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¿Qué sabemos del 7G?

El 5G apenas lleva poco más de tres años siendo accesible en España y, sin embargo, ya hay quien habla de 6G incluso de 7G.

Aunque el despliegue de la conectividad 5G todavía sigue en marcha, al igual que la carrera por ver qué países y empresas lo dominarán, el avance tan rápido de las redes de telefonía móvil en las últimas dos décadas hace que sus posibles evoluciones siempre estén en el punto de mira.

Empresas como Samsung, Huawei, Nokia u OPPO ya han publicado desde sus departamentos de innovación prospectiva sobre lo que se prevé que podrá pasar cuando el 6G sea habitual en nuestros dispositivos… Y eso que se estima que no llegará hasta pasada por lo menos una horquilla de entre 8 y 10 años.

Pero, ¿y qué sabemos y se espera del 7G? Pues, aunque parezca temprano, seguramente más de lo que se sabía en el mismo estadio de sus predecesores. La irrupción de otras novedades tecnológicas que ya están tocando tierra, como son los metaversos, la computación de alto rendimiento, el desarrollo de la inteligencia artificial o la realidad aumentada, hacen que ya se piense en la necesidad de trabajar con un flujo de datos masivo. Algo que se espera que lleve a su máxima expresión la infraestructura 7G.

De generación en generación

Cada cambio de generación en la red inalámbrica móvil llega con aumentos de velocidad, cambios de frecuencia y tecnología y reducción de latencia. En la próxima evolución, la conectividad 6G superará ya en todos estos parámetros a la 5G. Pero, cada evolución también supone un reto físico, ya que se requiere un aumento en las frecuencias que usan las ondas de radio.

Para hacerse una idea, el 4G alcanza los 6 GHz, el 5G llega a los 110 GHz y con el 6G y el 7G se estima que se necesitarán bandas de frecuencia de terahercios

Todo ello ha permitido, en la práctica, que la velocidad que experimentamos en nuestros dispositivos haya tenido una evolución demencial cuando la miramos en perspectiva. De los mensajes MMS que tardaban en cargar a que ahora podamos tener videollamadas sin cortes, conectar nuestro coche a la red, juegos en la nube que antes parecía imposible que funcionaran si no estaban en local, ver videos en TikTok sin parar, o que un equipo de cirujanos en Madrid pueda operar a distancia a un paciente en México.

Son cambios que, literalmente, modifican nuestra vida y generan nuevas industrias. De ahí que el poder por desplegar estas infraestructuras suponga en sí mismo una carrera económica y, en cierto modo, también geopolítica.

¿Y qué se espera que permita el 7G?

Como ya imaginarás, se espera que el 7G permita utilizar frecuencias todavía más altas y con ello que se consiga una latencia mucho menor en las comunicaciones. “La exigencia de un ancho de banda muy elevado, una latencia casi inexistente y una integración universal serán satisfechas por el 7G”, vaticinan desde el IEEE, el Instituto de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos, una organización global que trabaja por la normalización y la difusión de estas tecnologías.

“Las redes 7G ofrecerán estándares de recopilación de datos y comunicación que impulsarán mejoras masivas en análisis de datos, desarrollo de la Inteligencia Artificial General y capacidades de computación de próxima generación a través de computación de alto rendimiento y cuántica”, prosiguen.

Desde luego, no apuntan bajo, pero seguramente hace veinte años también sonaría a ciencia-ficción pensar que la evolución de las telecomunicaciones iba a permitir ver películas completas en el móvil. 

Otro de los principales factores que pueden hacer que el 7G marque diferencias es que se espera que la propia infraestructura, de forma autónoma, sea capaz de decidir el lugar o dispositivo más adecuado para que se produzca la computación.

De este modo, la red será mucho más flexible para saber qué punto de la conexión cuenta con mejores características para llevar a cabo las operaciones más pesadas que se espera que soporten. Esto será especialmente relevante y útil a nivel cercano en los sistemas domóticos, donde la red sabrá si es mejor realizar las operaciones más exigentes en un dispositivo u otro.

Esto podría proporcionar muchas ventajas a medida que la tecnología 7G sea operativa, incluido un mayor empuje a las capacidades de la inteligencia artificial al ser capaces de transmitir y trabajar con muchísimos más datos. 

Desde la IEEE se marcan algunos campos en los que creen que el 7G tendrá profundas implicaciones, incluyendo la seguridad pública y otras cuestiones críticas.

Estos campos incluyen algunos como mejoras en la detección de amenazas y el control de la delincuencia (por ejemplo: que gracias a una mejor conexión, una IA pueda detectar comportamientos sospechosos en una concentración multitudinaria) o actuación ante catástrofes.

Además, también se estima que la mejora tecnológica tendrá impacto en la lectura y control de la salud o, y esto quizá sea lo más llamativo, hacer que las conexiones mente-máquina, como en las que trabaja Neuralink, la empresa de Elon Musk, sean mucho más factibles. Dejado a un lado aspectos técnicos, la mejora fundamental es simple: dispositivos de este tipo tendrán con esta conectividad la posibilidad de agrandar la boca del embudo por el que toman datos y, por lo tanto, ser más complejos.

¿Cuándo podría llegar el 7G?

Con el 5G todavía desplegándose, y el 6G en estudio, cabe suponer que aún queda bastante tiempo. Pero la evolución lógica que ha tenido la conectividad da un horizonte estimable de unos 20 años.

“Básicamente, tenemos 10 años de separación entre una Generación y la siguiente, tanto si se toman como marco de referencia las primeras pruebas, el primer despliegue, la aceptación en el mercado de masas e incluso su desaparición. Basándonos en esto, deberíamos decir que, dado que tendremos una verdadera adopción masiva del mercado del 5G en torno al año 2025, el 6 G debería llegar después de 10 años, en el marco temporal de 2035, y el 7G 10 años más adelante, es decir, en 2045”, señala Roberto Saracco, ingeniero informático y miembro de la IEEE.

Pero su avance, como el del 6G, también tiene limitantes. El principal, el de los materiales. Tanto la propia infraestructura, como el uso de frecuencias cada vez más altas, como las baterías de nuestros dispositivos —donde muchos ven el principal problema a batir— requieren de mejoras y saltos tecnológicos todavía por darse. Al menos, para que un posible 7G pueda operar con todo su potencial.

Si miramos por ejemplo a nuestros dispositivos móviles, la mayor capacidad de procesamiento que permitirá el 7G demandará también un mayor uso de las baterías, y mejores materiales y sistemas para disipar el calor que esta generará.

Con respecto a los problemas que presenta la propia estructura, al necesitar el 7G una mayor frecuencia se darán problema de propagación, lo que se traducirá en la necesidad de más antenas, mayor capacidad inalámbrica y una gran inversión. Todos factores requieren de que instituciones, estados y sector privado se pongan de acuerdo, algo que ya hemos visto cómo ha generado algunas disputas en el despliegue del 5G.

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