El italiano Antonio Meucci nació en Florencia el 13 de abril de 1808. Estudió ingeniería en la Academia de Bellas Artes de dicha ciudad y tuvo una azarosa vida que recorrió prácticamente todo el siglo XIX. Ahora que se cumple un nuevo aniversario de su nacimiento, ya el número 205, conviene recordar que recientemente –en comparación con el tiempo transcurrido– se le reconoció la patente del teléfono, que tradicionalmente se ha venido atribuyendo a Alexander Graham Bell.
En el año 2002, el Congreso de Estados Unidos aprobó una resolución en la que destacaba el nombre de Antonio Meucci asociado a la invención del teléfono, en detrimento de Bell. Durante más de 100 años se atribuyó a este último el mérito de haber creado uno de los aparatos que han marcado el siglo XX. La famosa frase “Mr Watson, come here, I want to see you”, dirigida por Bell a su ayudante el 10 de marzo de 1876, que sirvió para comunicar habitaciones contiguas.
Alrededor de dos décadas antes Meucci ya había logrado conectar dos habitaciones por un sistema de comunicación novedoso. Su esposa estaba enferma de reumatismo y el inventor construyó un aparato para conectar el dormitorio, en el que se encontraba su mujer, con su laboratorio. Por aquel entonces el inventor ya había emigrado de Italia, vivido en La Habana y recalado en Staten Island (Nueva York).
Exiliado de Italia, realiza los primeros ensayos
Los tiempos turbulentos que vivía Italia en los años 30 del siglo XIX harán que Antonio Meucci deje, junto a su esposa, su Florencia natal, alejándose de los cientos revolucionarios y de la reunificación que se estaba fraguando. La pareja llegó a la ciudad de La Habana, Cuba, donde el inventor consiguió un trabajo en el Gran Teatro de Tacón (que hoy es el Gran Teatro de La Habana).
Pero el espíritu inquieto de Meucci y el conocimiento derivado de sus estudios en Química y Mecánica lo llevaron a hacer diversos experimentos. En uno de ellos descubrió que la electricidad podía transmitir la voz humana: el principio básico del teléfono. Estaba aplicando electroterapia a un paciente y éste recibió una corriente que le hizo gritar. Quizá fuera cosa de su imaginación, pero Meucci, en otra habitación, creyó haber oído más claramente el sonido de lo que era posible estando a distancia. Acto seguido comprobó que uno de los cables le llevaba de manera tenue la voz de su paciente.
En 1850 el matrimonio emigra de nuevo, esta vez a Estados Unidos. Se establecen en Staten Island y allí es donde Meucci utiliza su invento para crear una vía de comunicación que le mantuviera en contacto con su esposa, postrada en la cama mientras él trabajaba en su laboratorio. Perfecciona su ‘telégrafo parlante’ y hacia 1857 construye el ‘teléfono electromagnético’, formado por una barra de acero imantada, una bobina de alambre y una lámina de hierro que hacía las veces de diafragma.
Se materializa el teléfono
Meucci da a conocer el ‘teletrófono’ en 1860 en una demostración pública. Tiene cierto eco en un periódico italiano de Nueva York, pero no obtiene ningún acuerdo comercial para sacar beneficios de su creación. Siguen a este acontecimiento años de penurias económicas que le impiden pagar por la patente de lo que había inventado.
Desarrolla varios prototipos de su invento y en 1870 ya podía transmitir la voz a una distancia de una milla, utilizando el cobre como conductor. En 1871 Meucci obtiene la financiación necesaria, gracias a una asociación, para registrar la patente del ‘telégrafo sonoro’. La renueva los dos años siguientes, pero después se queda sin fondos.
En 1876 Bell patenta su propio invento, que demostraba también públicamente. Al contrario que el italiano, la compañía Bell sí poseía recursos y dinero como para pagar por la patente y su renovación, así como los contactos necesarios para extender el teléfono.
Litigio con Bell
Meucci había creado un aparato que transmitía la voz humana en los años 50 y para cuando Bell sacó a la luz su invento, en 1876, aún no lo había comercializado y ni siquiera pudo mantener la posesión de la patente. En cambio, la Bell Telephone Company, creada en 1877, había distribuido ya en 1886 teléfonos entre más de 150.000 personas en Estados Unidos.
Esto da idea de la diferencia abismal de recursos que poseían ambos inventores. José Martí, intelectual y periodista cubano de la época, escribía: “Hay razones reales para creer que la patente de Bell es fraudulenta”. A continuación argumentaba que los recursos y la influencia de la compañía Bell hacían que fuera imposible ganarle la partida en los tribunales.
Nada más conocer el invento de Bell, Meucci demandó por vía judicial. Después se enteró de que toda la información relativa a su patente, registrada entre los años 1871 y 1873, había desaparecido. Está probado por una investigación posterior que empleados de la oficina de patentes incurrieron en un delito de prevaricación.
Los propios abogados de Meucci sufrieron la presión de la compañía Bell para impedir que los trámites judiciales siguieran adelante. Sería la muerte del italiano la que suavizara las disputas, que quedaron perdidas en un laberinto burocrático. Hasta el 11 de junio de 2002, cuando se reconoció a Antonio Meucci como el verdadero inventor del teléfono, por delante de Bell.