajo. Ninguno quiso acompañarle en su aventura, así que decidió patearse el ámbito universitario en busca de los más prometedores estudiantes. Shockley, que tenía mucho ojo, logró reunir un auténtico ‘dream team‘ de ingenieros jóvenes y talentosos.

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Placa honorífica situada en el lugar donde Shockley fundó su laboratorio (Foto: Marcin Wichary en Flickr)

Pero el físico era un tipo muy raro, un excéntrico, y su forma de llevar la empresa motivó que ocho de aquellos genios (conocidos como ‘los ocho traidores de Silicon Valley’) abandonaran el barco en 1957 para montar Fairchild Semiconductors, la compañía que sería el verdadero motor de innovación y principal artífice del despegue industrial de esas ciudades próximas a San Francisco que, hoy en día, conocemos como ‘valle del silicio’.

Una investigación reciente de Endeavor Insights revela la verdadera importancia de la firma fundada por estos ‘ocho traidores’: Julius Blank, Victor Grinich, Jean Hoerni, Eugene Kleiner, Jay Last, Gordon Moore, Robert Noyce y Sheldon Roberts. Según los autores del estudio, “si el valor que creó Fairchild se midiera en dólares de hoy en día, la empresa podría ser la primera ‘startup’ de un millón de millones [un trillion, en inglés] del mundo”. Ahí es nada.

El rastro de Fairchild, la compañía que sacó al mercado el primer chip, puede seguirse hasta la práctica totalidad de los gigantes actuales de la tecnología: Apple, Google, Facebook, Yahoo… Aquellos ocho pioneros sentaron las bases, formaron a los ingenieros y aportaron la financiación necesaria para prender la mecha que desembocó, décadas más tarde, en el boom de la informática, el de Internet e incluso el de las redes sociales. Todo (o casi todo) viene de Fairchild.

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Fotografía área del actual Silicon Valley tomada en 1953 (Foto: Steve Jurvetson en Flickr)

Cuando Fairchild nace, a finales de los años 50, la suma de poblaciones que hoy dan como resultado Silicon Valley no se parecía en nada a lo que es ahora: no había inversores de capital riesgo, no había startups rompiendo los moldes de lo preconcebido… Ni siquiera había una oferta de ingenieros bien formados que poder contratar. Los centros neurálgicos de la incipiente industria de los semiconductores estaban, por aquel entonces, en ciudades como Boston o Nueva York.

(Foto: Endeavor Insights)
(Foto: Endeavor Insights)

Precisamente de allí se trajo Shockley al grupo de lumbreras que, poco tiempo después, se convertirían en ‘traidores’. Last, Noyce y Roberts se habían doctorado en el MIT de Boston; Kleiner y Blank vivían en Nueva York y Hoerni y Moore trabajaban en Caltech, el centro de investigación cerca de Los Ángeles que han popularizado los personajes de la serie The Big Bang Theory. Tan sólo uno de los ocho cofundadores de Fairchild, Victor Grinich, se había doctorado en Stanford.

Sin embargo, y a pesar de la evidente desventaja con respecto a los competidores de otros estados, el grupo de emprendedores logró despuntar en tiempo récord. En sólo tres años el beneficio anual de la firma alcanzaba los 20 millones de dólares. A mediados de los 60, cuando inventaron y empezaron a comercializar su revolucionario circuito integrado, los ingresos por ventas rondaban los 90 millones al año. Y aquello no hacía más que empezar.

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La antigua sede de Fairchild con su placa conmemorativa a la entrada (Foto: Wikimedia Commons)

A medida que la compañía iba creciendo y sus arcas comenzaban a llenarse hasta rebosar, los cofundadores de Fairchild y algunos de sus empleados empezaron a apoyar e incluso a fundar nuevas empresas que despegaban también a gran velocidad, creando un auténtico efecto dominó. Los tentáculos de la firma que inventó los chips se extendían dando forma al primitivo sector de la electrónica en los alrededores de la bahía de San Francisco.

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Robert Noyce y Gordon Moore, cofundadores de Intel, en 1970 (Foto: Intel Free Press en Flickr)

La más famosa de estas ramificaciones, comandada por Gordon Moore y Robert Noyce, fue Intel, a la sazón gigante de los microprocesadores. Su principal competidora, AMD, también arrancó gracias al dinero de uno de los ocho ‘traidores’. Y hubo muchas más.

En sólo 12 años, según la investigación de Endeavor, la gente de Fairchild se había embarcado en más de 30 proyectos empresariales de forma directa y había invertido en muchos más. En 1970, el negocio de los chips ya daba empleo a 12.000 personas en la región. Y así nació Silicon Valley.

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(Foto: Endeavor Insights)

Sería un periodista, Don Hoefler, el encargado de acuñar el término en 1971, para hacer referencia al enorme número de fabricantes de circuitos de silicio que habían surgido en torno al valle que se extiende al sur de San Francisco. Casi todas las empresas que mencionaba en su artículo el ‘padre’ de la denominación Silicon Valley estaban vinculadas de una forma u otra con Fairchild o alguno de sus ocho fundadores. No podía ser casualidad.

Por aquel entonces, un joven llamado Steve Jobs se empezaba a interesar por la informática. A aquel chaval un tanto hippie le encantaba pasar horas y horas escuchando las lecciones de un maestro del emprendimiento llamado Robert Noyce. De él aprendió algunos de los secretos del oficio. Más tarde, el tal Jobs y su tocayo Wozniak fundarían una empresa de ordenadores con nombre de fruta gracias al apoyo de un primer inversor que, casualmente, había trabajado en Fairchild. Y así llegamos hasta Apple y el boom de la informática a mediados de los años 70.

Pero resulta que otros altos cargos de la empresa pionera estaban buscando startups en las que invertir, y decidieron hacer de su pasión por financiar proyectos, un oficio. Surgieron así algunas de las primeras y más relevantes firmas de capital riesgo de Silicon Valley, entre ellas Kleiner Perkins (que apostó por Amazon y Google) o Sequoia Capital (LinkedIn, Airbnb, Dropbox, WhatsApp…). A partir de ahí, los tentáculos se extienden hasta casi cubrir el cien por cien del escenario tecnológico actual.

Concretamente, de las 130 empresas cotizadas con sede en Silicon Valley que ha analizado Endeavor, el 70% tienen raíces que llegan hasta los cofundadores o empleados de Fairchild Semiconductors. Sumando el valor de todas ellas, según los autores del estudio, se obtiene una cifra superior a los dos trillion (millones de millones). Bastante más que el PIB español (incluso maquillado por la prostitución, el tráfico de drogas y otros negocios turbios).

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(Foto: Endeavor Insights)

Y todo ello sin contar las compañías que no han salido a bolsa o fueron compradas por alguna de las anteriores. En total, los investigadores han logrado establecer vínculos entre los pioneros de los chips y 2.000 empresas que van desde Instagram hasta Nest, pasando por YouTube, Pixar o Palantir.

¿Se atreve alguien a negar que todo (o casi todo) viene de Fairchild?

Imagen principal Erik Pitti / TechCrunch

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