Los smartphones para gamers están poco a poco llegando al mercado y han atrapado muchos titulares. Sin embargo, aún no tienen demasiado sentido.
Los móviles o smartphones para gamers no son algo nuevo. Hace 15 años, se lanzó el Nokia N-Gage, un móvil que ejecutaba juegos para Symbian y muchos emuladores. No fue muy exitoso ni en su primera ni en su segunda versión, pero allanó el camino para que muchos hermanos Nokia heredasen un catálogo de cierta calidad. Ya inmersos en la era smartphone, en 2011, llegó el Sony Xperia Play, pero más allá de tener integrados los controles, no resultaba atractivo por su potencia ni por catálogo.
Tras muchos años, el Razer Phone abría el curso pasado una nueva etapa de smartphones para gamers, y lo hacía con características exclusivas, como la novedosa pantalla con tasa de refresco de 120 Hz, ideal para la fluidez de los juegos y unos altavoces muy potentes y bien ecualizados. Ya en 2017-2018, la cosa había cambiado mucho. Los chips son mucho más potentes, las memorias mucho más rápidas, las pantallas tienen mayor resolución y tasa de refresco, y, sobre todo, hay dinero en el juego móvil para tener grandes juegos, que incluso puedan rivalizar con los de consolas. Lo estamos viendo con la llegada de títulos como PUBG o Fortnite, con los que, además, se puede jugar contra usuarios de PC, PS4, Xbox, etc.
Tras Razer, marcas como ASUS con Republic of Gamers o Xiaomi con el Black Shark han lanzado modelos que van en ese sentido, con estética agresiva y cercana a lo que hemos visto en los ordenadores gaming, con pantallas que tienen una frecuencia de refresco más alta de lo normal, mucha RAM y procesadores ligeramente subidos de velocidad, a los que acompañan accesorios como pads o joysticks y baterías integradas grandes o accesorios en forma de batería externa.
Todo eso está muy bien, y es comprensible que atraiga a quien quiere jugar mucho. El problema es que, aunque aspectos como las pantallas de tasa de refresco alta aún no hayan llegado al resto de terminales, deberían estar a punto de hacerlo, como, por ejemplo, ha ocurrido en el iPad con su pantalla ProMotion de 120 Hz. La ventaja competitiva de estos terminales, que tienen un hardware similar a terminales como el Samsung Galaxy S9 o el Google Pixel 2 XL, es que, según los fabricantes, permiten jugar al máximo de velocidad durante periodos más largos, por los sistemas de disipación y refrigeración que llevan.
Pero volvemos a lo mismo: son el resto de fabricantes los que deben responder mejorando el calentamiento y las limitaciones térmicas de los dispositivos de gama alta estándar, porque, por lo demás, la experiencia de juego es exactamente la misma, pues la mayoría de esos juegos tampoco están preparados para las novedades que estos incorporan. En el asunto del aspecto no creo que los fabricantes tradicionales tengan que entrar, aunque sí pueden comercializar carcasas personalizadas o láminas adhesivas para atraer a ese tipo de público con modelos estándar.
Por último, si la ventaja son accesorios de juego, lo que pueden hacer Samsung o Apple, que a buen seguro conseguirán vender mucho dada su cuota de mercado, es poner en las tiendas mandos oficiales y accesorios que se agarren a sus teléfonos, cual JoyCon a Nintendo Switch. Si ninguna de estas compañías líderes lanza un smartphone para gamers, siempre veremos mucho desequilibrio, pues ni Xiaomi, ni Razer ni Asus pueden presumir de cámaras. Mientras no sean redondos, y por el precio que tienen, no merecen la pena.