Transformar el modelo productivo clásico en uno que apueste por la innovación no es una tarea sencilla. Y es que a las tradicionales políticas de ciencia y tecnología, se debe añadir cambios relacionados con los valores sociales.
Cuando hablamos de innovación, se observa un gran abanico de nombres, conceptos y teorías que tratan de explicar el concepto, pero lo cierto es que, hasta hace relativamente poco, todos los trabajos pasaban por alto el fuerte componente social de la innovación.
Por este motivo en los últimos tiempos, investigadores y analistas han apostado por definir la innovación social, que se ha convertido casi en un «término de moda» entre muchos académicos. Y es que como bien explican en el blog de la Fundación Española de la Ciencia y la Tecnología (FECYT), una de las bases de la innovación social consiste en «pensar más allá de lo establecido».
Como explican los investigadores José A. López Cerezo y Marta I. González en su artículo sobre las encrucijadas de la innovación, los retos de la política de I+D para llegar a construir la verdadera innovación social son complejos. Y ello es debido a que hasta el momento, las administraciones tendían a dividir las diferentes piezas innovadoras en el trinomio «ciencia, tecnología e industria». Para los académicos este error ha conllevado un fuerte retraso en la adopción de la innovación social.
La solución, por el momento, pasaría por entender que el trinomio lógico se basa en la ciencia y en la tecnología, pero que ha de apoyarse en un tercer vértice obligatorio: la sociedad. Bajo esa perspectiva, la investigación debería conducir al bienestar social, que empujaría a la vez el propio motor de la innovación.
Y es que el concepto de moda se edifica, inexorablemente, apoyándose en el desarrollo científico y tecnológico, pero su impulso no depende siempre de ambas alianzas. En palabras del físico español Emilio Méndez, la innovación requiere especialmente de dos factores: la novedad y el beneficio económico, ligado estrechamente a la rentabilidad.
En otras palabras, no llegaremos a la sociedad de la innovación si tendemos a fijarnos únicamente en inversión como input y en patentes como output. La tercera pata de la innovación, es decir, la propia sociedad, exige cambios en este modelo. Se trataría, continúan los investigadores, de dinamizar mucho más las interfases, fortaleciendo la transferencia de conocimiento y tecnología, y ajustando a su vez la oferta de conocimiento a la demanda del sistema productivo de bienes y servicios.
Y es que la sociedad, como factor clave de esta novedosa innovación social, ha de ser garante y exigente de los cambios del sistema productivo de I+D. No solo como consumidores potenciales, sino como ciudadanos activos, que ven cómo las modificaciones de las políticas científicas, tecnológicas e innovadoras cambian también la realidad social.
De este modo, lograríamos una innovación orientada hacia los valores sociales, donde se daría una interfase mucho más híbrida entre el sector público y privado, para que al final el actor más beneficiado en todo caso sea esta futura sociedad de la innovación.
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