Tecnología y educación son un binomio que no siempre ha casado bien. Ha habido una explosión de innovaciones, propuestas y novedades tecnológicas y pedagógicas en los últimos años. Pero no debemos perder de vista que la tecnología es una herramienta con un fin, no un fin en sí misma. Por lo que conviene tener en cuenta que la educación tecnológica debe ser ética, de la misma manera que debe serlo la educación en general. Es la única manera de lograr una sociedad democrática, justa y equitativa que promueva valores como el pensamiento crítico.
En este sentido, muchos siguen defendiendo que no debemos olvidar las bases de la educación pese a que resulta imprescindible introducir la tecnología en el aula. Ambas deben remar en el mismo sentido con un mismo propósito: crear ciudadanos preparados para la sociedad que viven y en la que vivirán durante el resto de sus vidas. A poder ser, fomentando valores como la responsabilidad, la honestidad, la empatía o la equidad.
Precisamente, será sobre esta cuestión, y otras muchas, de las que se debatirá en el EnlightED 2022. El encuentro anual sobre el nuevo paradigma de la educación en su conjunción con la tecnología.
Qué aporta la tecnología a la educación
Más allá de ser una moda, la introducción de la tecnología en la educación responde a varios criterios. En ocasiones, ha sido una respuesta a las presiones de empresas o sectores que han visto en la educación un negocio. Pero es inevitable que la tecnología esté en las aulas de la misma manera que la encontramos allí donde vamos: en casa, en el trabajo, en el espacio público y en como nos relacionamos con las administraciones públicas o privadas.
Es más. Entes supranacionales como la Unión Europea consideran clave que sus ciudadanos de hoy y de mañana se manejen con la tecnología. Y hasta organizaciones como Oxfam Intermón consideran que hay que promover el uso de la tecnología en la educación como herramienta de progreso. Esta última destaca varias aportaciones de la tecnología a la educación.
- Acceso al conocimiento
- Desarrollo del sentido crítico
- Fomento de la iniciativa propia
- Fomento de la colaboración en equipo
- Nuevos roles para el profesorado
- Fomento de valores como la tolerancia y la integración
Obviamente, para lograr esas aportaciones hay que hacerlo bien. Como decía al principio, el mero hecho de usar ordenadores, tabletas, teléfonos inteligentes, pizarras digitales o robots en un aula no hará mejorar la educación. Es necesario que la tecnología venga acompañada de unos objetivos claros. También se necesitan unos profesores preparados. Y un currículo escolar adaptado a las necesidades de los alumnos. Necesidades que deben cubrir conocimientos pero también valores.
Los retos de la educación tecnológica ética
Educación y ética deberían ir de la mano. Administrar conocimiento sin preocuparse por como se utilizará ese conocimiento en el futuro puede tener consecuencias. Como que desde otros ámbitos se promuevan valores que generen una sociedad acrítica, pasiva, egoísta, injusta, desigual o irresponsable. Por citar solo algunos de los antivalores más peligrosos con los que, desgraciadamente, convivimos a diario hoy en día.
De ahí la importancia que ya tenía, o debía tener, la ética en la educación tradicional. Y el impulso que debe tener en la educación tecnológica actual. Una educación tecnológica ética que debe estar presente tanto en las aulas como en la propia sociedad. Teniendo en cuenta que en la actualidad resulta imprescindible estar constantemente en formación incluso en la edad adulta. Para prosperar profesionalmente, para estar preparado para los sucesivos cambios que se producen y para poder reaccionar ante ellos si nos afectan en lo profesional o en lo personal.
Retos a los que enfrentarse dentro y fuera del aula
Algunos de los retos con los que debe lidiar la educación tecnológica ética afectan a escolares, estudiantes universitarios, profesionales y a cualquiera que viva en sociedad. Estos son los más destacados:
Identidad digital: ser conscientes de la huella que generamos y que otros generan de nosotros en el plano digital. Redes sociales, páginas web, servicios de la administración electrónica, servicios y productos de empresas privadas online… En este ámbito, conviene educar y fomentar valores como la privacidad o el respeto.
Seguridad en la red: relacionado con el punto anterior, la educación tecnológica ética debe ofrecer las herramientas necesarias para lidiar con la seguridad en la red. De manera consciente o por diversas razones personales o profesionales nos vemos expuestos a Internet y a lo que esto conlleva. De ahí que debamos ser conscientes desde las precauciones y hábitos que esto implica a nivel de privacidad y seguridad. Algo que poco a poco se va haciendo más popular entre la sociedad pero que todavía requiere de mucha pedagogía dentro y fuera de las aulas.
Acoso virtual: precisamente, el fomento de valores a través de la tecnología tiene en el acoso digital uno de sus principales frentes de acción. Las actitudes y comportamientos tóxicos se producen con demasiada ligereza en el ámbito digital. Educar en valores como la empatía, la justicia o el respecto resultan básicos. Dentro y fuera del aula. Y evitar este tipo de comportamientos frutos de una sociedad sin valores o con antivalores nocivos.
Uso crítico y racional de la tecnología: uno de los puntos más controvertidos. Y es que por un lado queremos regular o limitar el tiempo de exposición de los menores a la tecnología. Pero por otro lado, nos vemos obligados a usarla en nuestros puestos de trabajo. O para realizar cualquier tarea administrativa o actividad lúdica en nuestro tiempo libre. Y, en parte, este punto es clave para no perder la perspectiva de que la tecnología es un medio y no un fin.
Acceso a la información con perspectiva crítica: en último lugar, una de las consecuencias del mal uso de la tecnología. Hoy en día, es habitual la difusión de bulos, mentiras y desinformaciones. Muchas veces con intereses particulares, económicos o políticos. Tanto dentro como fuera del aula. La educación tecnológica ética tiene la labor de fomentar el consumo crítico de información. Y es que, aunque siempre ha existido la propaganda y la intoxicación informativa, las redes sociales y los dispositivos móviles ayudan a difundirlos por quienes no adoptan una actitud crítica ante las noticias que llegan a ellos.