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¿Qué es y qué no es la obsolescencia programada?

Cada vez es más común confundir la poca reparabilidad de un producto con la obsolescencia programada que los fabricantes determinan. Pueden estar relacionadas, pero son cosas diferentes.

Definir obsolescencia programada no es complicado. Se trata del conjunto de decisiones de los fabricantes de bienes, especialmente tecnología, toman sobre los productos para que la vida útil de estos sea más corta de lo que podría ser si no se calculara. El objetivo detrás de ello es evidente: ante la durabilidad de los productos, el consumidor no compra un bien de sustitución hasta que no queda obsoleto o se estropea, por lo que agilizando ese proceso, la vida se acortará y el consumidor acudirá a la tienda antes.

Sin embargo, sobre esa definición más o menos clara recaen a menudo muchas críticas sin fundamento y que no saben separar decisiones de diseño que compliquen la reparabilidad de los productos de lo que es obsolescencia programada en sí. El ejemplo más paradigmático son los ordenadores portátiles actuales, así como tablets y smartphones. Según empresas como iFixit, expertas en desmontar estos dispositivos para analizar la reparabilidad y el ensamblado, los dispositivos modernos son cada vez más difíciles de abrir, lo que dificulta la sustitución de piezas, hecho que tradicionalmente era un proceso sencillo en ordenadores, incluso en portátiles.

El problema viene cuando este proceso de unificación de los dispositivos en una construcción de un sólo bloque se liga a obsolescencia programada, cuando en la mayoría de casos tiene poco que ver. Es decir, cualquier dispositivo puede sufrir de obsolescencia programada sea cual sea su diseño, pero la poca reparabilidad no forma parte de ella per se. Un dispositivo con poca reparabilidad, sin posibilidad de recambio fácil de batería, puede durar mucho más que otros con posibilidad de ello. El ejemplo más claro son los iPhone 4 y 4S, que 7 y 6 años después respectivamente siguen en uso a lo largo de todo el mundo.

Reparar los portátiles más actuales comienza a ser prácticamente imposible fuera de los servicios técnicos oficiales.

Los usuarios de esos terminales lo tendrían más fácil para mantenerlos incluso más tiempo si cambiar su batería fuese abrir una tapa e insertar la nueva, pero quizá esos terminales no contarían con una construcción tan buena y sólida. Quizá el Samsung Galaxy S8 también podría contar con esa opción, pero quizá su resistencia al agua sería una característica ausente en el terminal (y por cierto, pese a que no se puede abrir, Samsung asegura que tras dos años el terminal mantendrá el 90% de su carga). Quizá todas esas tablets o portátiles podrían tener una batería extraíble, como hemos mencionado que los primeros tenían hace años, pero ahora mismo no tendríamos equipos tan delgados, sin ventilador y con una potencia similar a otros más grandes.

No es nada nuevo, sin embargo esta unificación de cuerpos no ha traído menos durabilidad a portátiles como el MacBook Air, cuyos viejos modelos se siguen usando sin problema en todo el mundo. ¿Que la batería tras 7 años dura mucho menos? Es evidente, y es ahí donde hay que apoyar la medida propuesta por el Parlamento Europeo) (de momento sólo petición) para que los usuarios puedan reparar sus dispositivos fácilmente sin tener que acudir a los establecimientos oficiales. Lo más fácil, en cualquier caso, podría ser aumentar los plazos de garantía (o descuentos en apertura) para piezas como la batería siempre que estas no puedan cambiarse y se demuestre que están en mal estado.

En ese sentido la conclusión es lo que ya se ha apuntado: las decisiones de diseño que generan poca reparabilidad no son obsolescencia programada, pero si estos dispositivos se estropean antes de tiempo y tienen que ser arreglados, quizá haya que exigir a las marcas que faciliten el proceso de recambio al nivel de antes. Si, como ocurre en muchos casos, no hay nada que reparar, hablar de este asunto es una falacia, porque tampoco es que en una era de mayor reparabilidad los teléfonos durasen 10 años.

IOS 7 causó mucha lentitud en terminales antiguos de Apple.

Otro asunto es el del software, que, como ofrece mayor control a las compañías, está incluso más en el punto de mira. Aquí lo más común es acusar a los fabricantes de smartphones de no actualizar los terminales, y entender que eso es obsolescencia programada. Puede ser este un campo donde la gestión sí esté directamente más relacionada con eso, ya que aunque cuesta creer que los fabricantes no actualicen para garantizar obsolescencia, lanzan tantos productos que dejan de poder dar soporte y atender a las necesidades de todas las líneas de producto. Y es algo que se repite año a año y que podría solucionarse fácilmente.

Esto hace que, efectivamente, la vida de los terminales no sea menor pero sí más molesta para el usuario, pues quizá no pueda utilizar sus aplicaciones favoritas o no reciba actualizaciones de seguridad. En el mejor de los casos no pasa nada, pero en el peor puede ser infectado por ransomware como *WannaCry**. Y digo no menor en el sentido de que muchas veces por actualizar los terminales muchas versiones del sistema operativo también se acusa a las compañías, como ocurrió en el caso del iPhone 4 con iOS 7.

El usuario quería recibir esa actualización que traía un gran rediseño, pero a la vez, el hardware había quedado muy atrás para cumplir con los nuevos estándares, por lo que al recibir la actualización el rendimiento era mucho menor que el de 2010, con la sorpresa de que ya no se podía volver atrás. Es cierto que siempre se puede optimizar mejor, como la propia Apple demostró con iOS 7.1 en el mismo terminal, pero al final lo que hay que garantizar es que, o bien el usuario conozca de antemano que el rendimiento de su smartphone va a reducirse considerablemente (aunque reciba nuevas funciones y mayor seguridad), o bien las compañías dejen volver atrás (como muy bien hizo Microsoft en la transición de Windows 8.1 a Windows 10).

Si casi todo lo que hemos mencionado puede ser polémico pero no hay pruebas de que sea intencionado, aunque pueda haber decisiones intermedias de las que se sepa de antemano que los dispositivos van a durar menos, ¿en qué casos hay obsolescencia de verdad? Como recogían en El Mundo, se han dado casos de fabricantes cuyo software no permite reparar fuera de servicios técnicos oficiales, o los paradigmáticos casos de las impresoras, a cuyos fabricantes se acusa de bloquear los cartuchos al llegar a un número de páginas (pese a tener tinta) o de producir deliberadamente mal rendimiento en caso de no utilizar cartuchos de tinta oficiales.

También fue muy sonado el caso por el que el youtuber Casey Neistat y su hermano acusaron a Apple de que las baterías de los iPods en 2001 «sólo duraban 18 meses». La solución que daba la compañía era pagar 250 dólares más gastos de envío por su sustitución, algo disparatado (incluso hoy es más barato cambiar la pantalla o batería de un iPhone). No hay pruebas de que esos 18 meses estuvieran calculados, pero sí de que tras ellos los incentivos hasta ese momento para adquirir otro iPod, pues Apple reculó y bajó el coste de reparación a 100 dólares, eran muy altos.

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