Un tío entra en un bar con una montura de gama alta y las chicas corren y se esconden hasta que un gorila lo echa a la calle. ¿Por qué? Pues porque a nadie le gusta que un aprendiz de Robocop le saque fotos. Y aunque no lo haga, la sola posibilidad de que te saquen fotos furtivamente da bastante miedo.
Esta es solo una de las razones por las que Google Glass sería un #EpicFail. Cuando hace ya más de año y medio que estas gafas han desaparecido del comercio electrónico y la promesa de una edición corporativa algo mejorada para dentro de poco, hoy vamos a explorar por qué este proyecto de investigación milmillonario ha estado hasta ahora tan sembrado de errores y qué pueden aprender las pequeñas empresas de los fallos del gran centro neurálgico del big data y la publicidad.
¿Dónde ha errado el tiro Google?
Vale, para los fanáticos de la tecnología experimental, Google Glass no fue un fracaso inmediato. Tenía su nicho, y durante un par de trimestres se podía ver a los primeros usuarios con sus gafas sacando fotos a golpe de guiño en todos los eventos tecnológicos y de startups. Y todos los que no las llevaban (yo la primera), nos peleábamos por probárnoslas para subir a Instagram una foto llevándolas. (Fíjate que no se veía a nadie de estilo «Enviado desde mi flamante iPhone» muerto de ganas de sacar fotos con Google Glass. Solo queríamos probárnoslas, no necesariamente usarlas).
Pero el invento nunca consiguió ir más allá de estos primeros usuarios y adictos a la tecnología y venderse entre el público general.
No hay duda de que los wearables tienen futuro en la medicina y en la vigilancia, pero Google Glass traía consigo los problemas habituales de casi todos los productos del Internet of Things: privacidad, seguridad, interoperabilidad, duración de la batería y un precio muy alto para un valor dudoso.
Quizá fuese porque era solo un accesorio caprichoso y ridículamente caro que dio origen al insulto «glasshole«, o acaso porque lo presentaron con un bombo exagerado en lugar de presentarlo como la versión beta que probablemente fuese. Además, como la mayor parte de cosas en el universo del Internet of Things, suscitaba algunas cuestiones sobre privacidad y seguridad un tanto intranquilizadoras.
Uno de los primeros usuarios, Tim Bajarin, de Re/code, dijo que Google Glass eran los 1500 dólares peor gastados de su puñetera vida. «La interfaz de usuario era horrible, la conexión poco fiable y la información que traía no era muy útil para mí». Además, incluía una batería que duraba dos o tres horas. Dijo que era no solo una buena lección personal sobre cómo comprar, sino también una lección sobre qué no hacer al crear un producto dirigido al consumidor.
El colaborador de Forbes Ian Altman pidió a CEO y ejecutivos que le dijesen cuál es la pregunta que hay que responder para aprobar o no aprobar compras. Las dos preguntas que aparecían en primer lugar en todas las listas eran: ¿Qué problema resuelve? ¿Por qué lo necesito?
El artefacto de moda más geek del mundo nunca explicó a los consumidores por qué necesitaban el dispositivo ni qué ventajas les ofrecía, y todo eso por el doble de lo que cuesta un iPhone. Desde luego, la ventaja de tenerlo en la cara y no en el bolsillo no parecía que valiese el precio de un nuevo Macbook.
Bruce de Grazia, director del programa de gestión y políticas de ciberseguridad en la universidad de Maryland, UMUC, dice que el fracaso vino dado por la presión social contra los problemas de privacidad, especialmente por la imposibilidad para los transeúntes de saber si el artilugio está encendido y los está grabando. «Si tienes un dron siguiendo a la gente, ¿qué pasa si alguien entra en un bar y puede sacar fotos solo guiñando los ojos? En California, si alguien lleva esto a un bar lo sacarán a empujones», o le dirán que o se quita las gafas o no le sirven su consumición.
Astro Teller, el jefe del laboratorio de experimentación estilo Willy Wonka de Google, Google X, llegó a admitir que la presentación de Glass había sido mejorable. Admitió que habían puesto en el mercado un producto muy caro antes de que estuviese listo para el uso de consumidores y que era ridículo. «Hicimos cosas que permitieron que la gente pensase en esto como en un producto acabado», cuando, incluso con su precio, era más bien una especie de prototipo.
Uno de los primeros fans de Google Glass, Robert Scoble, escribió en CNet por qué el tío que incluso se duchó una vez con las gafas dejó de llevarlas en público. Scoble no cree que las cuestiones de privacidad o seguridad nos saquen el sueño. Más bien, considera que Glass era desconcertante para nuestras convenciones sociales al cambiar nuestra manera de socializar.
«Si saco mi iPhone en medio de una conversación contigo y me pongo a juguetear con él, te parecerá de mala educación, y lo es. Podrías cuestionar mi conducta diciendo: «¿Qué pasa? ¿Es que Facebook es más importante que yo ahora?» Pero con Glass no puedes ver lo que estoy haciendo. Está siempre ahí, y potencialmente, reclama parte de tu atención e interrumpe la conversación. No hay ninguna señal para saber si lo hace o no», escribió Scoble. La gente no estaba realmente lista para semejante incerteza.
Desde luego que Google Glass fracasó hasta el punto de ser visto como el colmo de lo cutre.
El futuro de los wearables, la Internet of Things y Google Glass 2.0
Claro que Google Glass tenía algunas funcionalidades fabulosas. «Desde el momento de presentación del producto, mucha gente vio el enorme potencial que tenía. Podías grabar en vídeo todo lo que vieses. Podías tener un mapa de cualquier lugar por el que caminases. Podías tener un ordenador con internet siempre a punto para que tu experiencia vital subiese de nivel», escribió otro colaborador de Forbes, Siimon Reynolds.
Vale, para los fanáticos de la tecnología experimental, Google Glass no fue un fracaso inmediato. Tenía su nicho.
Cuando tu grupo favorito tocaba su mejor canción en un concierto, si los demás tenían Google Glass podías verlo, sin que todo el mundo te tapase la vista con sus GoPros. Y, desde una perspectiva empresarial, si metías un anuncio justo delante del globo ocular de alguien, ibas a llamar de verdad su atención.
Es verdad que también hubo cosas buenas que se hicieron gracias a las gafas. La primera intervención quirúrgica con Google Glass tuvo lugar en Madrid, y los estudiantes de medicina de todo el mundo pudieron ver de primera mano una revolucionaria operación del cartílago de la rodilla a manos del médico que la había inventado. Y en una ocasión, un doctor pudo salvar la vida de un paciente con hemorragia cargando su historial médico justo ante sus ojos, para saber a qué medicamentos era alérgico y cuál le salvaría la vida.
Y no podemos olvidar sus funcionalidades en el ámbito de la seguridad. Sí, el componente de miedo vuelve a aparecer aquí, pero es inevitable que las fuerzas de orden público adopten algo como Google Glass, que puede escanear 100.000 caras por segundo y buscarlas rápidamente en los expedientes. En México DF, esas retrógradas cámaras ya han reducido la criminalidad en toda la ciudad en un 32 %.
No hay duda de que los wearables tienen futuro en la medicina y en la vigilancia, pero Google Glass traía consigo los problemas habituales de casi todos los productos de la Internet of Things: privacidad, seguridad, interoperabilidad, duración de la batería y un precio muy alto para un valor dudoso, por mencionar solo unas cuantas. Pero, esté la gente lista para ellos o no, el mundo conectado se acerca a pasos agigantados si es que no ha llegado ya.
Y, en un mundo tan ágil en que la regla es caer y levantarse de inmediato, el fracaso inicial de Google podría ser solo la señal de éxito que Google necesita para llevarnos al futuro.