Música clásica: el cero a la derecha

Wayra acoge a un grupo de estudiantes de un programa de Música y Emprendimiento de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Estos estudiantes, además de familiarizarse con el emprendimiento y la tecnología, han aprendido como innovar en música.

Amanece y la procesión de automóviles, la misma de todas las jornadas a pesar del protocolo de contaminación impuesto, avanza hacia su previsible destino. A las aceras de la Gran Vía también las despierta el anuncio de otra luminosa mañana de este singular veroño que ha desterrado el frío y las lluvias. Un día más que, como todos los días, está abierto a posibles sorpresas.

La de hoy también crece con pereza, al ritmo cansino de unos jóvenes que, poco a poco, llegan, cada uno por su cuenta, al edificio de Telefónica. Miran hacia arriba, buscan referencias, van encontrando la entrada y las caras conocidas de sus compañeros y profesores.

Estos chicos, que cargan con objetos enfundados poco habituales en la habitual estampa que ofrece esta zona de Madrid, van a participar en lo que para ellos también es una singular jornada. Son estudiantes de música clásica; algunos cursan estudios superiores, otros másteres, y todos ellos acuden a los actos de inauguración del programa “Innovación Musical y Emprendimiento” de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, con el apoyo de la Fundación Banco Sabadell y de Telefónica Open Future_.

Pero antes de subir en los históricos ascensores del edificio hasta la octava planta, donde les aguarda para esta intensa sesión el ágora de Wayra -punto de referencia para el debate y de intercambio de ideas de emprendedores y startups-, van a regalar su sorpresa a viandantes y moradores del edificio, a quienes despegarán de su ritual de entrada con un improvisado concierto que se adueñará del hall, de los ascensores y de las calles circundantes.

Violines, contrabajos, trompas y voces barítonas arrancan muecas de asombro, sonrisas y los clics de las cámaras de los móviles. Los chicos acarician sus instrumentos y se relajan a pesar de la inseguridad de un escenario con el que no están familiarizados. Y es que, a ellos también les aguarda un día muy diferente, cargado de emociones, que, “pase lo que pase, en el futuro jamás van a olvidar”, avisa Pedro Olivares, dinamizador de esta jornada, además de coach y actor.

Hoy se trata de que estos muchachos que inyectan música clásica a los primeros destellos de la Gran Vía entiendan que el camino lineal de antaño, el que llevaba directamente del conservatorio a la orquesta, se ha terminado; ahora, como también comenta Pedro, “toca cambiar de actitud y que cada uno salga en busca de su público. Por eso hoy tienen que saber lo que se siente al tocar solos en la calle, entre la sorpresa y la indiferencia de la gente, o que descubran qué puede aportarles la tecnología en este nuevo escenario».

El objetivo de este programa es abrirles la mente, que adopten una actitud emprendedora, que vayan en busca de su futuro”.

La academia Wayra de Madrid aguarda la conclusión de este inesperado recital para acoger los distintos talleres, retos y encuentros que conforman la agenda del día. El lugar no puede ser más propicio para que estos melómanos, que desafían con su fijación la tiranía de la música popular, capten qué significa la palabra emprendimiento y capten lo que la tecnología puede poner a su alcance para transformar su vocación en una carrera de éxito.

Marimar es una mallorquina de 22 años que agarra con delicadeza un contrabajo. Se ha situado a tocarlo en la calle Valverde, acompañada de una partitura a la que persigue con la mirada despierta y segura de un músico que se ha decantado, “por el más noble de la familia de cuerda; por un instrumento que puede ser muy grave y a la vez tremendamente tierno”.

Esta estudiante del master de la Escuela de Música Reina Sofía, como sus compañeros, aún no tiene claro qué hace aquí, qué le pueden aportar el emprendimiento o la tecnología. Habla de “posibilidades de promoción”, y poco más; es una clara candidata a descubrir los nuevos horizontes que rodean la que pronto será su profesión.

Raquel del Pino y Germán Alcántara también forman parte de este plantel de artistas, pero, a diferencia de los otros, han hecho de la voz su instrumento. Ella, soprano, y él, barítono, inundan con su chorro de voz cada rincón del que fuera el primer rascacielos de España y de Europa. La historia de Raquel es la de la hija de una familia sin tradición musical cuyo cantar fue llamando a la puerta de quienes, sin dudarlo, la dirigieron hacia la lírica.

El caso de Germán, argentino de la provincia Misiones, es el contrario: guitarras, acordeones y coros amueblando cada rincón de su infancia, hasta que se enganchó al sabor de la ópera. Hoy, ambos coinciden: “A diferencia de nuestros compañeros, tenemos una mayor disciplina. No podemos salir de fiesta, tener mucho cuidado con el frío; nosotros no podemos dejar guardado el instrumento en una caja. Y necesitamos dormir para descansar la voz, hacer ejercicio… Esto no es algo que das a un botón y suena, hay que relajarse antes de cantar, exige toda una preparación que no te puedes saltar”.

Y como sus compañeros, no tienen claro qué van a descubrir en esta jornada, aunque apuntan ideas relacionadas, además de con la promoción, con la difusión y la llegada a nuevos públicos.

Termina el recital. Ahora toca ver qué les aguarda en esta sesión tan distinta para todos en la que, entre otros muchos nuevos asuntos, Pedro Olivares les mostrará la puerta de acceso a un nuevo código compuesto por Inteligencia Artificial, aplicaciones Cloud, Big Data o Internet de las Cosas (IoT); hacia un lenguaje que es capaz de procesar sus notas, de transformarlas en ceros y unos, y de transportarlas a la velocidad de la luz por autopistas también invisibles que los llevarán hacia un universo en el que, junto a su energía, creatividad y conocimiento, serán capaces de transformar el futuro.

Marimar recoge el chelo, lo deposita en una enorme funda que bien podría tragarse entero el edificio. Nos dice que lleva tocando desde los nueve años, no menos de cuatro o cinco horas al día, y que, aunque le gustaría ser parte de una orquesta –además de profesora de “chicos ni muy pequeños ni muy mayores”-, se ha apuntado a este programa de Innovación Musical y Emprendimiento con ganas de dejarse llevar por nuevos caminos. Está abierta a adentrarse con su inseparable y noble amigo el contrabajo en esta nueva aventura.

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