Con el fin de construir objetos caseros o incluso para crear recursos de investigación, la impresión 3D como inversión a corto plazo está emergiendo a nivel mundial.
La capacidad productiva de una impresora 3D representa un medio de zafarse del proceso industrial que se viene desarrollando desde el siglo XIX. La tecnología aún está en una fase embrionaria, sobre todo en lo que respecta a su adopción, pero su potencial de cambio es enorme, pues permite al público que tradicionalmente era consumidor convertirse en una parte activa del proceso industrial (que al fin y al cabo es la estructura básica que hace posible el acceso a determinados bienes).
Antes de que se desarrollara la industria como tal y maduraran las cadenas de producción que permiten producir en masa, ciertos bienes eran de fabricación casera. Algo tan básico como un jersey salía más rentable producirlo en el hogar que comprarlo en una tienda. Hoy en día, con el tremendo abaratamiento de los costes de producción, junto con otros factores, el esfuerzo que supone tejer un jersey es mucho mayor que el precio que tiene en el mercado.
Sin embargo, la tecnología de las impresoras 3D ofrece la oportunidad de darle la vuelta a las cosas de nuevo. Tal vez no ocurra con un jersey – aunque los nuevos materiales de impresión no dejan de sorprendernos y ya hemos visto algún vestido – pero sí puede pasar con utensilios de uso doméstico, como cubiertos, vasos u objetos de decoración, como por ejemplo una figurilla o el marco de un cuadro.
Un estudio de la Michigan Technological University calcula que un hogar medio (en Estados Unidos) podría ahorrar hasta 2.000 dólares al año con una impresora 3D. Los investigadores tomaron los diseños de 20 objetos, disponibles en Internet, que estimaron sería necesario comprar en el plazo señalado. Después de conocer el precio total de estas compras, calcularon cuánto costaría producirlos, incluyendo el plástico y la electricidad.
El ahorro es sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de sólo un año. Esto es una muestra de la impresión 3D como inversión. Pero no es el único caso. Entre las muchas necesidades de los países en desarrollo está la de recursos técnicos, especialmente los referidos a la investigación científica, que resultan bastante escasos. Esto es un problema que se hace una bola de nieve, puesto que los científicos de estos países tienen que marcharse para hacer su trabajo, lo que implica que no haya gente que estimule el interés – tanto académico como profesional – del resto de la población.
Esta dinámica se puede modificar usando la impresión 3D como inversión a medio e incluso a corto plazo. Con una de estas máquinas se puede fabricar material de laboratorio que de otra forma costaría demasiado importar, lo único necesario son los diseños. Para adquirirlos hay que pagar un precio alto, pero a partir de ahí el usuario obtiene independencia productiva.
Existen varias iniciativas orientadas a facilitar el acceso a este tipo de material en los países en desarrollo, aunque los equipos de investigación con presupuesto ajustado también pueden aprovechar las ventajas de la impresión 3D. El sitio Appropedia permite a los usuarios desarrollar diseños de forma colaborativa, mientras que el proyecto OpenLabTools ha creado un microscopio económico: todo un comienzo.
Imagen: juhansonin /Tecnoblogueando