Nil Riudavets es uno de los nombres más destacados del triatlón adaptado español. Su historia no parte de la victoria, sino del esfuerzo silencioso de quien tuvo que aprender a empezar de nuevo. Tras un grave accidente, el deportista menorquín pasó de mirar el cronómetro en los entrenamientos a medirse frente a sí mismo, sin más rival que la aceptación. Hoy, en Mejor Conectados, una iniciativa de Telefónica, hablamos de cómo su trayectoria representa un ejemplo de constancia y de cómo el deporte puede ayudar a reconstruir una vida.
El 1 de mayo de 2019, durante una carrera de ciclismo, Riudavets sufrió una caída que cambió su destino. Lo que parecía una fractura leve terminó siendo una lesión crítica. La arteria subclavia se había dañado y provocó una hemorragia interna que puso en riesgo su vida. Aunque los médicos lograron estabilizarlo, el diagnóstico final fue duro: su brazo derecho quedaría paralizado de forma permanente.
Nil pasó de pensar en próximas competiciones a enfrentarse a un futuro incierto. «La gente me miraba a los ojos y sentía pena», recuerda. Y esa pena —que veía en los demás y sentía en sí mismo— se convirtió en una de las partes más difíciles de superar. La recuperación física fue larga, pero la emocional lo fue todavía más. Comprender que su cuerpo ya no respondería igual le obligó a redefinir su identidad y a buscar nuevas formas de sentir la pasión por el deporte.
Durante ese proceso, la familia se convirtió en su principal apoyo. Sus padres y su hermana estuvieron a su lado en cada revisión médica, ayudándole a mantener la esperanza cuando la motivación flaqueaba. También lo fue el encuentro con Álex Sánchez Palomero, medallista paralímpico que había pasado por una lesión similar. Le prestó una de sus medallas y le transmitió un mensaje claro: el deporte seguía esperándole, aunque de una manera diferente. Ese gesto sencillo se transformó en un punto de inflexión.
De la montaña al triatlón: el renacer de Nil Riudavets
Sin bicicleta y sin rutina de entrenamiento, Nil buscó refugio en la naturaleza. Empezó a caminar por la montaña para despejar la mente y, sin darse cuenta, volvió a conectar con la sensación de esfuerzo y libertad. Cada paso le recordaba que todavía podía exigirse y disfrutar del movimiento.
El camino no fue fácil. Tuvo que reaprender gestos, adaptar entrenamientos y aceptar que su cuerpo tenía otros ritmos. Pero también descubrió algo nuevo: una motivación más profunda, basada en la ilusión y no en la exigencia. «El miedo se vence cuando se sustituye por ilusión», suele decir. Y con esa mentalidad empezó a construir un proyecto que le devolvía la alegría de sentirse deportista.
El miedo se vence cuando se sustituye por ilusión.
Tras años de esfuerzo, disciplina y entrenamientos constantes, Nil Riudavets logró clasificarse para los Juegos Paralímpicos, donde consiguió una medalla de bronce en la prueba de triatlón. Ese metal, más que un premio, simboliza una etapa entera: las horas de rehabilitación, las dudas, las caídas y el trabajo silencioso que hay detrás de cada regreso.
El bronce fue también una forma de cerrar el círculo. Cuando devolvió la medalla prestada a Álex Sánchez Palomero, lo hizo sabiendo que había cumplido su promesa: volver al deporte con la cabeza alta.

Hoy, Nil Riudavets mira hacia atrás sin rencor. No romantiza el accidente ni lo llama oportunidad, pero sí reconoce que le obligó a cambiar la manera de entender la vida. «La felicidad no depende de lo que logres, sino de cómo te reconcilias con lo que eres», afirma con serenidad.
Su historia recuerda que el deporte no siempre trata de ganar, sino de aprender a seguir. Nil Riudavets es la prueba de que la fuerza de voluntad, el apoyo y la confianza pueden convertir una pérdida en un nuevo comienzo. Y aunque las medallas sigan brillando, su mayor logro es otro: haberse reconciliado con su historia y seguir avanzando, paso a paso, con la misma determinación que lo llevó a empezar de nuevo.









