Mónico Sánchez

Mónico Sánchez, el genio manchego que hizo las américas hace 100 años

España ha aportado una gran cantidad de genios al mundo. Mónico Sánchez es uno de ellos, además de un buen ejemplo de esfuerzo y superación ante la adversidad

Cuando en las calles de Madrid titubeaban las primeras bombillas, en Nueva York Thomas Alva Edison y Nikola Tesla se despellejaban en los periódicos, en la publicidad y en conferencias. Eran los primeros pasos del siglo XX. La electricidad había iluminado las ciudades con una luz moderna, dejando de lado el romanticismo de las lámparas de gas. El sector eléctrico era aún incipiente y estaba lleno de oportunidades. En aquella época llegó a la ciudad de los rascacielos un español, formado en electrotecnia con un curso por correspondencia.

Mónico Sánchez aterrizó en Nueva York en 1904. Venía recomendado por Joseph Wetzle, el ingeniero inglés que había impartido el curso por correspondencia que siguiera Mónico. El español estaba a las puertas del sueño americano antes incluso de que alguien lo llamara así. Tenía 23 años y ya había recorrido un largo camino.

Nacido en el pueblo de Piedrabuena, en Ciudad Real, de madre lavandera y padre tejador (hacía tejas y otras piezas de construcción), Mónico parecía destinado a heredar el oficio de su padre. Pero el profesor de la escuela pública local anticipó las dotes del niño y le animó a seguir estudiando. La única alternativa era escapar de la España rural y buscar en Madrid.

Con un traje recién comprado llegó a la capital en plenas huelgas estudiantiles. La Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid estaba cerrada y la única opción era el curso por correspondencia que impartía Joseph Wetzle. Era en inglés, idioma del que Mónico no entendía una sola palabra. Aun así se apuntó, aprendió a leer y escribir –que no a hablar, con lo que a su llegada a Estados Unidos se comunicaría con papel y boli– y fue completando los estudios sobre electricidad, una materia que se había convertido en su pasión.

El éxito americano

Una vez terminado el curso, Mónico se marchó a Nueva York para seguir formándose y abrirse a un mundo de oportunidades, donde florecían las invenciones y además fluía el dinero. La ciudad andaba enfrascada en la Guerra de las corrientes, un ambiente estimulante para un apasionado de la electricidad.

Mónico Sánchez
Mónico llegó a Nueva York en plena época de los inventores. En la imagen, la telegrafía sin hilos, de Marconi

Se matriculó en el Instituto de Ingenieros Electricistas y en la Universidad de Columbia, pronto empezaría también a trabajar para una compañía dedicada a facilitar el uso de la electricidad en hospitales. Allí fue donde inventó un aparato portátil de rayos X. Logró comprimir todo un sistema que habitualmente pesaba 400 kilos en otro que estaba en torno a los 10 kilos de peso y cabía en un par de maletas.

Interesada en su aparato portátil de rayos X, la Collins Wireless Telephone Company contrató a Mónico Sánchez. Esta nueva compañía por aquel entonces exponía en las ferias al lado de la General Electric de Edison o la Westinghouse, para la que trabajaba Tesla.

Mónico Sánhez
Mónico mostrando su aparato portátil de rayos X a un médico

El regreso a España

A pesar de que su invento de rayos X le había hecho rico con tan solo 32 años, Mónico decidió volver a su lugar de origen. Ni siquiera se instaló en Madrid, su idea era hacer de su pueblo un lugar desde el que exportar ingeniería al mundo. Para ello lo primero fue construir una central eléctrica, pues en 1912 la electricidad no había llegado a Piedrabuena.

Su fábrica la construyó en una extensa superficie de 3.500 metros cuadrados. Desde allí vendió su aparato de rayos X portátil, cuya comercialización recibió un impulso durante la Primera Guerra Mundial.  En estas instalaciones Mónico creó un buen número de aparatos, parte de los cuales se pueden ver en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología.

Gracias a él se iluminaron los hogares de Piedrabuena y hasta se abrió un cine en el pueblo. La Guerra Civil daría al traste con esta etapa brillante. Mónico sobrevivió a la contienda, pero la economía de autosuficiencia en la época franquista y tal vez las penalidades familiares (solo le sobrevivió una hija de los seis que tuvo) acabaron por desinflar al emprendedor. Murió en 1961, dejando tras de sí un legado de invenciones eléctricas y también un ejemplo de superación personal.

Imágenes: Wikimedia, II, III

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