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La ciencia que puede aprenderse en un juicio

¿Podemos aprender sobre ciencia en un lugar tan aparentemente alejado de ella como un juzgado? Estas curiosidades muestran que también puede encontrarse en un juicio.

La ciencia y la innovación se encuentran en todas partes. Desde las tostadas de pan que desayunamos por la mañana -producto de la biotecnología milenaria- a dispositivos electrónicos como nuestro teléfono, la I+D+i se cuela en nuestro día a día sin que seamos conscientes. Incluso en lugares tan sorprendentes como un juzgado. Porque aunque parezca mentira, podemos descubrir curiosidades científicas en un juicio.

Que se lo cuenten sino a los matemáticos. Una de las funciones clave en probabilidad y estadística, la distribución de Poisson, nació en un juicio. O mejor dicho en muchos, pues Siméon Denis Poisson la describió a la hora de analizar la probabilidad de los juicios en materia criminal y civil. ¿Y para qué se utiliza hoy en día?

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Tal y como explican desde la Universidad Politécnica de Valencia, la distribución de Poisson puede servir para describir procesos como el número de coches que pasan por una ruta durante un período de tiempo. Esta generalización de la distribución binomial también puede aplicarse para conocer el número de servidores web accedidos por minuto o el número de estrellas en un determinado volumen de espacio. Y curiosamente, una función matemática tan importante nació en un juicio (o al menos, del análisis de muchos).

Identificar individuos: de las manos a las células

Corría el año 1892. Argentina se convertía en el primer país del mundo en utilizar las huellas dactilares, para así resolver el caso de Francisca Rojas. No sería el primero en usar estas marcas como evidencia en un juicio, pues tuvimos que esperar hasta 1898 para que estas rugosidades fueran aceptadas como pruebas.

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Más de medio siglo después, el FBI empezaría a usar este sistema de identificación, que curiosamente se desarrolla durante el tercer o cuarto mes de embarazo. Su aplicación en un juicio viene motivada porque, como sabemos, no existen dos huellas dactilares iguales. Pero no siempre vale: en individuos con adermatoglifia, un cambio genético provoca que estas personas nazcan sin las características rugosidades en los dedos.

Y aunque las huellas dactilares no sean la prueba definitiva en un juicio, sí que siguen utilizándose, por ejemplo, en la detección del consumo de drogas. Pero la revolución científica que acompañó el siglo XX también trajo consigo una nueva forma de identificación individual: el ADN.

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Gracias a una técnica desarrollada en la década de los ochenta por Kary Mullis, ahora somos capaces de diferenciar a dos individuos en función de sus genes. La metodología, también conocida como reacción en cadena de la polimerasa o PCR, obtuvo el Premio Nobel de Química en 1993 y hoy en día es usada en miles de laboratorios de todo el mundo.

Popularizada por series televisivas como CSI, la PCR es hoy utilizada también como evidencia en un juicio. Esta técnica permite fotocopiar masivamente fragmentos de ADN, por lo que por pequeña que sea la muestra biológica hallada en el escenario de un crimen, podremos identificar de manera individual esos restos. El uso de la PCR, al igual que ocurrió con la aplicación de las huellas dactilares, es una muestra más de que la ciencia también puede encontrarse en un juicio.

Imágenes | BrAt82 (Shutterstock), BnF Gallica, wavebreakmedia (Shutterstock)

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