centrales de cobre

¿Qué fue de las centrales de cobre para las telecomunicaciones?

Las redes de cobre dieron soporte a la telefonía fija durante el conjunto del siglo XX. También actuaron como apoyo a las primeras líneas celulares, antes de que la red móvil se expandiera masivamente. Pero este tipo de cableado ya es una tecnología antigua. Ha servido bien a lo largo de décadas, pero su ciclo se acaba.

En España se han cerrado ya más de 1.000 centrales de cobre en los últimos años. Europa sigue el mismo camino. La fibra óptica se extiende y gana capilaridad. Ante su expansión, el antiguo cableado telefónico queda obsoleto. La tecnología óptica es mucho más rápida, tiene menor latencia y mayor capacidad. La elección está clara, tanto para los operadores como para los clientes.

La red de fibra necesita menos centrales que el cobre para su gestión y distribución. De ahí que se produzca el cierre de estas estaciones, ahora innecesarias. Algunas instalaciones incluso utilizan tecnología de acceso radio (RAN) en sustitución del antiguo cableado para llegar hasta los usuarios.

En todo caso, el proceso de transición viene de lejos. Los primeros despliegues de fibra óptica aprovechaban estas centrales para instalar distribuidores. De ahí el cableado se lleva por las mismas galerías que ha usado el cobre a las cajas situadas en los edificios de una población. Ahí es donde se despeina la fibra para dividirla hacia los distintos hogares que la solicitan.

El progresivo apagón del cobre

El cobre como material para la comunicación telefónica inició su andadura en el siglo XIX. Pero en España no fue hasta los años 20 cuando se construyó una red que aumentaría sus servicios con el paso del tiempo. Como consecuencia de esta expansión se crearon las primeras centrales. Su utilización bajo la gestión de Telefónica ha durado todo un siglo.

En 2014 se anunció el cierre de las dos primeras centrales. Se desmantelaron la de Sant Cugat, en Barcelona, y la de Torrelodones, en Madrid. Fue un ensayo en dos instalaciones de pequeño tamaño. Hay que tener en cuenta que contaban con 432 accesos y 1.390 respectivamente. Pero a partir de ahí se suprimirían cientos de ellas.

Ahora está previsto y anunciado el cierre de 3.000 centrales. Solo en 2021 se borraron del mapa 509 de estas instalaciones. El proceso de desmantelamiento se había acelerado en 2018 y 2019, con 142 cierres y 210 respectivamente. Pero en 2020 la pandemia solo permitió 73 cerrojazos.

España ha sido uno de los primeros países de Europa que ha empezado a cerrar estas instalaciones. Un hecho que quizá tenga relación con que también es uno de los que más red de fibra tiene en todo su territorio. El apagón del cobre no solo es consecuencia de una evolución tecnológica hacia la fibra. También hay motivos ecológicos para hacer esta transición, como un ahorro de energía.

Los beneficios medioambientales

Los mazos de cobre ocupan mucho más espacio que la fibra. Y este es uno de los motivos por los que no se necesitan tantas instalaciones como antes. Con una central de fibra se presta servicio al mismo número de accesos que abarcan cuatro centrales convencionales. Al mismo tiempo, la nueva tecnología ocupa solo un 15% del espacio que la anterior.

Desmontar las antiguas estaciones de cobre comporta un correcto tratamiento de los residuos. Las obras de desmantelamiento de Telefónica han desmontado 65.000 toneladas de cable. Se han reciclado 7.140 toneladas de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEEs) y se han reutilizado más de 128.000 tarjetas en la red. Es un intento por impulsar la economía circular y atender a la regla de las tres erres (3R): reducir, reutilizar, reciclar.

El resultado de eliminar estas más de 1.000 centrales de cobre se traduce en un ahorro energético de 1.000 Gwh. En términos de emisiones supone evitar a la atmósfera 355.000 toneladas de CO2, el equivalente a plantar seis millones de árboles.

El rey de la telefonía en el siglo XX

A finales del siglo XIX el invento del teléfono se expande rápidamente desde Estados Unidos, donde Graham Bell patentó un aparato que traducía sonidos a corrientes eléctricas y los transmitía a través de un cable. Era 1876 y la telefonía empezó a expandirse sobre líneas metálicas. En los inicios se utilizó también hierro o aluminio.

Pero el cobre era el material idóneo y se impuso rápidamente a todos los demás metales. El desarrollo de la telefonía fue meteórico pese a la cantidad de infraestructura necesaria para su funcionamiento. Había que tender cables a lo largo de las poblaciones, de unos núcleos urbanos a otros y construir centrales, para distribuir las líneas y ganar capilaridad en los accesos. Al principio las comunicaciones eran particulares, después pasaron a ser locales y con el tiempo crecieron interconectando ciudades y países.

La complejidad de las redes creció y se agregaron nuevas líneas de acceso formadas por un par de hilos de cobre. Pasada la mitad del siglo XX el teléfono se hizo casi omnipresente en algunos países. A esto se sumó que había nueva tecnología. Se abandonó la marcación manual, dejó de ser necesaria la función de las operadoras y se automatizó todo el proceso de llamadas.

Todo ello se hizo sobre las líneas convencionales, que han sido las mismas que soportaron los primeros móviles y los primeros accesos a Internet. Porque no hay que olvidar que en los años 90, cuando la World Wide Web despegaba lo hacía sobre el cobre. Y sin las centrales, que ya tenían una gran capilaridad, la llegada de Internet habría sido mucho más lenta.

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