Los robots-animales tienen una larga tradición en Japón, donde prestan servicios tales como dar compañía o ayudar a discapacitados físicos.
En Japón la robótica tradicionalmente ha ido uno o varios pasos por delante de otros países. En el ámbito del consumo, una de las tendencias que más tiempo llevan vivas es la de crear robot-animales. Los japoneses han desarrollado este tipo de productos desde finales de los años 90 y con frecuencia se destinan a usos sociales. Estas creaciones pueden servir para hacer compañía a ancianos o ayudar a discapacitados físicos, como hace Robear, capaz de cargar con una persona de 80 kilos en sus brazos para levantarla de la silla o de la cama.
Los robot-animales en Japón se han llegado a plantear como una alternativa a la terapia asistida con animales. No en vano se trata de ejemplares robóticos con forma de foca o de perro. Ni que decir tiene, sus funciones son mucho más limitadas que las de un ser vivo, pero en cualquier caso logran ofrecer a su dueño un cierto nivel de confortabilidad.
Tanto es así que cuando Sony anunció que dejaría de reparar unidades de AIBO, un robot con forma de perro que dejó de fabricar en 2006 debido a su situación financiera, fueron muchos los que buscaron otras formas de resucitar a su criatura cuando se estropeaba. AIBO se comenzó a vender en 1999. Contaba con un conjunto de sensores , incluidos una cámara y un micrófono para facilitar la comunicación con el usuario.
La última generación podía incluso hablar, con lo que se perfilaba como un auténtico (ta vez este no sea el adjetivo) animal de compañía. Algunos usuarios estaban de hecho más contentos con el robot, pues no manchaba ni había que alimentarlo. Lo mismo ocurre con Paro, una foca capaz de interactuar con la gente gracias a una serie de sensores táctiles que activan movimientos destinados a mostrar emociones, como sorpresa o enfado.
De esta forma el robot Paro se convierte en una fuente de empatía, que abre la puerta a una relación más profunda con el usuario. No se trata solo de un producto más sino que aporta una interacción con visos de ofrecer comodidad a las personas que tiene alrededor. Y es que Paro también responde a diferentes sonidos, es capaz de aprenderse nombres e imita los gimoteos de una foca recién nacida.
Paro se empezó a comercializar en 2004, pero en la actualidad también se construyen robot-animales con fines sociales. El Robear es un caso claro. Está destinado a ayudar a pacientes con movilidad reducida o discapacitados físicos. Gracias a su forma y robustez es capaz de levantar una persona de 80 kilos y transportarla donde corresponda. Es el sucesor de varios modelos que estaban destinados a este tipo de tareas.