En 1833, el matemático William Foster Lloyd escribió una especie de parábola a la que denominó “La Tragedia de los Comunes”, y que casi un siglo más tarde popularizaría el biólogo Garret Hardin en un artículo en Science.
En esta metáfora, Lloyd y luego Hardin hablan de una situación en la que varios individuos, motivados únicamente por el interés personal, y actuando de forma independiente y racional, terminan por destruir un recurso limitado que comparten, aunque a ninguno de los dos les convenga dicha eliminación. Esta metáfora se ha utilizado a menudo para ejemplificar las diferencias existentes entre la investigación tal y como la conocemos actualmente, en contraposición con lo que se ha llamado “el acceso abierto a la ciencia” (open-access science, en inglés).
¿Ha llegado la hora de la ciencia 2.0?
La llegada de las nuevas tecnologías está revolucionando todos los ámbitos en los que llevamos a cabo nuestra rutina diaria: desde la salud, la educación o incluso, la forma en que votamos. ¿Podría ser que la utilización de las TIC tuviera un impacto también en la investigación? ¿Es la ciencia 2.0 una hipotética realidad?
La llegada de la ciencia en abierto supone una auténtica revolución en las Universidades y los centros de I+D. Significa, sin lugar a dudas, un cambio de paradigma en el que la comunicación científica sería gratuita (free of charge), y además, estaría libre de algunas restricciones de derechos de explotación. Debido a estas dos condiciones, se plantea un cambio económico y jurídico en la publicación de las investigaciones en open-access (OA).
La difusión de los resultados científicos sigue, al menos de forma mayoritaria en la actualidad, el sistema clásico a través de revistas académicas cuyo origen se sitúa en el siglo XVII, con el nacimiento de algunas realmente prestigiosas, tales como Philosophical Transactions of the Royal Society of London. La base de este tipo de publicación se centra en el sistema conocido como revisión por pares (peer review), cuyo objetivo final es asegurar la fiabilidad y calidad de los textos que se publican.
La paradoja que encontramos en este sistema, sin embargo, se basa en cierto modo en “la tragedia de los comunes” a nivel de publicaciones científicas. Por una parte, son los investigadores los que se encargan de la edición científico-técnica de los artículos a difundir en dichas revistas (sin contar el trabajo investigador previo), pero a la vez, deben pagar una determinada plusvalía por acceder a dichas fuentes. Estas plusvalías han crecido con tasas superiores al aumento de la inflación desde los años setenta, generando un gran malestar entre la comunidad científica a nivel internacional. Por ello, la búsqueda de nuevas formas de comunicación científica ha sido una constante desde 2002.
Open Access: ¿de dónde venimos, hacia dónde vamos?
En ese mismo año se aprobó la conocida como Declaración de Budapest, donde se promovían dos estrategias para conseguir el acceso abierto en ciencia. Por una parte, la vía verde, que establecía el depósito de los documentos en repositorios, tales como arXiv en Física o PubMed en Biomedicina. Por otra, la vía dorada, por la que se animaba a los investigadores a publicar en revistas open-access.
Aunque los resultados de algunos estudios indican que los artículos difundidos a través de este último tipo de publicaciones podrían tener un mayor impacto, otros autores ven inviable este sistema por su “carencia” de crédito científico. Esta supuesta falta de control de calidad no es cierta, según los promotores del acceso en abierto, ya que la mayor parte de los proyectos de open-access, tales como PLoS o Biomed Central, abogan por mantener el peer-review.
¿Es plausible la investigación open-access? Lo cierto es que no faltan experimentos de ciencia en abierto, tales como los citados por Michael Nielsen en su TedxTalk (the Polymath Project, QWifi o redes sociales como Research Gate). Incluso algunos de los resultados científicos más importantes de 2012, como los originados a través del proyecto ENCODE, han sido comunicados en abierto.
España, uno de los países mejor posicionados en el sistema open-access, obliga a los investigadores a publicar en abierto si la mayor parte de los fondos con los que se financia su trabajo científico son públicos. Como explica Alejandro Sarrión, investigador del Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas de Valencia, «se debería evolucionar hasta el sistema de revistas en abierto, y que la calidad de los artículos científicos no se midiera en exclusiva por el factor de impacto de la publicación donde se difunden». En este sentido, la Unión Europea parece que también se sube al carro de la investigación open-access:
Los tiempos cambian, y parece que el sistema de publicación científica también evoluciona hacia el open-acces, como resume el Dr. Leshner, editor de Science:
“When a better system comes into being that has quality and trustability, it will happen. That’s how science progresses, by doing scientific experiments. We should be doing that with scientific publishing as well”.
Imágenes | Flickr, Stanford University