La intimidad en internet es, cada vez más, un bien preciado que resulta difícil proteger. Después de luchar contra las confirmaciones de lectura de los servicios de mensajería instantánea, toca hacer lo propio con el correo electrónico.
La batalla por la privacidad se libra en cada rincón de internet. Más allá de huir del espionaje de gobiernos o el de las grandes empresas tecnológicas, los usuarios que quieran proteger su intimidad se enfrentan en la Red a un verdadero campo de minas en el que cada servicio esconde una trampa. A finales de 2014, esa guerra alcanzó su punto álgido cuando WhatsApp activó el dichoso doble check azul: si lees un nuevo mensaje, el marcador cambia de color y el contacto en cuestión sabe que estás ahí, leyendo (y probablemente ignorando) lo que dice. Eso por no hablar de la siempre impopular última hora de conexión.
Aquello ya es historia de internet y el desenlace es de sobra conocido. WhatsApp cedió ante las críticas de los usuarios que veían su intimidad asaltada y que preferían pasar inadvertidos y dio la posibilidad de desactivar cualquier indicativo chivato. Ni hora de conexión, ni doble check azul. Sin embargo, WhatsApp solo es la punta del iceberg.
Mientras el servicio de mensajería instantánea propiedad de Facebook acaparaba todos los titulares, la lucha por proteger la intimidad de los internautas seguía teniendo lugar en otro campo que aún hoy es un constante tira y afloja para no ser descubierto: el de los correos electrónicos.
La situación es similar. Alguien envía un correo electrónico y, pasadas las horas, se pregunta si el destinatario lo habrá leído y no contesta adrede o si es porque aún no ha tenido tiempo ni para abrir el mail en cuestión. Por suerte para los más impacientes, hace ya más de una década que fueron desarrolladas las herramientas que permiten rastrear correos electrónicos: en cuanto el destinatario lo abra, el emisor lo sabrá.
Es más, los actuales servicios de email tracking van mucho más allá y dan una ingente cantidad de información. Así, el responsable del envío de un correo puede saber cuándo y dónde fue abierto y, además, en cuántas ocasiones. Y no es lo único. También informan sobre el número de personas que han leído el email (o, mejor dicho, la cantidad de direcciones IP desde las que se ha abierto) e incluso si los archivos adjuntos al correo han sido descargados o no.
Las malas noticias para aquellos internautas que son celosos de su intimidad y defienden que no le importa a nadie cuándo o dónde consultan la bandeja de entrada de su correo electrónico no acaban ahí. Por si todo lo que son capaces de hacer las herramientas de seguimiento no fuera suficiente, hay que sumar el hecho de que, al contrario de lo que sucede en WhatsApp, no hay una forma sencilla y única de desactivar los servicios de tracking. Además, el número de empresas que ofrecen estos rastreadores tiende a infinito: GetNotify, bananatag, HubSpot, Mixmax…
La resistencia
No todo está perdido. De hecho, si hay guerra en las bandejas de entrada es porque los que prefieren no ser controlados a través de herramientas para monitorizar correos electrónicos aún cuentan con algún que otro recurso para defenderse. El bloqueo de imágenes y otro buen puñado de servicios son las armas con las que proteger la poca intimidad que aún queda en internet.
Para empezar, Google permite que los usuarios de su servicio de correo electrónico, Gmail, eviten estos rastreadores con una sencilla (aunque demasiado extrema) opción: prohibir que se muestren por defecto las imágenes externas que acompañan a los emails. Si así se desactivan las herramientas de tracking es porque la mayoría de ellas insertan en cada correo enviado una imagen de tan solo un pixel que hace las veces de rastreador. Cuando el receptor abre el correo, el pixel se descarga y el servicio obtiene los datos necesarios para informar al emisor de todo lo habido y por haber.
No obstante, esta opción que ofrece Google (y a la que cualquier usuario puede recurrir accediendo a “Configuración” a través del icono del engranaje que aparece en la parte superior derecha de Gmail) hace que por defecto cualquier foto que nos llegue por correo no se muestre. En cada email se preguntará al usuario si desea ver las imágenes y, en caso de respuesta afirmativa, el rastreador podría empezar a funcionar camuflado junto al envío de cualquier GIF divertido.
Pero, más allá del recurso del correo de los de Mountain View, a la sombra de todas esas innumerables herramientas que permiten monitorizar el estado de los correos enviados han ido surgiendo a lo largo de los años otras tantas pensadas precisamente para bloquear a las primeras o, al menos, alertar de su presencia.
Es el caso de Ugly Email, una extensión de Gmail que se cuela (de forma segura, afirman desde el servicio) en tus correos electrónicos en busca del dichoso señalizador chivato. En caso de llevar un rastreador, ese correo aparecerá marcado automáticamente en la bandeja de entrada de Gmail con un ojo, para que el usuario esté alerta: si lo abre, puede darse por pillado.
Otros ejemplos son los que ofrecen PixelBlock y Trackbusters. Ambas aseguran lograr lo mismo: analizar tu bandeja de correo electrónico para discernir qué mensajes están siendo rastreados y cuáles no. Además, dicen bloquear la herramienta que se está metiendo donde no la llaman. Desde el otro bando, claro está, algunas compañías responsables del email tracking aseguran que estos mecanismos de defensa no siempre son eficaces en su intento por acabar con el sutil espionaje.
Sea de una forma o de otra, lo cierto es que aquella polémica del doble check azul tuvo un desenlace mucho más sencillo. La verdadera guerra por la intimidad se libra en las bandejas de correo electrónico por culpa de un marcador prácticamente invisible. Rastrear o evitar ser rastreado: esa es la cuestión.