Una de las consecuencias de la crisis climática que más hemos sufrido en nuestras carnes este verano han sido las olas de calor. Mientras que en el norte de Europa padecían temperaturas nunca vistas y para las que no estaban preparados, en el sur experimentábamos olas de calor y noches tropicales encadenadas durante semanas.
Y lo peor es que muchos dicen que esto irá a peor. Que ya podemos prepararnos para ver cómo los termómetros alcanzan cifras propias de países más cálidos. Cifras que en el peor de los casos han causado y causarán muertes y que traen consigo consecuencias que van desde el estrés térmico de las personas hasta el agotamiento de un bien tan preciado como es el agua.
La pregunta es, ¿puede la tecnología hacer algo para vencer las olas de calor? Obviamente, la pregunta va más allá de aires acondicionados, ventiladores y persianas bajadas. Además, con otro problema que se le añade: la necesidad de que esas soluciones se puedan aplicar consumiendo menos electricidad para así reducir las emisiones de CO2.
Prevenir antes que curar
El problema de base, las olas de calor, han dejado de ser un problema de incomodidad para convertirse en un problema de salud y que pone en riesgo los recursos hídricos, la generación de electricidad y, en definitiva, hacer una vida normal. Y esto se agrava más si cabe entre la población vulnerable. Es decir, que no nos vale el sálvese quien pueda.
Partiendo del problema de salud, la tecnología tiene varios papeles que cumplir. Para empezar, empleando monitorización, las autoridades sanitarias deben vigilar y cuidar la salud de la población para adelantarse a posibles problemas a consecuencia de una insolación, deshidratación, accidentes cerebrovasculares, problemas respiratorios o el deterioro de la salud mental.
La telemedicina tiene aquí un papel importante para adelantarse a esas situaciones en todo tipo de población: desde enfermos crónicos y personas de avanzada edad hasta trabajadores que desempeñan tareas al aire libre o niños de corta edad. Y es que, al igual que ocurre con otras situaciones que afectan a la salud, la prevención evita tener que aplicar soluciones más drásticas.
Monitorizar las olas de calor
En las ciudades, a diferencia de en núcleos menos urbanizados, se produce lo que se conoce como efecto isla de calor. Esto agrava, más si cabe el problema de las olas en calor en zonas donde viven millones de personas en unos pocos kilómetros cuadrados. La consecuencia de este efecto isla de calor es que la temperatura se eleva, especialmente de noche, más allá de lo que debería en condiciones normales. ¿Las causas? El calor que desprenden vehículos, industrias y maquinaria, como los propios sistemas de climatización. También contribuyen a magnificar las olas de calor y a subir la temperatura materiales como el asfalto.
La solución a medio y largo plazo es buscar sustitutos más sostenibles a los causantes de ese efecto. Pero mientras no llegan, se pueden evitar las zonas más calurosas empleando estaciones de medición que monitoricen las temperaturas y alerten de cuándo es mejor quedarse en casa y cuándo es seguro salir a la calle. Todo ello acompañado de aplicaciones móviles que puedan ser consultadas por la población, acompañado de carteles en lugares públicos que avisen de la temperatura y de las consecuencias de la misma.
Edificios más frescos ante las olas de calor
Uno de los países que más ha padecido las olas de calor de este verano ha sido Reino Unido. Una de las razones es que no tenían algo que muchos usamos ante las altas temperaturas: sistemas de aire acondicionado. Pero aunque los tuvieran, contribuirían a producir más calor, como hemos visto que ocurre con el efecto isla de calor.
Pero hay soluciones más sostenibles y menos contaminantes. La más obvia, sobre el papel, es construir viviendas y edificios más frescos. Y adaptar los que ya existen. En Berlín, por ejemplo, la startup ecoLocked está trabajando en hormigón que, por un lado, es más sostenible en su fabricación y que, entre sus características únicas, facilita el enfriamiento natural de las paredes.
Por sus características, este hormigón absorbe carbono que se liberaría a la atmósfera y lo almacena dentro de sí mismo. Y a su vez, el propio carbono hace que el hormigón gane densidad, mejorando así el aislamiento y reduciendo la cantidad de energía necesaria para calentar o enfriar una estancia, habitación o vivienda.
No son los únicos en buscar materiales más fríos para vencer las alturas temperaturas provocadas por las olas de calor. Una investigación publicada esta primavera y en la que participaron investigadores chinos y alemanes habla de un nuevo material enfriador basado en aerogeles de nanocristales de celulosa (CNC). Sus capacidades como aislante térmico le permiten bajar la temperatura de la luz solar directa en hasta 9ºC y de 7ºC en entornos extremadamente cálidos y húmedos. Todo ello controlando su compresión gracias a su maleabilidad.
Y sin ir tan lejos en la innovación, ya existen soluciones. Eso sí, poco conocidas en el mercado doméstico: las bombas de calor. En los hogares tenemos ventiladores, aires acondicionados, humidificadores, filtros de aire… Pero nos falta empezar a adquirir bombas de calor. Su función es tomar el calor de un espacio o estancia, enfriándolo, y transferirlo a otro espacio más caliente. ¿El inconveniente? Es difícil de instalar. Y en Europa no hay suficiente demanda como para satisfacerla con técnicos cualificados en ello. Un cambio de tendencia que tiene que venir por parte del comprador pero también de las autoridades facilitando su instalación.
Edificios que enfrían a su alrededor
El verano pasado, varios medios de comunicación se hicieron eco de un ambicioso proyecto: construir un edificio que hacía de aire acondicionado para la zona en la que está construido. Un aire acondicionado gigante. Esta solución a gran escala para combatir las olas de calor se empezó a construir en 2014 y se presentó hace un año. Está en la ciudad china de Shenzhen y se ha pasado a llamar District Cooling System (DCS). Según sus responsables, consume entre un 20% y un 35% menos de electricidad.
El sistema emplea tuberías estratégicamente colocadas que transmiten agua refrigerada. El edificio principal hace de central refrigerante. La red de tuberías distribuye el frío mediante agua y, finalmente, los edificios colindantes se benefician del sistema con sus propios circuitos de refrigeración conectados.
En el momento de su anuncio, el servicio contaba con tres estaciones de enfriado. Y el objetivo era construir siete más en los próximos años. El resultado, enfriar grandes superficies como centros comerciales, oficinas, estaciones de tren, etc. Al ser un sistema en red, se puede ampliar creando más estaciones centrales que cubran la demanda de una mayor superficie de viviendas o edificios.
En definitiva, la tecnología avanza, como siempre, ofreciendo soluciones a los problemas como las olas de calor, el aumento de las temperaturas o la necesidad de reducir nuestro impacto y consumo de energía. Tenemos soluciones que ya existen, pero que es necesario apoyar y dar a conocer entre el gran público. Y otras en las que se está trabajando ahora y que esperamos ver en los próximos años.