El Blockchain, que de momento parece limitarse a representar un proyecto de sistema universal de confianza, podría eventualmente aportar el viento de cola necesario para acortar el camino que tenemos por delante todos los que nos dedicamos al Compliance y, quién sabe, para que la meta de pleno cumplimiento a la que aspiramos no sea tan utópica.
Aclaro. Todavía no conozco los fundamentos técnicos del Blockchain. Tampoco sé si muchos los conocen. Pero asisto, abrumado, a una inusitada vorágine de impactos mediáticos y académicos que, o bien está cuidadosamente estudiada, o bien refleja fielmente las expectativas que está generando la denominada “cadena de bloques” en el marco de la transformación digital. Me inclino por lo segundo. Por ello, por razón de vocación y oficio, habré de adquirir, en las próximas semanas o meses, los fundamentos de los que hoy carezco.
Entretanto, me impresiona lo que voy sabiendo. No por casualidad. Seguramente, el “futuro” era precisamente eso (¡y no lo sabíamos!): la automatización de los controles y, por ende, la redistribución -o acaso la redefinición- de las funciones de todo tipo que vienen desarrollando las empresas y la sociedad en su conjunto. En efecto, desde que el hombre es hombre, el progreso se ha basado en la confianza recíproca. Y el Blockchain aspira, si estoy en lo cierto, a la sublimación de dicha confianza.
Asumimos hace un tiempo en mi área un reto fantástico: contribuir a fortalecer nuestra cultura de compañía, y hacerlo desde el compromiso de todos con el cumplimiento de nuestras normas éticas y jurídicas. Conviene no equivocarse: el Compliance al que hemos tratado de dar forma no es una herramienta; es un fin en sí mismo, al que nuestra función sirve.
Compliance significa justamente eso: cumplimiento. Sabemos que el camino es largo, pero lo que tratamos de hacer o de conseguir que todos hagan es, en su pura esencia, un proyecto más, con un principio y con un final. Lo importante no es que perdure eternamente la función; al contrario, su éxito estaría precisamente en su desaparición, pues la misma sería la evidencia del objetivo cumplido, y la garantía de la consolidación plena y definitiva del compromiso indubitado de cumplimiento en toda la organización.
Ocurre, en cambio, lo siguiente. Hasta ahora, aun satisfechos e incluso orgullosos de las conquistas hasta ahora alcanzadas (que dan para otras tantas reflexiones), pensábamos que la absoluta perfección era una utopía.
Pero… ¿y si deja de serlo? El Blockchain, que de momento parece limitarse a representar un proyecto de sistema universal de confianza, podría eventualmente aportar el viento de cola necesario para acortar el camino que tenemos por delante todos los que nos dedicamos al Compliance y, quién sabe, para que la meta a la que antes me refería no sea tan utópica. Todo pasaría por imaginar un momento en el que el cumplimiento, todo él, estuviera controlado por el propio sistema.
Dicen que soy escéptico, hasta pesimista, aunque yo creo que es una coraza que me permite ir celebrando logros que no espero. Ojalá lleguen esos logros al Compliance de la mano de la absoluta transformación digital que al parecer se nos viene. Con todo, las incógnitas, más en este campo que en ningún otro, son por definición innumerables.
Y, siendo del todo honesto, me resisto a pensar que, incluso en el extremo, el “sistema” no deba dejar siempre una puerta abierta a la valoración personal e individualizada de cada situación y de cada circunstancia. El mundo es así de complejo. La propia posibilidad, siquiera remota, de que gracias al Blockchain tengamos -o podamos tener- el «futuro» a la vuelta de la esquina, no hace sino corroborarlo.