Se estima que los servicios cotidianos pronto abarcarán una capa de inteligencia emocional similar a la humana, lo que les permitirá ser receptivos a lo que sientan sus usuarios. Del mismo modo, se espera el surgimiento de otra clase de servicios que buscarán regular o manipular las emociones en la medida en que los usuarios lo requieran o deseen.
En los últimos siglos la humanidad ha fantaseado con la idea de proveer de emociones a las máquinas. Ficciones como «Yo, Robot», de Isaac Asimov; o la película «Inteligencia artificial», de Steven Spielberg, mostraban un universo en el que personas y androides convivían y se relacionaban. Es probable que, al menos a corto plazo, estas representaciones se mantengan como ideas exclusivas de la imaginación. Sin embargo, las últimas novedades revelan que la inteligencia emocional comienza a estar moderadamente presente en la tecnología.
Se estima que los servicios cotidianos pronto abarcarán una capa de inteligencia emocional similar a la humana, lo que les permitirá ser receptivos a lo que sientan sus usuarios. Del mismo modo, se espera el surgimiento de otra clase de servicios que buscarán regular o manipular las emociones en la medida en que los usuarios lo requieran o deseen. Además, estas tecnologías emocionalmente inteligentes también podrán actuar en nombre de los usuarios, automatizando las tareas y las decisiones cotidianas. Se vislumbra así un futuro en el que las personas se encontrarán siempre en un constante estado de equilibrio, donde sus objetos y servicios personalizarán y armonizarán firmemente sus entornos.
En este sentido, un grupo de investigadores del programa Insight & Strategy for Product Innovation de Telefónica ha decidido explorar la inteligencia emocional de los humanos para poder identificar las oportunidades que se hayan en esta tecnología. En su cometido, los investigadores se han propuesto comprender las implicaciones éticas y morales que rodean a estos procesos, a la vez que identificar lo que piensan y sienten las personas acerca de sus usos. Para su estudio contaron con 20 hombres y mujeres jóvenes en el Reino Unido y Estados Unidos que participaron en discusiones sobre las tareas que efectúa la tecnología emocionalmente inteligente. A su vez, consultaron a otras 1.200 personas en España, Alemania y Estados Unidos para cuantificar el sentimiento y las necesidades de los usuarios.
En un principio, los científicos partían de la hipótesis de que la inteligencia emocional podría aplicarse a todos los servicios de tecnología automática. No obstante, los resultados evidenciaron que en los servicios cotidianos, los beneficios de la inteligencia funcional estaban relacionados con el ahorro de tiempo, esfuerzo y dinero, mientras que los beneficios de la inteligencia emocional se relacionaron con el bienestar. Por esa razón, advierten los investigadores, ningún servicio impulsado por inteligencia artificial debe evolucionar necesariamente para volverse emocionalmente inteligente.
Las personas quieren deshacerse de sus malos hábitos
Teniendo en cuenta el potencial de las tecnologías emocionalmente inteligentes, la investigación fue recibida con gran entusiasmo por parte de los participantes. Según explicaron los implicados, más allá del asesoramiento en tiempo real en torno a cuestiones como el estrés y la ansiedad, anhelaban la ayuda de esta tecnología para desarrollar resiliencia psicológica, fuerza de voluntad frente a tentaciones inútiles y para romper malos hábitos.
Las oportunidades en torno a la aplicación de la inteligencia emocional son enormes debido a la gran cantidad de plataformas e industrias multimillonarias que las contienen. Orientar su uso como un medio para amplificar el potencial humano es rentable en la medida en que las personas se esfuerzan por aprovechar al máximo su tiempo y aumentar su productividad.
Por otro lado, las redes sociales y las empresas de análisis del comportamiento han sido criticadas por utilizar esta tecnología con fines comerciales y políticos, sin el conocimiento de la mayoría de sus usuarios. En este sentido, la ética y las legislaciones necesitan tiempo para desarrollarse, pero una vez se han actualizado y traducido a formatos e idiomas que los ciudadanos comunes entienden fácilmente, podrán garantizar que estas prácticas sean transparentes y fáciles de rechazar.
Así, vemos cómo poco a poco las emociones y las máquinas comienzan a desarrollar una relación, que, según parece, tendrá un largo recorrido en la evolución tecnológica. Puede que la fantasía de los humanos termine algún día por materializarse.