Vistas privilegiadas a la costa oeste, primeros rayos de sol, amanece y tras un viaje de más de 20 horas nuestro grupo de jóvenes Talentum contempla con una sonrisa de oreja a oreja la bahía de San Francisco.
Desde los rascacielos del Down Town, la zona del puerto y sus Piers, a los barrios residenciales en las laderas del valle donde cada casa tiene un garaje, en el que pueda surgir, quizás, el próximo imperio tecnológico. A lo lejos, el Golden Gate, y es que, esta postal (aunque en ese momento aún no lo sabíamos) resumía perfectamente lo que iba a ser esta inolvidable experiencia.
Comienza nuestra aventura, Galvanize como base de operaciones. En menos de 3 minutos tenemos las oficinas de LinkedIn, Salesforce, Twitter e incluso la española Typeform. Se respira innovación, y es que, con solo pasear por la calle encontramos la última tienda de Amazon Go, multitud de vehículos eléctricos desde patinetes o bicicletas a Tesla y otros autónomos, cafeterías atendidas por robots, edificios neoclásicos, rascacielos high tech y relucientes tranvías de mediados de siglo, ¿la ciudad se quedó en los años 60 o vive 50 años adelantada? La magia está en el contraste.
Cristian nos cuenta cómo esta ciudad siempre fue un punto de encuentro para aquellos que buscaban cumplir sus sueños, que creían en el trabajo duro y no tenían miedo del riesgo. Emprendedores, al fin y al cabo. Después de la fiebre del oro, el silicio dio nombre al valle, y las primeras empresas de microprocesadores como Intel o IBM permitieron el nacimiento de Apple o Microsoft, que a su vez darían paso a la revolución de Internet con gigantes como Facebook, Google, Netflix o UBER. Estas tres últimas que cito pudimos conocerlas desde dentro.
Jordi, Chema o Elena fueron los perfectos anfitriones que nos mostraron cómo era su día a día, y cómo habían dejado atrás su zona de confort para trabajar dando forma al futuro global, explicándonos la importancia de la cultura corporativa, el valor de la diversidad y la superación del miedo al fracaso, que en este valle no se entiende como tal, sino como parte fundamental del aprendizaje.
También españoles, Hugo y María nos contaron cómo fundaron sus propias startups Propelland y Chartboost, referentes en cuanto a talento y casos de éxito, pero también en cuanto a humildad. Sin ninguna duda, encontramos la inspiración y motivación en sus palabras, un ejemplo para todos nosotros.
Luis llevaba la batuta: “Chicos después de Stanford comemos rápido en el minibús mientras preparamos el pitch de 2 minutos para el VC”, “quiero que me digáis el WHY de vuestro proyecto, nada de rollo, esencia!”. Rosalía, responsable de Talentum, nos daba su perspectiva desde el puesto directivo, y cómo el intra emprendimiento también pone en valor estas capacidades dentro de la gran empresa. Santiago recogía todo con su cámara.
Nosotros disfrutamos como enanos, con la curiosidad a flor de piel, aprendiendo en una semana mucho más que durante meses de universidad, pasando de la teoría a la práctica con una agilidad inmediata, asentando lo aprendido no como un contenido ajeno sino como una vivencia propia, experimentando, empapándonos de este ecosistema y filosofía que hemos podido incorporar a nuestros propios proyectos.
Afortunados de vivir en una semana tremendamente intensa “el sueño americano”, de visitar también los garitos de Mission Street, tocar la campana del tranvía a su paso por Lombard, respirar tranquilidad entre las secuoyas de Muir Woods… Adrián, Lola, Nacho de Mdurance, Lorena Rom, Eva, Santi y Rosety de Liight.es. ¿Y por qué menciono estos nombres?
A todos nos suena bien reconocer empresas y visitar lugares pero, es que, sin el grupo de personas que formamos este viaje, la experiencia nunca habría sido lo mismo, pasamos de ser un grupo de desconocidos con la beca Talentum como punto en común a formar un verdadero equipo con el que trabajar, aprender, crecer… Como decía Reid Hoffman (fundador de Lkd), “el verdadero secreto de Silicon Valley es que se trata de la gente”.
El broche de oro, cruzar el Golden Gate en bici, juntos, un poco más sabios y un poco más valientes; con el ocaso y los últimos rayos de sol en nuestros rostros, como empezó todo el día uno, con una sonrisa de oreja a oreja.