La moda de envejecerse virtualmente puede pasar factura a tu privacidad en la red. Te contamos el porqué.
El entramado de aplicaciones que hay en los teléfonos móviles dista mucho de ser un lugar seguro para nuestros datos. De hecho, la fina línea que separa la privacidad y la exposición muchas veces se cruza sin que ni si quiera el propio usuario (fuente de esos datos) se de cuenta de ello.
La gran mayoría de ellas interaccionan con dichos datos, porque, a fin de cuentas, el usuario las usa con ese motivo. Es decir, Instagram por ejemplo, se sirve de nuestros datos en forma de imágenes para desarrollar su propia aplicación.
Hasta aquí todo correcto. La cuestión se torna más compleja cuando las aplicaciones usan estos datos para su propio beneficio o para hacer negocio con ellos gracias a terceros. Todo ello a costa de los usuarios y generalmente sin su consentimiento.
Uno de los ejemplos más flagrantes de la malversación de información privada en la red culminó hace pocos días con la histórica multa de Estados Unidos a Facebook por valor de 5.000 millones de dólares. Debido a la violación de las leyes de privacidad en el caso de Cambridge Analytica.
El caso de FaceApp
Una vez contextualizado de manera general el panorama vamos a explicar porqué la aplicación viral FaceApp es un riesgo para nuestros datos.
Para el usuario que desconozca su funcionamiento, esta aplicación tiene su razón de ser en la inteligencia artificial como medio de modificación de imágenes. En este caso para envejecer las caras (la aplicación tiene también distintos usos, todos ellos relacionados con el cambio de imagen, aunque el de envejecimiento se ha convertido en el más viral).
Para ello, FaceApp se sirve de redes neuronales con el fin de generar nuevas imágenes a partir de otras, que el usuario debe escoger de su galería, o en su defecto hacer instantáneamente con su cámara del móvil.
El peligro que suscita su uso es el empleo que la aplicación hace con las originales y con los datos relacionados con ellas.
La política de privacidad de la aplicación, que debería ser la defensa del usuario frente a terceros, no se ha actualizado desde 2017. Es decir, dos años sin ninguna renovación legal. A su vez, dicha política no está adaptada al canon europeo de privacidad basada en el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD).
Por lo tanto, queda en entredicho a unos niveles muy elevados la gestión de privacidad por parte de esta app que pertenece a la compañía rusa Wireless Lab.
En su defensa, su creador, Yaroslav Goncharov ha dicho que la mayoría de las imágenes se eliminan de los servidores en las 48 horas posteriores a la fecha de carga, y que no venden a terceros ningún tipo de dato del usuario. Aunque en la política de privacidad original sí se refleja alguna excepción de exposición de datos a «organizaciones de terceros que nos ayudan a proporcionar el servicio» y «socios publicitarios de terceros».
Queda servida entonces la controversia en términos legales, y lo que es más importante, queda comprometida la privacidad de millones de usuarios, que sumados a la moda viral de envejecerse han sido relegados al último escalafón dentro del mercado digital.