¿Cuántas veces nos hemos preguntado por qué estamos insatisfechos en el trabajo? Cuestiones tales como: ¿por qué haciendo incluso más de lo que me piden no soy capaz de prosperar profesionalmente?, ¿por qué no se reconoce mi esfuerzo?, ¿por qué, aunque asumo más responsabilidad de la que me corresponde, no se percibe mi liderazgo dentro de la organización?, son algunas de las claves sin respuesta que siempre han provocado una invasión de insatisfacción profesional y personal.
Por otro lado, tras la pandemia nos encontramos de algún modo, en un momento de síndrome de estancamiento generalizado. Con él, tenemos la sensación de no poder alcanzar la ansiada “vuelta a la normalidad”. En el ámbito laboral no nos ha ido mejor. El teletrabajo se ha posicionado como la receta infalible para tratar de salvaguardar unos márgenes aceptables de productividad. Sin embargo, se dejan de lado aspectos humanos fundamentales para el desarrollo de las relaciones interpersonales dentro del entorno laboral.
Esto último, unido a la ya existente falta de claridad sobre planes de desarrollo profesional para los trabajadores, a la falta de una comunicación directa y transparente acerca del rumbo de la compañía o a la carencia de herramientas efectivas para fortalecer la conexión emocional con el empleado, esta desembocando inevitablemente en un estado de gran incertidumbre y desasosiego donde la angustia y la ansiedad se trasladan al día a día del “trabajador online”.
Los síntomas existentes en los trabajadores pre-pandemia aumentan exponencialmente en esta nueva normalidad
Al no existir mecanismos que ayuden al tejido empresarial a identificar, valorar, y reconocer el esfuerzo dentro de sus plantillas, la actitud proactiva y el talento del trabajador nunca llegan a percibirse de manera objetiva.
Situaciones del día a día donde el empleado experimenta un vacío continuo (hasta ahora torpemente justificadas por “una falta de rango en la jerarquía organizativa”) en estos momentos, se incrementa y se traduce en una sensación de exclusión “online” en un mundo de absoluta soledad en el espacio de hogar-oficina. Información decisiva, con la que un trabajador debería contar para realizar su trabajo de forma eficaz, parece no llegar nunca en el momento adecuado. Este tipo de percepciones repercuten irremediablemente en una desconexión emocional de la empresa de una forma grave y duradera.
La nueva normalidad en la empresa está aniquilando la proactividad del empleado
Podríamos decir que, en este nuevo contexto, está empezando a emerger indiscutiblemente la incapacidad de las empresas en desplegar herramientas que permitan medir el desempeño real de cada empleado y, por tanto, establecer un reconocimiento adecuado a los resultados obtenidos.
El exceso de crítica en todos sus ámbitos, el fomento de la cultura del conformismo o la falta de verdadera complicidad y compañerismo, componen un nuevo estado mental, donde el trabajador termina por no asumir más responsabilidad de la estrictamente necesaria. En otras palabras, podríamos afirmar que estamos asistiendo a un aniquilamiento de la proactividad del individuo. Esta, de hecho, ya no la ve como un activo sino como una carga.
El diagnóstico a un nivel más general es una clara destrucción de motivación dentro del mundo laboral. Y es, además, la razón definitiva por la que un empleado termina desvinculándose formalmente de la empresa, provocando así, una fuga de talento sin precedentes.
De todo ello, extraemos la clara necesidad urgente de aplicar nuevos conceptos y metodologías para controlar el nivel de motivación de las plantillas y utilizar los resultados con una nueva visión empresarial.
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