La resolución 8K supondrá, a finales de año, el próximo gran salto comercial en imagen, pero la repercusión de cara al usuario final será menos que la del HDR o la del Full HD en 2006.
El mundo de la imagen en televisores es muy curioso, pero también muy frustrante. 2017 y 2018 son la confirmación de que la resolución 4K es el estándar a poco que se superen las 40 pulgadas. Salvo que se adquiera un modelo sumamente económico, ya no habrá ni televisores HD Ready o 720p en catálogo. Y, sin embargo, los contenidos de los que se puede disfrutar en la TDT siguen siendo los mismos de 2010, HD de baja calidad. Sin que nadie lo haya demandado aún, 2018 conocerá la llegada al mercado de los primeros televisores con resolución 8K, según ha anunciado Samsung.
Cronología y sentido del 8K en el momento actual
La resolución 8K habrá llegado de forma comercial tan sólo seis años después de las primeros televisores y proyectores 4K. Aunque parezca que el ciclo cada vez se acorta más, la realidad es que de Full HD a 4K también pasaron aproximadamente seis años, pero en nuestra mente seguimos comparando con la larga travesía que vivió el VHS junto a las líneas de los televisores «de culo» o CRT.
Lo que sí ha aumentado es la cantidad de mejora que una resolución trae sobre la anterior. Del HD Ready al Full HD fue de poco más de dos veces. Del Full HD al 4K, cuatro veces exactas. Y del 4K al 8K, a falta de saber cuál será la especificación «oficial», otras cuatro veces. Así, hablamos de que en un panel con resolución 8K cabrían 80 fotogramas de un DVD puestos uno al lado del otro hasta rellenar la imagen 16:9. El aumento de nitidez será enorme, pero es probable que nunca nada vuelva a sorprendernos como lo hizo la Alta Definición frente al DVD, hasta el punto de que, unos 12 años después, una buena imagen en esa resolución sigue siendo algo a lo que se le puede exigir poco.
Las novedades más importantes tras el Full HD en imagen son más a nivel de calidad pura que de resolución. Por ello ahora existe la fiebre que tenemos con el HDR y el negro puro de OLED, porque no es que la resolución 8K o 4K no aporten, simplemente hemos pasado el umbral en el que en un mismo espacio, y a una distancia determinada de visionado, los poros de un actor o de una actriz se verán con un detalle superior que realmente ofrezca ventajas. Ahora valoramos más que los colores sean más ricos y precisos, que los cielos no salgan quemados y poco equilibrados. El contraste también es vital y ahí gana OLED con su control por píxel.
Si con 4K y 1080p ya costaba apreciar los saltos de calidad a una distancia razonable como 2.4 metros en 55 pulgadas, según vemos en el gráfico, con 8K habrá que ir a tamaños de pantalla gigantescos a distancias ínfimas para apreciar los cambios. En cualquier caso, estos aumentos nunca vendrán bien, pues a diferencia de lo que ocurría con soportes en película, que a día de hoy se escanean hasta a 8K, los contenidos digitales no pueden reescalarse, y el tiempo podría no pasar tan bien por ellos como por clásicos del cine.