En 1980 el profesor Stephen Stigler formuló la Ley de Stigler: "ningún descubrimiento científico recibe el nombre de quien lo descubrió en primer lugar". La historia, en efecto, está llena de ejemplos de esta ley.
Hace unos días, por el aniversario del nacimiento de Alexander Graham Bell, en Think Big repescábamos un artículo explicando el verdadero origen del teléfono, ya que pese a la creencia popular que aún perdura, su verdadero inventor fue el italiano Antonio Meucci. Algo similar ocurre con la radio: pese a que en las escuelas se continúa atribuyendo a Guillermo Marconi su invención, en realidad casi todas las patentes necesarias para su descubrimiento las registró antes Nikola Tesla.
Casos como estos hay un buen número en la historia. Tanto es así que Stephen Stigler, profesor y estadista norteamericano, formuló en 1980 la Ley de Stigler para referirse a todos ellos sobre la eponimia. Un epónimo es un nombre propio, normalmente de una persona, que da nombre a un lugar o enfermedad, por ejemplo. Entre otros casos conocidos, el de Cristobal Colón a Colombia, el de Américo Vespucio a América o el de Louis Daguerre al daguerrotipo. Incluso el Teórema de Pitágoras era conocido por los matemáticos babilonios. Justo del daguerrotipo hablamos también en su momento, sobre el robo del invento de la fotografía. Es un buen ejemplo de la Ley de Stigler.
Y es que la Ley de Stigler viene a decir que ningún descubrimiento científico recibe el nombre de quien lo descubrió en primer lugar. Más allá de los casos del párrafo anterior, la historia también guarda una larga lista de ejemplos de inventores y científicos que se quedaron sin poner su nombre a su descubrimiento. Por ejemplo, la Ley de Ohm fue descubierta por Henry Cavendish, el número de Avogadro fue calculado primero por Johann Josef Loschmidt, y la distribución gaussiana fue descubierta por De Moivre.
Incluso la Ley de Stigler, como no podía ser de otra manera, fue primero formulada por el sociólogo estadounidense Robert K. Merton, cuyas aportaciones se encuentran especialmente en el campo de la Sociología de la Ciencia. Un poco más allá podemos encontrar otro ejemplo en una línea similar: el Efecto Mateo, que tiene su origen en un pasaje bíblico del evangelista Mateo. Simplificado, viene a decir que los ricos tienden a acumular más riqueza, y los pobres tienden a acentuar su pobreza.
El Efecto Mateo también se aplica al principio de la Ley de Stigler, pues se considera que los inventores y científicos ya famosos tendrán más accesible la fama por nuevos inventos, mientras que los que todavía no tengan reconocimiento tendrán mucho más difícil obtenerlo. No obstante, el Efecto Mateo aplica a otros campos. Originalmente fue usado por el psicólogo Keith Stanovich para referirse a la facilidad de los niños para la lectura cuando habían sido lectores desde muy temprana edad gracias a hábitos inculcados, mientras que quienes no habían accedido tempranamente a la lectura tenían problemas de por vida para ella.
Imagen: University of Iowa