La urgente necesidad de pivotar el modelo universitario

Hace unos meses di una charla en mi antigua universidad.  Pude así ver el programa de asignaturas que se imparte actualmente en la licenciatura de Empresariales, comprobando con asombro que eran prácticamente las mismas que yo había cursado ¡hace más de 25 años! Sentí que el tiempo se había detenido entre los venerables muros de tan respetable institución…

Este fenómeno de falta de adaptación a los tiempos, común en universidades públicas y privadas, pasa de ser preocupante a trágico. En un mundo en perpetuo movimiento, en el que el entorno digital cuestiona todos los modelos establecidos, quedarse parado es retroceder.  Y la universidad debe ser un centro de innovación del conocimiento hacia el futuro, no un custodio del saber del pasado, con “enseñar por enseñar” como única misión.

Y este inmovilismo no se ciñe al rediseño y actualización de contenidos, sino también al uso de metodologías de aprendizaje: la base del éxito universitario para el alumno sigue siendo la memorización (un commodity hoy en día), no el desarrollo de actitudes o aptitudes imprescindibles para el entorno post universitario como el trabajo en equipo, la capacidad de  presentar en público, la innovación, los idiomas,  la eliminación del miedo al fracaso, la creatividad, el emprendimiento o el conocimiento del entorno digital.  Son escasas las clases en las que se emplean técnicas como el método del caso (que por cierto, tiene ya más de un siglo en Harvard Law School), o se fomenta el peer-to-peer teaching o el social learning.

Reconozcámoslo: el modelo universitario actual (creado hace siglos) no funciona para las necesidades del estudiante del siglo XXI. Este desfase es paralelo al del paradigma de escuela, como bien explica Sir Ken Robinson, y del que sólo algunos países como Finlandia han sido capaces de escapar.

Es necesario crear un modelo disruptivo que pivote apoyándose sobre lo que la universidad actual tiene de bueno e innove en su adaptación al entorno cambiante.  Pero la inercia del establishment es enorme, anclado por un poderoso faculty con libertad de cátedra y puesto a perpetuidad, para quien cambiar el statu quo no tiene ninguna recompensa.  Cuesta mucho imaginar un consejo universitario trabajando en mejorar los modelos de universidad usando esquemas de innovación tipo lean start up, generando e iterando prototipos, y tomando decisiones de pivotar basados en cohort analysis o A/B testing.

Parece más bien que la innovación sobre la universidad del siglo XXI vendrá de proyectos nativos digitales, alternativos a la línea oficial de educación, como Minerva Project, o Udacity  (creados por profesores de Stanford, Harvard o Princeton críticos con el sistema actual).  La ausencia de un título oficial de estas iniciativas empieza a importar bien poco a los alumnos, cada vez más preocupados por la utilidad real de lo que aprenden.

En España, la realidad es todavía es más preocupante.  En cada localidad española que se precie hay un aeropuerto, una caja de ahorros, y una universidad pública con unos costes de matrícula muy por debajo de la media de países de nuestro entorno económico.  Pero este aparente triunfo de la eficacia (altísima densidad universitaria con 76 universidades públicas y privadas), esconde un fracaso completo de la eficiencia.  El ratio de abandono de estudiantes es del 30% (doble de Europa), 2 tercios de los estudiantes repiten algún curso, el ciclo formativo es más largo que el de nuestro entorno (grados de 4 años frente a 3 en la mayoría de países), con programas en gran medida desactualizados (¿derecho romano y canónico?), poco competitivos (ninguna universidad española en el ranking de las 150 mejores del mundo) y con un coste muy significativo para el erario público (casi 10,000 euros anuales por alumno).  El modelo de Bolonia al que queremos adaptarnos desde hace años, apenas araña estos problemas estructurales.  En el actual contexto de crisis, la universidad española se revela como una frustrante máquina de lanzar graduados al paro, de crear una generación perdida (para quienes cualquier solución llega ya tarde) con un futuro truncado, ya que nunca accederá a un empleo ajustado a las ambiciones que su formación prometía.

Toda esta costosa ineficiencia, bajo el loable objetivo de dar acceso universal a la educación, empieza a ser francamente patética en nuestro siglo XXI, en el que como perspectiva, cualquier alumno del mundo podrá acceder a títulos oficiales de Harvard o MIT prácticamente gratis a través de la plataforma digital EdX.

La universidad española debería dejar de preocuparse por su propia supervivencia y cuestionar disruptivamente su modelo intentando responderse a estas preguntas: ¿es útil y relevante lo que se enseña para el tiempo que nos toca vivir? ¿sirven los programas para que el estudiante se realice a medio plazo, encuentre trabajo o cree empresas?  ¿el estado de la cuestión de los contenidos está lo suficientemente avanzado competitivamente? ¿son eficientes para el aprendizaje los métodos pedagógicos empleados? ¿se desarrollan en el estudiante las aptitudes y actitudes necesarias para la fase post universitaria? ¿genera el modelo universitario riqueza y valor estructural neto para el país?

 

Foto de portada galería de dvdgmz

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