ciencia en guerra

La ciencia y la tecnología en los tiempos de guerra

El ingenio se agudiza en los peores momentos. Los avances de la tecnología y de la ciencia en guerra fueron clave para mejorar la medicina o las telecomunicaciones.

The Imitation Game ha llegado a los cines precedida de una gran expectación. La película, dirigida por Morten Tyldum y protagonizada por Benedict Cumberbatch, cuenta la vida de Alan Turing. El matemático y criptógrafo británico fue el responsable de romper la máquina Enigma, el sistema de cifrado que usaban los nazis en sus comunicaciones. Su ejemplo muestra los avances logrado por la ciencia en guerra.

El trabajo de Turing en Bletchley Park permitió, por ejemplo, saber que el ejército alemán creía que el desembarco de los aliados se iba a producir por el paso de Calais y no por Normandía. Anticipar los movimientos y estrategias nazis fue clave para ganar la II Guerra Mundial, permitiendo acortar la batalla en casi dos años. En algunas de las grandes contiendas históricas, la humanidad no sólo ha visto la muerte desgraciada de millones de personas.

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La ciencia y la tecnología han avanzado a duras penas durante estas batallas, permitiendo avances e hitos históricos. El ejemplo de Turing y el código Enigma es sólo el principio. Durante la I y la II Guerra Mundial, el esfuerzo de investigadores e ingenieros permitió mejoras en el ámbito de la medicina, las telecomunicaciones o la propia criptografía.

Combatir las infecciones desde la trinchera

Cuando comenzó la I Guerra Mundial, habían pasado 19 años desde el fallecimiento del investigador francés Louis Pasteur. Su legado, sin embargo, fue imprescindible para saber que las enfermedades infecciosas que atacaban a los soldados eran causadas por microorganismos, invisibles para el ojo humano.

ciencia en guerraNos encontrábamos, sin embargo, en la era previa al desarrollo de los antibióticos. Los tratamientos eran limitados. Sólo la quinina contra la malaria o el salvarsán (el medicamento 606 de Paul Ehrlich) contra la sífilis podían hacer frente a algunas de estas enfermedades. Pero si había un problema médico que preocupaba a los ejércitos (especialmente al de Estados Unidos) era el tifus.

Esta infección, causada por bacterias del género Rickettsia, había afectado a miles de soldados norteamericanos en la guerra de 1898 contra España y en las guerras de los bóeres en Sudáfrica. Walter Reed fue el encargado de iniciar una investigación sobre esta enfermedad, logrando desarrollar vacunas efectivas que redujeron significativamente el número de infectados. En 1898, de cada mil soldados de Estados Unidos, 142 sufrían el tifus. Este número se consiguió reducir a 1 soldado por cada mil durante la I Guerra Mundial gracias a las campañas de vacunación, fruto de los avances de la ciencia en guerra.

Y llegaron los antibióticos

Si durante la I Guerra Mundial las vacunas fueron clave, durante la II Gran Guerra la medicina se benefició del avance de los antibióticos. En 1928, el científico Alexander Fleming descubrió que sus cultivos de bacterias estaban contaminados por una sustancia que ‘impedía su crecimiento’. Lo que contaminaba aquella placa era en realidad un hongo, y lo que dificultaba el crecimiento de las bacterias, un antibiótico: la penicilina.

ciencia en guerraDurante la II Guerra Mundial, los aliados impulsaron la investigación sobre la estructura y la purificación de la penicilina, ya que el ejército nazi contaba con sulfamidas (otro tipo de quimioterápicos). La producción masiva de penicilina durante la II Guerra Mundial permitió reducir drásticamente la incidencia de mionecrosis clostridiana (gangrena gaseosa de las heridas).

En la I Guerra Mundial, la mortalidad por heridas de guerra infectadas fue del 8,1%. Según datos de la Universidad Politécnica de Madrid, este porcentaje se redujo al 4,5% durante la II Guerra Mundial. En conflictos bélicos posteriores, la aplicación de antibióticos como la penicilina fue fundamental: en la Guerra de Vietnam la tasa de mionecrosis por clostridio fue casi nula.

El arma secreta de Reino Unido

En la II Guerra Mundial, Reino Unido no sólo contribuyó de manera decisiva a interceptar los mensajes y comunicaciones del ejército nazi. Su trabajo fue fundamental para prevenir y repeler ataques de la Luftwaffe (fuerza aérea alemana). ¿Cómo lo lograron?

Su arma secreta se basó en la patente obtenida por Robert Watson-Watt, descendiente del célebre ingeniero James Watt. En 1935, envío una memoria de trabajo sobre un innovador sistema, basado en la utilización de ondas de radio, que era capaz de detectar y alertar de movimientos de objetos invisibles con nuestra propia vista. Esta tecnología, más conocida como radar, fue fundamental en la II Guerra Mundial para los aliados.

En 1939, se instalaron 20 estaciones de radar en Reino Unido, capaces de detectar objetos a más de 160 kilómetros de distancia. A pesar de que los alemanes conocían la tecnología, pues el sistema más primitivo fue ideado por Christian Hulsmeyer en 1904, no conocían las mejoras realizadas por los británicos en los años previos a la Guerra Mundial. Este importante avance tecnológico fue clave para que la Royal Air Force británica sorprendiera a los pilotos alemanes antes de que estos pudieran bombardear territorio británico.

Los avances de la tecnología y de la ciencia en guerra fueron fundamentales no sólo para ganar batallas históricas, sino también para realizar mejoras significativas en el desarrollo de las telecomunicaciones, la creación de medicamentos o vacunas. A pesar de la dureza de las contiendas, el ingenio y el trabajo de algunos pioneros fue clave para que hoy dispongamos de los sistemas de radar o de mejores armas contra las enfermedades.

Imágenes | Matt Crypto (Wikimedia), Dennis Shank (The Lancet)

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