Telefónica jugó un papel clave en la misión del Apolo XI, en la que Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre en pisar la Luna. Su participación en tal empresa tiene sus raíces unos años antes, cuando España daba sus primeros pasos en la comunicación por satélite.
Era el año 1966 y, gracias a un crédito del Export-Import Bank, se compraron dos estaciones terrenas procedentes de Estados Unidos, que se instalaron en España, una en Maspalomas, Gran Canaria, y otra Buitrago de Lozoya (Madrid); esta última esencial en las comunicaciones con la NASA al servir de conexión entre una tercera estación, la de Robledo de Chavela (Madrid), y la estadounidense de Greenfeld, meses más tarde.
El tamaño de la primera antena de Telefónica superaba los 25 metros de diámetro. Estaba equipada con dos vías de transmisión y otra de recepción, y se conectaba con Madrid, a casi 80 kilómetros de distancia, gracias a un enlace de microondas. Un año más tarde, se amplió su capacidad y Buitrago de Lozoya estableció comunicación directa con países de Latinoamérica como Argentina, Chile, Brasil, Perú y México, además de Estados Unidos.
Telefónica y el primer hombre en la Luna
La hazaña del primer ser humano dejando su huella en la superficie lunar estuvo llena de peligros y contratiempos. Algunos, poco relacionados con el viaje en sí mismo. Telefónica formó parte de la solución al problema que suponía mantener la comunicación con el Apolo XI en su viaje más allá de la atmósfera terrestre.
Para la transmisión de datos a gran velocidad, se instaló un circuito transatlántico en el que entró a participar una nueva estación, la de seguimiento de satélites de Robledo de Chavela, cerca de El Escorial, con el centro de comunicaciones de la NASA. Y es que, para monitorizar el recorrido del cohete en el espacio, eran necesarias estaciones de comunicación de características especiales. Solo tres, en todo el mundo, tenían capacidad para cumplir con este cometido. Precisamente, la de Robledo de Chavela era una de ellas. Las otras dos se encontraban en Estados Unidos y Australia.
La NASA necesitaba de un ancho de banda de 48 kilobits para transportar señales de vídeo, telemetría, voz y otros datos. Como los cables telefónicos submarinos estaban ocupados por el tráfico telefónico, se confió en los satélites Intelsat. Un responsable de la NASA viajó hasta España para supervisar el dispositivo que conectaba la estación de Robledo de Chavela con Estados Unidos.
Sin embargo, poco antes de la aventura espacial, uno de los Intelsat falló y hubo que recurrir a un plan de emergencia, consistente en reunir cables de teléfono hasta sumar la capacidad mínima necesaria para la comunicación. El enviado de la NASA se trasladó a Madrid para coordinar la acción con Telefónica. Se negoció con operadores de toda Europa para que desconectasen sus circuitos telefónicos y los sumasen a los que ayudarían a la misión espacial. Dos horas y unos minutos antes del lanzamiento, se alcanzó la meta de los 48 kilobits, evitando así tener que posponer el despegue.
El triunfo televisado
Los problemas nunca vienen solos: no quedaba suficiente capacidad para que las televisiones de Europa pudiesen retransmitir la señal de Houston. Una de las claves del viaje a la Luna era la posibilidad de ser seguida por medio mundo desde casa. Renunciar a mostrar las imágenes por televisión suponía un duro varapalo para la misión. Afortunadamente, la señal que se recibía en Australia pudo ser retransmitida por el satélite que cubría el océano Índico, para ser captada en Alemania, y transportada por red terrestre al resto del continente.
Este es un buen ejemplo de cómo el avance de las telecomunicaciones ha sido clave en el progreso del hombre.
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