Descubriendo a Fran Allen, la primera mujer que ganó ‘el Nobel de Informática’

A lo largo de su carrera, Fran Allen ha hecho pioneras contribuciones a la teoría y práctica de la optimización de las técnicas de compilación de los que se emplean en la actualidad

Encantadora. Es una de las muchas palabras de admiración con las que Jorge Mira, catedrático de física aplicada de la Universidad de Santiago de Compostela, describe a la primera mujer que consiguió, en 2006, un premio Turing, el galardón considerado ‘el Nobel de la Informática’. Nos referimos a Frances Allen, una pionera de la tecnología que abrió la puerta, con su trabajo, al estudio de los compiladores (los programas encargados de traducir el código en ceros y unos para que la máquina lo entienda).

“Es una mujer muy agradable, afable, que desde luego no parece consumida por la vena ultracompetitiva que ves en otros científicos líderes”. El físico fue uno de los afortunados que disfrutaron de la compañía de Allen cuando, en 2008, la estadounidense asistió al programa ConCiencia que el mismo Mira dirige desde hace ocho años. Entre recuerdos, el catedrático señala que le costó bastante contactar con ella para que estuviera en las jornadas. Un congreso que resultó de lo más provechoso para las investigadoras gallegas que acudieron a la cita.

Fran Allen
Foto: Universidad de Santiago de Compostela

Porque Fran Allen es una de esas mujeres que se erigen como ejemplo a seguir. No sólo por haber sido una de las primeras féminas que contrató IBM en 1957, sino por su destacado papel en el desarrollo de una de las tareas más básicas en informática: que una máquina entienda las instrucciones de sus desarrolladores.

Nacida en 1942 e hija de un granjero y una maestra de primaria, esta neoyorquina se enamoró de las matemáticas desde que conoció sus encantos en el instituto. Gracias a ellas logró hacerse un hueco en la mayor empresa de ordenadores del siglo XX. En un principio, consideraba el trabajo en IBM como una labor temporal, pero lo fue dejando y, al final, aguantó unos cuarenta y cinco años.

Un tiempo que aprovechó para estar en el centro de grandes proyectos, a pesar de que algunos no llegaran a triunfar. Eso le ocurrió con el primero, Stretch, que aspiraba a crear una máquina cien veces más rápida que cualquier otra disponible en el mercado. Un superordenador que se quedó, sin embargo, en un 50% de lo prometido.

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Foto: Wikimedia Commons

“No conseguimos el objetivo en la máquina Stretch porque era la mitad de lo que se había anunciado que sería, y el presidente de IBM tuvo que pedir una disculpa pública”, contaba Allen a los investigadores gallegos en aquellas jornadas. “No es que me preocupara demasiado porque era mi primer gran proyecto, y realmente tampoco me importaba demasiado tener fracasos, pero aprendí bastante y me lo pasé bien”.

Un segundo proyecto, desarrollado poco tiempo después del fiasco Stretch, salió algo mejor. Bautizado como Harvest, consistía en una máquina para permitir a la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA por sus siglas en inglés), descifrar los mensajes que llegaban a las centrales de escucha. Una tarea importante para un país que se hallaba, durante los años sesenta, en plena Guerra Fría.

Dentro del proyecto, Allen y su equipo diseñaron un ‘framework’ de compilador para manejar tres lenguajes de programación muy diferentes entre sí: FORTRAN -un lenguaje creado por la propia IBM antes de que la matemática empezara a trabajar para la empresa-, Autocoder y Alpha. Y tales compiladores le sirvieron a la NSA durante catorce años.

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Foto: Wikimedia Commons

El resto de su carrera la pasó desarrollando nuevos compiladores para lenguajes de programación mucho más avanzados en la división de investigación de la compañía, IBM Research. Siempre con un claro objetivo: solucionar los problemas más complicados para motivar a los investigadores y conseguir unos ordenadores con mayores prestaciones. “Durante toda mi carrera no me di cuenta, hasta que eché la vista atrás, de que siempre fui dirigida por estas metas”, declaró en las jornadas.

A diferencia de otros investigadores, fueron pocas las ocasiones en las que Allen plasmó en un artículo científico sus hallazgos. “Curiosamente, no lleva por delante su trabajo científico, algo que me sorprendió”, recuerda Mira. “Así como la mayoría de gente que viene tiene una cierta formación profesional, ella no la tenía. Nadie diría que es una persona experta”.

Y, sin embargo, la estadounidense ha recibido multitud de honores por su trabajo. Además del premio Turing en 2006, dos años antes fue nombrada Pionera de la Sociedad del Ordenador del Instituto de Ingeniería Eléctrica y Electrónica (IEEE Computer Society Pioneer Award). Y forma parte del Salón de la fama de la asociación Mujeres en la Tecnología Internacional (Women in Technology International, WITI) desde 1997 y de la Academia de las Ciencias de Estados Unidos desde 2010.

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Foto: Alaina Percival

Reconocimientos que pueden servir de inspiración a ese pequeño porcentaje de mujeres que se dedican o desean dedicarse al mundo de la ciencia, y en concreto, al de la tecnología, porque de acuerdo con los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, en España sólo un 11% de las estudiantes de bachillerato escogen la informática. Y sólo el 24% de las profesoras tituladas universitarias imparten clases de ingeniería y tecnología.

Ante esta realidad, ¿qué aconseja Allen? “En realidad, si alguien quiere hacer algo, pues evidentemente no se puede dispersar por ningún tipo de cliché”, rememora el físico. Tal vez no textuales, pero son las palabras de una mujer reconocida por sus contribuciones a la mejora del rendimiento de los programas informáticos.

Las palabras, también, de una mujer enamorada del alpinismo y las matemáticas que se emociona cuando una universidad española le rinde homenaje. Las palabras de una encantadora eminencia informática, que se alza como ejemplo para presentes y futuras mujeres del sector tecnológico.

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